Esta frase del Evangelio (Mt 25,36) resuena en el corazón de quienes, dentro de la Iglesia, han hecho suyo el apostolado de la Pastoral Penitenciaria. Hombres y mujeres que sirven a Cristo en las cárceles del país, llevando esperanza donde todo parece perdido, y animando una fe capaz de transformar los corazones y convertir el mal en bien, porque “donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia” (Rm 5,20).
"Visité a un amigo de la infancia"
Un día, Roberto fue a la cárcel a visitar un amigo de la infancia. Cuando vio las condiciones en las que estaba este hermano quedó impactado. Quería hacer algo. Meses después alguien le habló sobre la Pastoral Penitenciaria y así empezó un servicio desde hace 15 años.
Roberto Hasbun cuenta que no siempre fue un católico comprometido, apenas iba a Misa los domingos y se confesaba de vez en cuando. Como se encarga de administrar una finca, una vez un sacerdote le pidió prestada una burra para una procesión de Semana Santa, así comenzó a participar e involucrarse más en la vida parroquial.
“Como discípulo del Señor he dejado cosas que me alejaban de Él, pero han sido los mejores 15 años de mi vida, con problemas y todo, pero muy satisfecho”, afirmó en diálogo con el Eco Católico. Justamente, Roberto comenzó su servicio en la Pastoral Penitenciaria en el Centro de Atención Integral CAI Marcus Garvey, en Limón, en el año 2010.
En ese entonces, el ingreso era mucho más sencillo que ahora, según cuenta. Se podía llevar equipo como computadoras y proyectores, así como organizar actividades con frecuencia. Además, las visitas eran semanales, hasta dos veces por semana, y podían compartir dos o tres horas con los reclusos.
Actualmente, los servidores de Pastoral Penitenciaria solo pueden entrar a los presidios una vez al mes, tienen prohibido ingresar con dispositivos electrónicos y apenas cuentan con un espacio de una hora para llevar a cabo sus actividades, y en ocasiones hasta menos de ese tiempo.
Esto se debe, sobre todo, a cambios en las políticas de seguridad y la falta de personal. Lamentablemente, se trata de medidas que limitan la labor pastoral y la atención espiritual que se brinda a la población carcelaria.
Por ejemplo, antes se podían abrir espacios para impartir la Catequesis de Iniciación Cristiana, algo que con las restricciones actuales es prácticamente imposible llevar a cabo.
Roberto respeta estas normas, pues comprende que están relacionadas con temas de seguridad y la cantidad de personal penitenciario. Igualmente, en la actualidad hay más grupos de otras confesiones religiosas, con las cuales hay que dividir el tiempo.
Otra diferencia importante es que antes los servidores de Pastoral Penitenciaria podían dividirse y visitar todos los pabellones. Desde hace unos años únicamente pueden ir a los sectores que los funcionarios penitenciarios les indican.
Como sea, con alegría y compromiso, estos hermanos van a compartir la fe con los privados de libertad del CAI Marcus Garvey, una vez al mes, los miércoles, de 4:00 p.m. a 5:00 p.m.
La Pastoral Penitenciaria es la acción de la Iglesia en el ámbito penitenciario, a la luz de las Sagradas Escrituras y el Magisterio. Su objetivo es colaborar en la formación de la conciencia, la vivencia de la fe y la promoción humana integral de las personas privadas de libertad.
Fuertes experiencias
En estos 15 años, Roberto ha acumulado muchas experiencias. Recordó a un muchacho, que venía de la Zona Indígena de Talamanca y cumplía una pena de 50 años, pues estuvo cerca de matar a su esposa tras descubrir su infidelidad, él mismo decía que solo Dios impidió que ella muriera aquel día.
“Este joven pasaba deprimido en su celda, un día un compañero (de Pastoral Penitenciaria) le entregó una estampita de la Virgen con una oración, él (el recluso) empezó a orar, se acercó a la Pastoral”, contó.
Y agregó: “Empezó a estudiar, cuando llegó era prácticamente analfabeto y llegó a ser estudiante universitario, no terminó porque falleció”, se lamentó Roberto.
En este punto, el servidor recordó que una vez organizaron una Catequesis de Iniciación Cristiana que duró tres años y se apuntaron unos 30 prisioneros, de estos seis perseveraron hasta el final. Esta reducción se debe, en parte, a que constantemente hay traslados a otros centros penales.
Roberto también compartió que en una ocasión, en un pabellón, estaba un reo que había sido pastor evangélico y siempre los cuestionaba, ponía en duda lo que decían, sobre todo cuando hablaban de la Virgen María. Los colaboradores de la Pastoral atendían sus consultas, pero sla actitud de este reo era muy agresiva y confrontativa.
Sin embargo, siempre tuvieron paciencia y disposición para aclarar sus dudas. Este recluso comenzó a participar y a escuchar más atentamente, a tal punto que decidió volver a la Iglesia Católica. Iba a Misa, se confesaba y hasta rezaba el Rosario con ellos.
Sobre esto, Roberto afirma que solo de la mano de Dios ocurren estas cosas, porque por él mismo algo así no hubiera sido posible. También aprovechó para referirse a las necesidades emocionales, espirituales y materiales de la población carcelaria.
