El desafío para nosotros es crear espacios educativos que sean verdaderos centros de formación en valores, donde el amor cristiano sea la base de toda interacción.
El Venerable Obispo Luis Amigó, quien en su juventud fundó en Valencia, España, los Frailes Terciarios Capuchinos, también dejó una huella profunda en esta reflexión. Amigó, en su misión, entendió que la educación debe ser un camino hacia la libertad y la responsabilidad.
Él afirmó que “la verdadera educación es aquella que forma corazones libres y responsables”. En su obra, la libertad no es solo la capacidad de elegir, sino también la capacidad de asumir las consecuencias de esas decisiones, promoviendo así una cultura de responsabilidad y compromiso social. La educación, en su visión, es un proceso que debe liberar y empoderar, no coartar ni limitar.
Mientras tanto, Anna Katherine insistió en la necesidad de un enfoque integral, que involucre a la familia, la comunidad y las instituciones sociales.
Ella subrayó que “la fe y los valores cristianos deben ser la base para rediseñar programas educativos que no solo busquen la rehabilitación, sino también la transformación del corazón de estos jóvenes”. La fe, en su visión, actúa como un motor que impulsa la recuperación y la esperanza, permitiendo que los jóvenes encuentren un sentido profundo en sus vidas y un propósito para su futuro.
Desde su experiencia en teatro y narrativa, Samuel Rovinski destacó que “el teatro puede ser un espacio de reflexión, de catarsis y de transformación interior.
A través de las historias, podemos despertar la empatía y el compromiso social”. La cultura, en definitiva, tiene un papel fundamental en la formación de una conciencia social y en la sanación de heridas emocionales. La creatividad y el arte son herramientas poderosas para que los jóvenes puedan expresarse y comprender su realidad desde una perspectiva diferente.
Por su parte, Daniel Gallegos Troyo subrayó que “el arte y la narrativa son espejos de la sociedad y también instrumentos de sanación y crecimiento personal”. La narrativa permite a los jóvenes construir su propia historia, reescribir su pasado y proyectarse hacia un futuro lleno de esperanza y posibilidades.
La construcción de una identidad positiva y segura es esencial para evitar recaídas y fortalecer su proceso de reintegración.
El Padre Víctor Hugo Munguía remarcó que “la dimensión espiritual no es solo una práctica, sino una fuente de fuerza y esperanza que puede transformar vidas”. La espiritualidad, en su visión, no solo alimenta el alma, sino que también proporciona la energía necesaria para afrontar los desafíos y seguir adelante, incluso en las circunstancias más adversas. La fe y la oración, en este sentido, son caminos de sanación y de renovación interior.
Cada uno de estos aportes, desde diferentes perspectivas, converge en un mismo objetivo: ofrecer a estos jóvenes un camino de esperanza, de transformación y de dignidad. La misericordia, la educación en valores, la responsabilidad, la cultura y la espiritualidad son las piedras angulares de un proceso que busca no solo rehabilitar, sino también formar seres humanos libres, responsables y llenos de amor.
Este encuentro reafirmó la convicción de que la transformación social comienza en el corazón de cada persona. Solo con amor y verdadera educación, fundamentados en la misericordia y en la fe, lograremos ofrecer esperanza y cambiar vidas, construyendo una sociedad más justa, fraterna y llena de fe en el potencial humano.
La mención en este artículo de Daniel Gallegos y Samuel Rovinski, quienes gozan del merecido descanso eterno, es en honor a la amistad que mantuve con ellos y de diálogos sostenidos con ambos sobre temas similares.
La tarea no es fácil, pero sí imprescindible, y está en nuestras manos seguir trabajando con pasión y compromiso.