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Miércoles, 15 Octubre 2025
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Quiero saber, mami, ¿por qué no fui un niño amado?

By Willy Chaves Cortés, OFS Orientador Familiar, UJPll / Doctor en Humanidades, UPF Agosto 03, 2025

Querida mamá,

Ayer en mi cumpleaños número 52, quise abrirte mi corazón y hablar contigo de una manera sincera y llena de esperanza. Quiero entender, quiero perdonar y, sobre todo, quiero que sepas cuánto te he amado a lo largo de toda mi vida.

Desde niño, mi alma cargó con heridas que hoy todavía duelen, heridas que nunca supe expresar en su momento y que, con el paso del tiempo, se han convertido en una parte profunda de mi historia.

“Perdonar no cambia el pasado, pero sí transforma el futuro.” Estas palabras del teólogo y escritor Lewis B. Smedes resumen muy bien lo que siento hoy.

Porque, aunque llevo años cargando esas heridas, también sé que el perdón es el camino hacia la paz interior. Y hoy, quiero que tú también sepas que te perdono, mamá, porque entiendo que tú, como yo, también fuiste víctima de circunstancias difíciles, de heridas que quizás nunca sanaron por completo.

Desde que tengo memoria, la palabra “amor” parecía lejana en mi vida. Recuerdo que en muchas ocasiones me dijeron, de forma dura y cruel, la causa de mi adopción.

Me explicaron con palabras frías que mi llegada al mundo era un problema, una carga que no merecía ser amada. Esas palabras, que en aquel momento parecieron pequeñas y sin importancia, se quedaron grabadas en mi memoria y en mi corazón, como una sentencia que nunca se borró.

“Lo que no se sana en el corazón, tarde o temprano, se refleja en la vida.” Y así fue.

La falta de amor y protección en mi infancia me llevó a sentir un vacío profundo, un dolor que parecía imposible de llenar. La violencia, las humillaciones y los golpes que recibí de mis hermanos adoptivos —y que en su momento también sentí como un rechazo de parte de mi propia familia— dejaron marcas invisibles que todavía hoy duelen. Las noches en que, por miedo, me orinaba en la cama hasta los once años, fue un reflejo de ese miedo que se apoderaba de mí y que no podía controlar.

¿Alguna vez te preguntaste, mamá, qué pasa por la mente de un niño que solo busca amor y protección? ¿Alguna vez pensaste en ese pequeño que lloraba en silencio, que solo quería que lo quisieran?

La respuesta, quizás, quedó en silencio, en un rincón de tu corazón, o en la indecisión de no saber qué hacer frente a un mundo que parecía cruel y despiadado. Pero yo, en mi interior, siempre guardé esa pregunta: ¿Por qué no fui un niño amado?

Recuerdo también escenas que marcaron mi historia de manera indeleble. Hernán, mi tío abuelo, que vivía en casa, me quitó la ropa y me sentó en un hormiguero para que las hormigas me destrozaran mis partes íntimas.

Esa escena, que en su momento fue un acto de crueldad, quedó grabada en mi memoria como una de las heridas más profundas que llevo en mi alma. La impotencia, el miedo y la tristeza se mezclaron en ese momento, y aún hoy, en la distancia, me pregunto cómo pudo un adulto hacerle eso a un niño.

“Lo que no se expresa en palabras, se expresa en heridas que dejan huellas imborrables.” La crueldad y el maltrato que viví en mi infancia me llevaron a buscar soluciones desesperadas.

La más grave fue querer desaparecer, quitarme la vida en varias ocasiones. Recuerdo que, en aquella habitación lúgubre, dormido sobre un colchón de paja que picaba y me hacía llorar, reclamaba a Dios por mi suerte.

La noche era mi única compañía, y en ella lloraba, preguntándole por qué me había tocado vivir así.

“Todo sufrimiento, por grande que sea, tiene un propósito: enseñarnos a valorar la belleza del amor y la esperanza.” Estas palabras del Papa Francisco me dan fuerza para seguir creyendo en que, aun en medio del dolor, hay una luz que nunca se apaga.

Porque, a pesar de todo, en mi corazón siempre hubo una chispa de esperanza: la esperanza de que algún día entendería, perdonaría y sanaría esas heridas.

Mi historia también tiene un capítulo en el que la enfermedad de mi madre biológica y el abandono de mi padre marcaron aún más mi destino.

