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Sagradas Escrituras: El carcelero de Filipos

By Pbro. Mario Montes M. Agosto 12, 2022

San Pablo y Silas fueron encarcelados y torturados, como nos cuenta San Lucas, en los comienzos de la evangelización de Filipos, como ya hemos visto en los anteriores domingos, como también el encuentro con dos mujeres, Lidia y la muchacha adivina anónima. Seguimos hoy conociendo a nuevos personajes de esta “aventura” misionera:

Cerca de la medianoche, Pablo y Silas oraban y cantaban alabanzas de Dios, mientras los otros prisioneros los escuchaban. De pronto, la tierra comenzó a temblar tan violentamente que se conmovieron los cimientos de la cárcel, y en un instante, todas las puertas se abrieron y las cadenas de los prisioneros se soltaron.

El carcelero se despertó sobresaltado y, al ver abiertas las puertas de la prisión, desenvainó su espada con la intención de matarse, creyendo que los prisioneros se habían escapado. Pero Pablo le gritó: “No te hagas ningún mal, estamos todos aquí”. El carcelero pidió unas antorchas, entró precipitadamente en la celda y, temblando, se echó a los pies de Pablo y de Silas. Luego los hizo salir y les preguntó: “Señores, ¿qué debo hacer para alcanzar la salvación?”.

Ellos le respondieron: “Cree en el Señor Jesús y te salvarás, tú y toda tu familia”. En seguida le anunciaron la Palabra del Señor, a él y a todos los de su casa. A esa misma hora de la noche, el carcelero los atendió y curó sus heridas. Inmediatamente después, fue bautizado junto con toda su familia. Luego los hizo subir a su casa y preparó la mesa para festejar con los suyos la alegría de haber creído en Dios (Hech 16,22-34. Primera lectura del martes de la 6ª Semana de Pascua)

 

Un carcelero que libera, cura y celebra

 

Al respecto, el Pbro. Pablo Richar, de feliz memoria y al que hemos echado mano en su obra llamada: “El movimiento de Jesús antes de la Iglesia. Una interpretación liberadora de los Hechos de los Apóstoles”, comenta ampliamente este episodio:

“Pablo y Silas, en medio de la noche, estaban en oración cantando himnos a Dios. Es la actitud de los mártires en la noche de la persecución. Se produce entonces un terremoto que conmueve los cimientos mismos de la cárcel. Lo curioso es que se sueltan las cadenas de los presos, cosa que no sucede en ningún terremoto. Aquí se trata más bien de una intervención divina que conmueve los cimientos del sistema de opresión y rompe todas las cadenas. Es la oración de los mártires Pablo y Silas la que provoca la intervención de Dios.

Lucas nos informa que a los otros presos también se les soltaron las cadenas. Estos presos comunes son mencionados tres veces en el relato. Cuando son liberados, tampoco huyen de la cárcel, ya que están sobrecogidos por la intervención de Dios. Tal vez todo esto simboliza la solidaridad de Dios y de Pablo con los demás oprimidos por el Imperio Romano. Pablo salva la vida del carcelero, que quería suicidarse al creer que los presos se habían escapado. Esta liberación de la cárcel es la tercera en Hechos: en 5,17- 20 son liberados los apóstoles, en tanto que en 12,6-11 se trata de Pedro. En ambos casos los libera el Ángel del Señor, que en el caso de Pedro parece ser el propio Jesús. Aquí lo que libera es un terremoto, el cual tiene igualmente un carácter simbólico.

El carcelero, antes de hablar, realiza una serie de movimientos: pide luz para ver qué pasa, entra de un salto en la prisión, se arroja temblando a los pies de los misioneros, y luego los saca fuera de la cárcel (el texto occidental especifica que deja dentro a los otros presos). Después viene su pregunta: ¿qué tengo que hacer para salvarme? Los misioneros piden al carcelero fe en el Señor Jesús, para que se salve él y su casa. Enseguida le anuncian la Palabra del Señor a él y a todos los de su casa. Por último, tras lavar las heridas de Pablo y Silas, reciben el bautismo él y todos los de su casa. Después de todo esto, el carcelero les hizo subir a su casa y les preparó la mesa, donde posiblemente (no lo dice el texto) celebraron la Cena del Señor. Y así se alegró con toda su familia por haber creído en Dios.

El texto insiste cinco veces en la participación de toda la casa del carcelero en la fe y la salvación, el anuncio de la Palabra, el bautismo, la Eucaristía y el gozo. El carcelero y toda su casa han encontrado a Dios en la liberación de Pablo y Silas ¿Por qué esta insistencia en la casa? Porque ésta era la estructura básica de la ciudad. La casa  y su lógica o racionalidad eran la base de la ciudad  y la raíz de la ciudadanía. El Evangelio lo recibe personalmente el carcelero, pero al mismo tiempo todos los de su casa. Hay una encarnación personal y estructural del Evangelio en la ciudad. Es interesante, asimismo, notar el camino de salvación que siguen el carcelero y su casa: fe en el Señor Jesús - escucha de la Palabra del Señor - bautismo - Eucaristía - gozo….” (pp. 124-126).

El carcelero, creyendo que los prisioneros habían huido, estaba a punto de matarse, porque los carceleros pagaban con su propia vida la huida de los prisioneros, pero Pablo le gritó: “No te hagas ningún mal, estamos todos aquí” (Hech 16,27-28). El carcelero pregunta, entonces: “Señores, ¿qué tengo que hacer para alcanzar la salvación?” (v. 30). La respuesta es: “Cree en el Señor Jesús y te salvarás, tú y toda tu familia” (v. 31).

En ese momento se produce el cambio: en el corazón de la noche, el carcelero escucha la palabra del Señor con su familia, acoge a los apóstoles, les lava las heridas -porque les habían pegado- y recibe el bautismo junto a los suyos; luego, “preparó la mesa para festejar con los suyos la alegría de haber creído en Dios” (v. 34), e invita a Pablo y Silas a quedarse con ellos: ¡el momento del consuelo!

En el corazón de la noche de este carcelero anónimo, la luz de Cristo brilla y vence a las tinieblas: las cadenas del corazón caen y brota en él y en sus familiares una alegría nunca antes experimentada. Que tengamos un corazón abierto, sensible a Dios y hospitalario como el de Lidia y una fe audaz como la de San Pablo y Silas, como también una apertura del corazón, como aquel carcelero que se dejó tocar por el Espíritu Santo.

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