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Las hijas de Jerusalén

By Pbro. Mario Montes M. / Animación bíblica, Cenacat Junio 28, 2021

Bien sabemos que las mujeres tuvieron parte muy activa en la Pasión del Señor. Desde aquella mujer de Betania que lo ungió, pasando por la esposa de Pilato, Claudia Procla, hasta María su madre y las que lo acompañaron a la cruz, no faltaron a su viacrucis. Hoy veremos cómo Jesús consuela a las mujeres de Jerusalén, camino al Calvario. La Iglesia recuerda su encuentro con ellas en la VIII Estación del Viacrucis:

Cuando lo llevaban, detuvieron a un tal Simón de Cirene, que volvía del campo, y lo cargaron con la cruz, para que la llevara detrás de Jesús. Lo seguían muchos del pueblo y un buen número de mujeres, que se golpeaban el pecho y se lamentaban por él.  Pero Jesús, volviéndose hacia ellas, les dijo: “¡Hijas de Jerusalén!, no lloren por mí; lloren más bien por ustedes y por sus hijos. Porque se acerca el tiempo en que se dirá: "¡Felices las estériles, felices los senos que no concibieron y los pechos que no amamantaron!" Entonces se dirá a las montañas: "¡Caigan sobre nosotros!", y a los cerros: "¡Sepúltennos!" Porque si así tratan a la leña verde, ¿qué será de la leña seca?”  (Lc 23,26-31)

 

Un séquito de mujeres

 

El pasaje evangélico de las mujeres de Jerusalén, que acompañan a Jesús en su viacrucis, lo ubicamos dentro del relato lucano de la Pasión del Señor (Lc 22-23), en el cual Jesús es seguido por el pueblo, por el Cireneo y aquellas mujeres compasivas. En este camino hacia la muerte, todos ellos manifiestan su buena disposición hacia él, en contraste con los jefes políticos y religiosos, los verdugos que lo crucifican, los soldados que lo rodean y el malhechor crucificado que lo insulta (Lc 23,33-39). Aquellas mujeres lo compadecen como hombre justo, rey y profeta, que va hacia su muerte. Pero el Señor las invita a ellas a llorar por ellas mismas y por sus hijos, anunciando, a la vez, la caída de Jerusalén. Veamos:

 

  • “Y un buen número de mujeres, que se golpeaban el pecho y se lamentaban por él”. La costumbre de llorar en los duelos del pueblo judío, era común y corriente, en especial, de las mujeres que, con gritos desgarradores y gestos de duelo, tomaban parte en estos rituales fúnebres (Mt 9,23). Pero en el caso de los condenados a muerte, estas manifestaciones estaban prohibidas (Dt 21,22). Pero estas mujeres se conduelen por Jesús. Este llanto, acompañado de golpes de pecho en señal de duelo, nos recuerdan el canto fúnebre del rey David, en ocasión de la muerte del primer rey de Israel, Saúl, y de su hijo Jonatán, en el cual David invita a las mujeres de Israel a llorar por Saúl (2 Sam 1,24). Además que, al lamentarse por Jesús, se cumple la profecía del profeta Zacarías: “Se lamentarán por él como por un hijo único y lo llorarán amargamente como se llora al primogénito” (Zac 12,10b). Jesús es el hijo único y amado, llorado como profeta y como rey humillado.

 

  • “¡Hijas de Jerusalén!, no lloren por mí; lloren más bien por ustedes y por sus hijos” (v.28, ver Is 3,16). Jesús se vuelve a aquellas mujeres, hijas de Sión como dice Isaías, para agradecerles sus lágrimas, pero las invita a llorar por ellas y por sus hijos. En el día que entró a la ciudad, él había llorado por Jerusalén (Lc 19,41-44), por no haber reconocido el momento de la visita de Dios y anunciándole su trágico final, como luego lo profetizará en su discurso sobre el fin del templo y de la ciudad santa, al ser destruida, años después, a manos de los ejércitos romanos (Lc 21,20-22). En este mismo sentido, les anuncia a las mujeres, con acentos proféticos, los días de tribulación y sufrimiento que le aguardan a sus habitantes, cuando la ciudad santa de Jerusalén fue destruida en el año 70 d. C.

 

Algunos han pensado que ellas simplemente eran “lloronas pagadas” o plañideras. Pero ni caricatura alguna, ni actuación ni oficio pagado, tenemos en el llanto de las mujeres que siguen a Jesús hasta el Gólgota. Los amigos y discípulos más cercanos, habían dejado solo al Maestro. Pero estas mujeres, con su dolor genuino y su compasión, van detrás de él. Ante el dolor, huir es una posibilidad. Ante la autoridad que condena, esconderse es una de las opciones. Estas mujeres optaron por quedarse y caminar. Su presencia y su compañía no es más que puro amor y compasión, porque ya no se puede hacer nada por el amigo y maestro. Solamente estar con él. Y con el llanto, expresar el dolor y el sentimiento, ante el Señor que saca su tiempo, para dirigirles unas palabras de consuelo y de misericordia. El Papa Francisco, en su viacrucis con los jóvenes de Panamá, decía lo siguiente:

“Las mujeres de Jerusalén tienen la virtud de ofrecernos el esplendor de la gracia y de las virtudes de las mujeres bíblicas que las antecedieron: Eva, Sara, Rebeca, Raquel, Judit, Esther, Noemí, Rut... De las que, como ellas, compartieron aquel tiempo de bendición junto a Jesús: Isabel, María de Magdala, Salomé; de las que en la historia de la fe han sido estrellas luminosas en el camino de la Iglesia: Madres, Mártires, Doctoras, Fundadoras, Misioneras. Hoy siguen mostrando el rostro generoso, tierno, dulce que el mundo tantas veces desprecia e ignora…” (Vía Crucis de la JMJ Panamá 2019, 25 de enero 2019)

 

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