Precisamente, la Pastoral Penitenciaria del CAI Marcus Garvey llevó a cabo recientemente una campaña de recolección de artículos de higiene personal para unos 120 reclusos de este centro penal que no reciben visitas.
Es común que muchos reos, sobre todo aquellos que no reciben visitas de familiares o amigos, carezcan de cosas como papel higiénico, ropa interior, toallas, papel higiénico, prestobarbas y otras.
Las personas que deseen colaborar con la Pastoral Penitenciaria del CAI Marcus Garvey pueden llamar al 2758-5440 o ir personalmente a la oficina parroquial de la Catedral de Limón.
“Como discípulo del Señor he dejado cosas que me alejaban de Él, pero han sido los mejores 15 años de mi vida, con problemas y todo, pero muy satisfecho”. Roberto Hasbun - Servidor de la Pastoral Penitenciaria
Más de 30 años de servicio
“Estuve en la cárcel y me visitaste” (Mt. 25, 36). Esa frase del Evangelio de San Mateo caló profundamente en Carlos Cuadra Lacayo hace ya más de 30 años. Era un llamado de Dios y él quiso responder.
Cuenta que simplemente decidió ir al CAI Marcus Garvey y ponerse a la orden. Luego, en 2002 entró formalmente a formar parte de la Pastoral Penitenciaria. La experiencia lo ha marcado y, a pesar de que por motivos de salud ya no puede ir al Centro Penal, sigue colaborando del modo que puede hacerlo.
Don Carlos señala que hay muchos prejuicios contra los privados de libertad y que a veces eso provoca que algunas personas pareciera que olvidaran que también son seres humanos. Expone que él ha tratado con todo tipo de reclusos, desde aquellos que cumplen penas por crímenes sumamente graves, como un homicidio, hasta otros que están por delitos menores, como un hurto o el no pago de una pensión alimentaria.
Agrega que se ha encontrado con muchas personas que están completamente arrepentidas por el daño que provocaron y buscan redención, pero que también hay quienes no tienen mayor interés en ese sentido.
El mismo don Carlos reconoce que al principio él tenía un “sesgo negativo” respecto a la población carcelaria y no imaginó toda la necesidad que hay del amor de Dios en estos lugares. “Uno se encuentra personas que cometieron un error, como también uno podría cometerlo”, dijo.
Este servidor trabajó durante 26 años como locutor de Radio Bahía, a cargo del Programa Buenas Noticias y Alabanzas al Señor. Fue editor del Boletín Religioso El Sembrador y fue también Ministro Extraordinario de la Comunión.
“Uno se encuentra personas que cometieron un error, como también uno podría cometerlo”. Carlos Lacayo - Servidor de la Pastoral Penitenciaria
“Las cárceles necesitan humanizarse”
El 7 de febrero del 2018, el Papa Francisco recibió en audiencia al personal del Centro Penitenciario Regina Coeli, de Roma. En dicho encuentro, el pontífice dirigió un mensaje en el que describe la visión de la Iglesia sobre cómo llevar adelante la misión evangelizadora en los entornos penitenciarios.
“La prisión es un lugar de pena en el doble sentido de castigo y sufrimiento, y necesita mucha atención y humanidad”, comenzó el Papa. “Es un lugar -constató- donde todos, la policía penitenciaria, los capellanes, los educadores y voluntarios, están llamados a la difícil tarea de curar las heridas de quienes, debido a los errores cometidos, se encuentran privados de la libertad personal”.
En este sentido, apuntó, “es bien sabido que una buena colaboración entre los diferentes servicios en la prisión es un gran apoyo para la rehabilitación de los reclusos”. Sin embargo, denunció que debido a la falta de personal y al hacinamiento crónico, “esa tarea laboriosa y delicada corre el riesgo de verse en parte frustrada”.
“Nadie puede condenar a otro por los errores que ha cometido, ni mucho menos infligir sufrimientos que ofenden la dignidad humana”, continuó Francisco. Por el contrario, dijo, “las cárceles necesitan humanizarse cada vez más y es doloroso escuchar, en cambio, que muchas veces se las considera lugares de violencia e ilegalidad, donde abundan las maldades humanas”.
“No debemos olvidar que muchos presos son pobre gente, no tienen referencias, no tienen seguridad, no tienen familia, no tienen los medios para defender sus derechos, están marginados y abandonados a su destino. Para la sociedad los reclusos son individuos incómodos, son un descarte, una carga. Es doloroso, pero el inconsciente colectivo nos conduce a ello”, dijo.
“Pero la experiencia muestra que la cárcel, con la ayuda de los operadores penitenciarios, puede convertirse verdaderamente en un lugar de rescate, de resurrección y de cambio de vida; y todo esto es posible a través de itinerarios de fe, de trabajo y de formación profesional, pero sobre todo de cercanía espiritual y de compasión, siguiendo el ejemplo del buen samaritano, que se inclinó para cuidar a su hermano herido. Esta actitud de proximidad, que encuentra su raíz en el amor de Cristo, puede favorecer en muchos reclusos la confianza, la conciencia y la certeza de ser amados” concluyó el Papa.