
A quienes hemos crecido en la zona rural, desde la infancia, nos enseñaron a amar, cuidar y respetar a los animales en especial a los perros y gatos como parte de nuestra familia, recuerdo a nuestro amado Barry, ¿por qué nuestro?, porque era el perro de Nena y de Henry, pero también nuestro, porque lo amábamos y nos amaba, murió por consecuencias naturales, llego a vivir muchos años, hasta funeral le hicimos y sufrimos su pérdida, era parte de nuestras vidas.
Antes de ser padre sufrí una cirugía muy compleja por causa de un grave sangrado digestivo, llamada piloroplastía, es una cirugía para ensanchar la abertura en la parte inferior del estómago (píloro), de manera que los contenidos estomacales se puedan vaciar al intestino delgado (duodeno). El píloro es un área muscular gruesa. Con una vagotomía supraselectiva, intervención quirúrgica que consiste en la sección de las ramas de los vagos anterior y posterior que van al fundus y cuerpo gástrico.
De esta forma, se logra el mismo efecto antiácido que la vagotomía troncular, sin eliminar la función motora de los vagos, para el vaciamiento gástrico, de modo que no se necesita asociar un procedimiento de drenaje del estómago denervado.
Todo este proceso lo viví mientras radicaba fuera del país, completamente solo sin apoyo familiar, solamente con la ayuda de un ángel humano llamado Teresita quien me cuidó como un hijo. Tenía miedo, mucho miedo, de los riesgos de ese proceso quirúrgico, un enfermero me preguntó si yo amaba los animales, en especial a los perros, le dije que, si y le conté la historia de Barry y de otros perros que conocí y amé en la niñez, me invitó asistir a un proceso terapéutico llamado caninoterapia.
Mi nombre es Daniel Josué Ruiz Castillo. Nací el 13 de junio de 1997 en el hospital Carlos Luis Valverde Vega, en San Ramón de Alajuela. Desde entonces vivo en el cantón de Palmares. Fui criado en el seno de una familia católica. Mis abuelos y abuelas siempre fueron personas de mucha fe, y de práctica religiosa constante. Mis papás siempre nos llevaban a Misa todos los domingos y rezábamos todas las noches, aunque fuera un misterio del Rosario. Sin embargo, no participábamos en ningún grupo de la Iglesia.
Tenía las pastillas para abortar en la mesa, pero decidió no tomarlas, eran muchas emociones juntas, optó por tomar un baño de agua fría, abrió la ducha, justo cuando acercaba su mano al chorro para aclimatarse sintió por primera vez en su vientre una leve patadita, su bebé se estaba moviendo, y entonces lloró.
Milagro dijo sí a la vida y hoy es madre de dos niñas. Su historia puede ser la de muchas mujeres jóvenes que enfrentan un embarazo inesperado en medio de una situación difícil.
Ella fue dada en adopción a una pareja de estadounidenses, poco después de cumplir los 18 años se independizó. En algunos aspectos era muy madura para su edad, pero reconoce que desconocía muchas cosas, por ejemplo, algo tan sencillo como tomar un autobús.
Todo iba bien, estudiaba en la universidad, tenía novio y buena situación económica. Sin embargo, días después de terminar con su pareja descubrió que estaba embarazada. Era una noticia inesperada.
Sin una familia cerca, sin una red de apoyo y sin pareja, sentía que traer un hijo al mundo en ese momento no era lo mejor. ¿Cómo iba a cuidar a su bebé si tenía que trabajar? ¿Qué podía saber ella de criar a una niña pequeña? ¿Quién iba a ayudarla si necesitara algo?
Buscó en internet. Encontró dos sitios donde ofrecían ayuda a mujeres que quisieran abortar. Programó una cita en ambos para el mismo día, buscaba la alternativa más rápida y efectiva.
Primero se vio con alguien que le dio una bolsa de pastillas. Luego, llegó a lo que parecía una clínica, pero en realidad se trataba del Instituto Femenino de Salud Integral IFEMSI, un lugar dedicado, entre otras cosas, a brindar apoyo a mujeres con un embarazo inesperado.
Una colaboradora le explicó cómo es el crecimiento de un bebé desde la concepción, el procedimiento para realizar un aborto, así como las consecuencias físicas y emocionales.