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Un centurión romano

By Pbro. Mario Montes M. / Animación bíblica, Cenacat Agosto 20, 2021

Los evangelistas San Mateo, San Marcos y San Lucas, excepto San Juan, cuentan que, al momento de morir y viendo cómo había expirado Jesús (en medio de fenómenos cósmicos impresionantes, según Mt 27,54), los judíos no los comprendieron, pero sí lo comprendió un centurión romano (Mc 15, 39), que proclamó, al pie de la cruz, que aquel crucificado es el Cristo, el Hijo de Dios (Mc 15,39). La formulación que hace dicho centurión romano es idéntica con la confesión cristiana de la fe, presentada al comienzo del Evangelio de San Marcos (Mc 1,1).

San Lucas lo presenta de otra manera (Lc 23, 47), al exclamar el capitán que el ejecutado era un hombre "justo", en el sentido de "inocente", pues la manera de como muere Jesús, le revela a este oficial, que Jesús no podía haber cometido el crimen que se le acusaba, como ya lo había reconocido antes aquel “buen ladrón” (Lc 23,41). San Mateo (27,54) se mantiene en la línea de San Marcos, precisando aún más la confesión de la fe cristiana, pero suprimiendo  la expresión "hombre". Por eso, aunque este centurión romano aparece casi al final de la Pasión del Señor, acompañándolo en su muerte tan singular, es uno de los protagonistas que hoy conoceremos.

Los evangelistas no nos dan mayores informes sobre este hombre, solo que era un centurión. El centurión era un oficial del ejército romano que contaba con mando táctico y administrativo. Los candidatos eran escogidos por sus cualidades de resistencia, fortaleza y capacidad de mando, además de contar con considerable influencia y responsabilidad.​ Se les consideraba la espina dorsal del ejército.​ Los centuriones comandaban una centuria, formada por 80 hombres, en función de las fuerzas en el momento dado y de si la centuria pertenecía o no a la Primera Cohorte.

Cada cohorte estaba formada por seis centurias, excepto la primera, que contaba con cinco, pero contenía el doble de hombres en cada una de ellas.​ Solían o podían ascender al puesto de centurión desde simples soldados rasos a base de méritos de guerra. Fue una tropa romana o cohorte, la que había apresado a Jesús en Getsemaní, según San Juan (Jn 18,3.12). El Papa San Juan Pablo nos ofrece una bella catequesis sobre la persona del centurión en el Calvario, al decir lo siguiente:

“El Evangelista Marcos escribe que, cuando Jesús murió, el centurión que estaba al lado viéndolo expirar de aquella forma, dijo: 'Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios' (Mc 15,39). Esto significa que en aquel momento el centurión romano tuvo una intuición lúcida de la realidad de Cristo, una percepción inicial de la verdad fundamental de la fe.

El centurión había escuchado los improperios e insultos, que habían dirigido a Jesús sus adversarios, y, en particular, las mofas sobre el título de Hijo de Dios, reivindicado por aquel que ahora no podía descender de la cruz, ni hacer nada para salvarse a sí mismo. Mirando al Crucificado, quizá ya durante la agonía, pero de modo más intenso y penetrante en el momento de su muerte, y quizá, quién sabe, encontrándose con su mirada, siente que Jesús tiene razón.

Si, Jesús es un hombre, y muere de hecho; pero en ÉI hay más que un hombre, es un hombre que verdaderamente, como él mismo dijo, es Hijo de Dios. Ese modo de sufrir y morir, ese poner el espíritu en manos del Padre, esa inmolación evidente por una causa suprema a la que ha dedicado toda su vida, ejercen un poder misterioso sobre aquel soldado, que quizá ha llegado al Calvario tras una larga aventura militar y espiritual, como ha insinuado algún escritor, y que en ese sentido puede representar a cualquier pagano que busca algún testimonio revelador de Dios.

El hecho es notable también porque, en aquella hora, los discípulos de Jesús están desconcertados y turbados en su fe (Cfr. Mc 14,50; Jn 16,32). El centurión, por el contrario, precisamente en esa hora, inaugura la serie de paganos que, muy pronto, pedirán ser admitidos entre los discípulos de aquel Hombre en el que, especialmente después de su resurrección, reconocerán al Hijo de Dios, como lo testifican los Hechos de los Apóstoles. El centurión del Calvario no espera la resurrección: le bastan aquella muerte, aquellas palabras y aquella mirada del moribundo, para llegar a pronunciar su acto de fe. ¿Cómo no ver en esto el fruto de un impulso de la gracia divina, obtenido con su sacrificio por Cristo Salvador a aquel centurión?

El centurión, por su parte, no he dejado de poner la condición indispensable para recibir la gracia de la fe: la objetividad, que es la primera forma de lealtad. Él ha mirado, ha visto, ha cedido ante la realidad de los hechos y por eso se le ha concedido creer. No ha hecho cálculos sobre las ventajas de estar de parte del sanedrín, ni se ha dejado intimidar por él, como Pilato (Cfr. Jn 19, 8); ha mirado a las personas y a las cosas y ha asistido como testigo imparcial a la muerte de Jesús. Su alma en esto estaba limpia y bien dispuesta. Por eso le ha impresionado la fuerza de la verdad y ha creído. No dudó en proclamar que aquel hombre era Hijo de Dios. Era el primer signo de la redención ya acaecida…” [Catequesis del Papa San Juan Pablo II. Fecundidad de la muerte redentora de Cristo (14.XII.88)]

Aquel centurión pagano, al igual que el centurión de Cafarnaún (Mt 8,5-13; Lc 7,1-10), como también Cornelio de Cesarea (Hech 10), nos muestran que la salvación tiene alcance universal, pues Cristo ha muerto por todos. Ellos serán los primeros en recibir las primicias de la salvación, el Evangelio de Cristo, pues, como sabemos, los judíos no se abrieron a la predicación apostólica, en el tiempo en que san Pablo se dirigió a ellos: “A ustedes debíamos anunciar en primer lugar la Palabra de Dios, pero ya que la rechazan y no se consideran dignos de la vida eterna, nos dirigimos ahora a los paganos” (Hech 13,46). Él nos invita a confesar nuestra fe en el Señor Jesucristo, Hijo de Dios.

 

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