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María, la madre de Santiago y José

By Pbro. Mario Montes M. Septiembre 03, 2021

Siguiendo con las mujeres que acompañaron a Jesús en el Calvario, San Mateo nos cuenta lo siguiente: Había allí muchas mujeres que miraban de lejos: eran las mismas que habían seguido a Jesús desde Galilea para servirlo. Entre ellas estaban María Magdalena, María –la madre de Santiago y de José– y la madre de los hijos de Zebedeo (Mt 27, 55-56; ver también Mc 15,40-41).

Como vemos, se menciona, en primer lugar, a María Magdalena. La segunda mujer es María, la madre de Santiago y de José. A los lectores del Evangelio les resultará familiar a través de sus hijos.  No se trata, desde luego, de la madre de Jesús, sino la madre de dos hermanos (parientes) de Jesús llamados Santiago y José, mencionados en los Evangelios (ver Mt 13,55; Mc 6,3). Si hubiera sido la mamá de Jesús, entonces el evangelista la habría calificado como “madre de Jesús”. ¿Es la madre de Santiago, hijo de Alfeo, que los lectores conocen por la lista de los apóstoles en Mt 10, 3? No lo sabemos a ciencia cierta.

Algunas de esas “muchas mujeres” son las más conocidas, mencionadas por su nombre. María Magdalena, María la madre de Santiago y de José, y la madre de los hijos de Zebedeo. En Mt 28,1 aparecen María Magdalena y la “otra” María, una aún no mencionada. ¿Quién es ella? ¿Será María, madre de Santiago que estamos mencionando?, No lo sabemos. Pero era también discípula de Jesús. Al final son “muchas mujeres y tantas Marías...”

Es, al final del Evangelio de San Mateo, que se hace un resumen del seguimiento de las mujeres. Ellas están ahí. Son muchas mujeres. Venían siguiendo a Jesús desde Galilea. Desde el principio hasta el fin, en fidelidad y dedicación a Jesús y a sus discípulos. Contra todos los obstáculos. El seguimiento a Jesús se da mediante el servicio. Nuevamente esas dos palabras inseparables: discipulado y servicio. Ellas son discípulas, porque siempre mantuvieron esa unidad.

Ellas son las mayores, porque siempre sirvieron. Ellas son las primeras, porque siempre fueron consideradas las últimas. El servicio a Jesús se expresa en fidelidad, en amor al prójimo. Servicio realizado durante el camino, en todos los lugares. Peregrinación. Mujeres que todo lo dejaron para seguir a Jesús. En ese seguimiento, también el testimonio y proclamación. Todo eso es servicio y diaconía.

Y estaban allá, observando de lejos. La situación era muy peligrosa. Jesús había sufrido la pena de muerte romana, la crucifixión. Quien se aproximara a él era considerado por los poderosos, tan peligroso y subversivo cuanto él lo fuera. Las mujeres no estaban exentas de prisiones, torturas y pena de muerte. También ellas corrían peligro de sus vidas. Por eso observan de lejos. Escondidas, pero presentes en aquellos momentos decisivos. Quieren ver lo que pasa con su Emmanuel (ver Mt 1,22-23). No quieren abandonarlo. Necesitan saber hacia dónde será llevado. Por eso, se quedan con él acompañándolo en su sepultura (Mt 27,61).

Pues bien, se piensa que María, la madre de Santiago y José, al igual que la madre de los hijos de Zebedeo (probablemente Salomé como veremos), era una mujer viuda o bien su esposo no pertenecía a la comunidad de fe. Es probable que ella dispusiera de bienes, siendo rica, para servir y atender a Jesús con ellos, en su ministerio allá en Galilea (ver Lc 8,1-2). Ella irá al sepulcro en la mañana de Pascua, para embalsamar el cadáver de Jesús (Mt 28,1; Mc 16,1-3), junto con María Magdalena.

Podemos pensar que María era una mujer sencilla, que tuvo la dicha de conocer y escuchar a Jesús allá en Galilea, en seguirlo con dedicación y disponibilidad. Una mujer noble, humilde y generosa. Jesús hubo de necesitar de sus servicios como misionero del Reino de Dios. Y así lo hizo María que, con el resto de las mujeres galileas, lo acompañó valientemente hasta la cruz y quiso cerciorarse de su destino final.  Todas ellas ofrecieron sus bienes para financiar la propagación de la Buena Noticia. Desde la perspectiva femenina, la mujer sabía lo que es el desprendimiento y conocía lo que significa llevar adelante una tarea, con las implicaciones económicas propias de la alimentación y otras necesidades básicas del grupo de Jesús, que lo había dejado todo.

Esta actitud de la mujer de entrega generosa y poco apego a los bienes económicos, es mencionada varias veces en los Evangelios (ver Mc 12,44; Mt 26, 6-13; Lc 7, 36-50). En contraposición, los Evangelios muestran la actitud de algunos varones: por ejemplo, la del joven rico (Mc 10, 21-22) que no sigue a Jesús por sus riquezas y el enojo de los discípulos que reprendieron a la mujer de Betania por comprar un caro perfume para ungir a Jesús (Mt 26,8). Dentro del ambiente patriarcal israelita, la actitud de las mujeres de fe era inaudita. En una sociedad que las segregaba en lo doméstico, era inconcebible su renuncia y salida de los límites socioculturales, para entregarse al anuncio evangelizador.

María y sus compañeras hoy nos enseñan la generosidad y la disposición para cooperar con Jesús y con la Iglesia, en sus diversas tareas eclesiales, tanto de ayer como hoy, con los bienes y carismas que tengamos, sea como varones o mujeres  ¿Las imitaremos?

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