Por una grave enfermedad de ella, uno de mis tíos cuidó de mí, y en ese proceso, también supe que, como mi padre biológico, no acepto darme en adopción de forma directa. Cuando apenas era un bebé, dejaron de alimentarme y me entregaron a ti en medio de una situación desesperada, en una calamidad que nunca debió haberle tocado a un niño.

“Cada herida lleva en sí la semilla de la sanación.” A lo largo de los años, esa semilla ha ido creciendo en mí, y hoy puedo decir que decidí estudiar y dedicarme a trabajar con la niñez, con la firme intención de prevenir que otros niños vivan las heridas y el sufrimiento que yo soporté en mi infancia. Porque sé, con certeza, que el amor puede sanar heridas profundas, y que la esperanza siempre renace si estamos dispuestos a perdonar y a seguir adelante.

Mamá, hoy quiero decirte que te perdono.

Sé que tú también fuiste víctima de violencia, de golpes y de crueldad. Sé que ese hombre cruel, al que yo llamaba papi, me odiaba tan intensamente. Pero también sé que en tu corazón había heridas que quizás nunca sanaron del todo.

“Perdonar no significa olvidar, sino entender que el perdón es un acto de amor que libera el alma.” Y en mi corazón, solo hay amor y perdón. Porque sé que la historia que vivimos no define quiénes somos, sino quiénes podemos llegar a ser.

Solo uno de tus hijos, solo uno, dejó en mí recuerdos hermosos. Fue ese hermano que me quiso, que me cuidó y que fue mi ejemplo en medio del caos. Pero Dios se lo llevó demasiado pronto, y aunque su partida me llenó de tristeza, también me enseñó que el amor verdadero es el que perdura más allá de la muerte.

“El amor no muere, solo se transforma y permanece en la memoria y en el corazón de quienes amamos.” Aprendí que, a pesar de todo, el amor puede sanar heridas y que la esperanza siempre puede renacer si decidimos perdonar y seguir adelante.

Hoy, en mis 52 años, quiero decirte que no guardo rencores.

Que en mi corazón solo hay gratitud por la vida que me diste, aunque esa vida no fue perfecta.  Porque esas heridas me enseñaron a ser fuerte, a valorar la sanación y a entender que, en medio del dolor, también hay una oportunidad para crecer.

“Cada cicatriz en nuestro cuerpo y en nuestra alma cuenta una historia de lucha, de resistencia y de amor.” Y esa historia, aunque marcada por el sufrimiento, también es una historia de esperanza. Porque he decidido construir mi camino con fe, amor y perdón.

Y sé que, en definitiva, todos somos seres humanos con heridas que quizás nunca entenderemos por completo, pero que podemos aprender a sanar si elegimos amar y perdonar. Mami, por favor, nunca olvides que fui un niño que nunca conoció el amor incondicional.

Pero también quiero que sepas que, a pesar de todo, he decidido seguir luchando, creyendo en la posibilidad de sanar y de encontrar esa paz que solo el amor puede brindar. Porque la sanación comienza en el perdón, y el perdón es la llave para liberarnos del peso del pasado.

“Perdonar no cambia el pasado, pero sí transforma nuestro futuro en un camino de paz y esperanza.” Y en ese camino, quiero que tú también puedas encontrar la paz y la sanación que quizás nunca tuviste en tu infancia.

Este es mi mensaje para ti, mamá, desde lo más profundo de mi corazón. Y también, mi mensaje para todos los que han vivido heridas similares. Porque sé que, en medio del dolor, siempre hay una oportunidad para sanar, para perdonar y para amar.

Y que, aunque el pasado nunca se puede cambiar, el futuro siempre puede ser mejor si elegimos el amor y la esperanza. Gracias, mamá, por darme la vida.

Gracias por las heridas que me enseñaron a ser más fuerte y más compasivo. Gracias por las lágrimas que me ayudaron a valorar la felicidad y la paz. Y, sobre todo, gracias por permitirme llegar a entender que, aunque nunca fui un niño amado en mi infancia, puedo ser un hombre lleno de amor, de perdón y de esperanza.

Porque sé que la sanación empieza en nuestro corazón, y que el amor siempre triunfa sobre el dolor.

Hoy, a mis 52 años, comprendo que mi camino no ha sido fácil, pero que cada paso que he dado me ha llevado a fortalecer mi espíritu y a entender que el perdón es la llave para liberarnos de las cadenas del pasado. No puedo cambiar lo que ocurrió, pero sí puedo decidir cómo vivir ahora.

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