Además, este funcionario de la reina de Candaces (Etiopía), es un eunuco, es decir, un hombre castrado y mutilado (Hech 8,34.36.38.40) que, a los ojos de los judíos, era despreciable, pues era incapaz de formar una familia (ver Lev 21,20; Dt 23,1), tenido como impuro y no apto para el sacerdocio. Aun así, como esa limitante o discapacidad genital, quiso saber lo que leía en el texto bíblico y se lo preguntó a Felipe. El texto que estaba leyendo era el de Is 53,7-8, que forma parte del llamado Cuarto Cántico del Siervo del Señor (ver Is 52,13-53,12). Y Felipe, en cada uno de sus versículos, le hace descubrir a Jesús, el verdadero Siervo de Dios, pasando por el trago amargo de la pasión. Veamos:
- “En su humillación, le fue negada la justicia” (v. 33ª). Es el juicio inicuo tramado contra Jesús, en el cual se dieron lugar la humillación de su pasión y la negación de la justicia. Para Felipe, esto significa que Dios negó que ese juicio era justo, declarando a su Hijo inocente y sin culpa.
- “¿Quién podrá hablar de su descendencia?” (v. 33b). El siervo había muerto sin familia y descendencia, pero ¿cuál? Felipe contesta en el sentido de que el Siervo Jesús, gracias a su muerte y resurrección, llegó a tener una descendencia numerosa, formada por todos los creyentes que aceptaron su mensaje y lo reconocieron.
- “Ya que su vida es arrancada de la tierra (de los vivos)” (v. 33c). El Siervo doliente fue eliminado de este mundo; para para Felipe, esto significaba que la vida del Siervo Jesús, había sido elevada, es decir, ensalzada o exaltada por Dios en su resurrección (ver Filip 2,7-10).
Felipe había hecho una relectura de este texto conmovedor del profeta Isaías, aunque no menciona el tema del sentido vicario de los sufrimientos del Siervo, ni del sentido salvador de su pasión (de hecho, elimina los versículos 10-12 de Is 53, que sí presentan este valor redentor). Pero en su enseñanza habla de la resurrección de Jesús, como corona y triunfo de sus sufrimientos o humillaciones, sufridas el Viernes Santo. La Pasión y muerte que sufre Jesús, se transforma en triunfo, en victoria y vida gloriosa. Dios cambió la suerte de su Hijo, como cambia la suerte de los que sufren o son despreciados (ver Sal 126,4).
Aquel hombre entendió muy bien el texto de Isaías y la especial interpretación que el diácono Felipe había hecho. Si el Hijo de Dios fue considerado como un vil malhechor por los dirigentes de Israel, digno de la muerte en cruz, que en su vida había sido misericordioso con los pecadores y anunciado el Evangelio a los pobres y oprimidos, que trató con ellos y que a nadie discriminó (ver Lc 5,12-26; 7,36-50; 8,26-39; 14,7-11; 19,9-14); el eunuco podía esperar todo esto de Jesús, sin importar su “discapacidad sexual”, hecha por los hombres (ver Mt 19,12b).
Era claro para este funcionario que, en la comunidad cristiana no habría discriminaciones, que él podía engendrar una nueva familia, no por la vía paternal, sino por el cumplimiento de la palabra de Dios (Lc 8,21). Toda una novedad para su vida, aparentemente estéril y sin sentido. Por eso, quiere ser bautizado rápidamente e integrarse a la nueva comunidad. Y así lo consigue. Regresa feliz y contento, transformado en una nueva persona. Pasó de ser de un marginado familiar y social, de un despreciable hombre estéril y de un “temeroso de Dios” marginado, a ser miembro pleno del nuevo pueblo de Dios. Descubrió que Jesús resucitado lo había integrado a su nueva familia, la Iglesia, gracias a la Palabra de Dios, predicada y explicada por Felipe en el camino…