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Viernes, 13 Junio 2025

Sanar las heridas invisibles: un camino de perdón

By Willy Chaves Cortés, OFS Orientador Familiar, UJPll / Doctor en Filosofía y Letras, TIU Junio 06, 2025

La infancia, ese período mágico y vulnerable, deja huellas imborrables en nuestro ser. Cuando esas huellas son de dolor, abuso o abandono, se convierten en heridas invisibles que nos acompañan durante toda la vida.

La historia que comparto no es solo mía, sino la de muchos que luchan en silencio por sanar y encontrar la paz en medio del caos interno provocado por experiencias traumáticas en la niñez.

Desde muy pequeño, aprendí que la vida puede ser cruel y que el sufrimiento puede esconderse en las sombras más profundas de nuestro interior.

A los cinco años, mi inocencia fue rota por un acto indecible, llevado a cabo por un médico que, en lugar de protegerme, me hirió profundamente abusando sexualmente de mí . Ese acto, que en ese momento no comprendí del todo, sembró en mí una semilla de culpa, miedo y desconexión con mi propia infancia.

"Lo que no se expresa, se deforma", decía Carl Jung. Y así fue. La represión de ese dolor generó en mí un proceso de desconexión emocional, una especie de autoprotección que con el tiempo se convirtió en una máscara que ocultaba mi verdadera esencia. Crecí en un estado de confusión, creyendo que la culpa era mía, que tal vez había hecho algo mal, que no merecía amor ni protección.

La sanación empezó con un acto de valentía: reconocer que necesitaba ayuda. La negación, esa trampa que nos mantiene atados a nuestro pasado, no podía seguir gobernando mi existencia. Como afirma Viktor Frankl, "El primero paso en la terapia de la existencia es aceptar la realidad de que somos responsables de nuestra vida". Reconocer mi dolor fue el inicio de un proceso que, aunque doloroso, fue liberador.

El camino hacia la sanación no fue lineal. Requirió paciencia, autocompasión y mucho trabajo interno.

La terapia fue un pilar fundamental en ese proceso. Aprendí a escuchar mi historia sin juzgarme, a aceptar mis emociones y a entender que el sufrimiento no define quién soy, sino quién puedo llegar a ser. Como dijo Carl Rogers, "La buena terapia es un proceso de descubrimiento, de crecimiento y de aceptación".

Uno de los mayores desafíos fue el perdón. No el perdón hacia la persona que me dañó —que en ese momento no fue posible— sino el perdón hacia mí mismo.

Entendí que cargar con la culpa y el odio solo me mantenía atrapado en un pasado que no podía cambiar. La libertad llegó cuando comprendí que perdonar no significa justificar lo ocurrido, sino liberarme de la cadena que me ataba al dolor.

"Perdonar no cambia el pasado, pero sí amplía el futuro", afirmó Paul Boese. Perdonar fue el acto más poderoso que pude realizar.

Me permitió dejar atrás el resentimiento y abrir espacio para la esperanza, para la reconstrucción de mi identidad y para la aceptación de mi historia. Aprender a perdonar fue un acto de amor propio, un acto de valentía que me permitió avanzar hacia la sanación definitiva.

Este proceso también implicó entender que la sanación no es un destino final, sino un camino continuo. Cada día trae nuevas oportunidades para sanar heridas abiertas, para aceptar lo que no podemos cambiar y para seguir creciendo. La autocompasión se convirtió en una herramienta esencial en mi vida. Aprendí a ser paciente conmigo mismo, a honrar mis sentimientos y a celebrar cada pequeño avance.

La resiliencia fue una cualidad que emergió en mí en esos momentos de mayor oscuridad.

La capacidad de reponerse y aprender de las dificultades es una virtud que todos poseemos, aunque a veces la olvidamos. Viktor Frankl, en su libro "El hombre en busca de sentido", escribió: "Lo que da sentido a la vida no es la búsqueda de la felicidad, sino la búsqueda de un propósito". Encontrar un propósito en medio del dolor fue fundamental para mi proceso de sanación.

Mi experiencia me llevó a comprender que el trauma infantil no define nuestro destino, sino que puede ser la semilla de un cambio profundo si estamos dispuestos a enfrentarlo. La vida puede ser una aventura atrevida o nada, como decía Helen Keller.

La elección está en nosotros: podemos quedarnos atrapados en el pasado o podemos usar esa experiencia para fortalecer nuestro carácter y tener una vida con propósito.

Con el tiempo, decidí dedicar mi vida a ayudar a otros que enfrentan heridas similares.

Quiero ser un puente de esperanza y sanación para quienes aún sufren en silencio. Mi compromiso es trabajar con personas jóvenes, con personas responsables de su atención, para prevenir futuros daños y promover una cultura de cuidado y respeto. La formación en Orientación Familiar y Educativa me ha permitido entender que la responsabilidad en la atención infantil es una tarea de todos y todas.

"El mayor acto de amor es aceptar a la otra persona tal como es, sin tratar de cambiarla", dijo Carl Jung. Y esa aceptación también empieza con uno mismo.

La sanación requiere que nos amemos y aceptemos con nuestras heridas, sin juicios ni condenas. Solo así podemos comenzar a transformar el dolor en esperanza, en paz y en amor propio.

La educación y la responsabilidad en la atención de la niñez y adolescencia son esenciales para prevenir futuros traumatismos.

Cuando los profesionales de la salud mental, médicos y cuidadores actúan con ética, empatía y conocimiento, pueden marcar la diferencia en la vida de un niño y niña. La prevención y la intervención temprana son claves para evitar que las heridas invisibles se conviertan en cadenas que nos acompañan toda la vida.

Hoy, con 51 años, puedo decir que la sanación es una posibilidad real, siempre que estemos dispuestos a enfrentar nuestro pasado con valentía y compasión.

La esperanza y la fe en la capacidad de cambio son aliados poderosos en ese camino. Como expresó Oprah Winfrey, "La mayor aventura que podemos emprender es vivir la vida de nuestra verdad". Vivir en nuestra verdad es aceptar nuestras heridas, perdonarnos y seguir adelante con amor y propósito.

El proceso de sanación no termina nunca, porque siempre hay nuevas capas de dolor por descubrir y liberar.

Pero también hay nuevas capas de amor, de comprensión y de paz por experimentar. La autocomprensión y la paciencia son fundamentales en ese camino. Cada paso, por pequeño que sea, nos acerca a esa versión de nosotros mismos que merece ser plena y feliz.

Mi historia y mi camino no solo son un testimonio de esperanza, sino también un llamado a la acción. A quienes han enfrentado traumas en su niñez, les digo que no están solos ni solas. La sanación es posible, y empieza en el momento en que decidimos enfrentarnos a nuestro dolor con amor y valentía.

Porque, como dijo Gandhi, "La verdad nunca daña a una causa que es justa". La verdad de nuestro dolor, de nuestra historia, puede convertirse en la fuente de nuestra mayor fuerza.

Quiero que este mensaje llegue a quienes necesitan escuchar que la sanación es posible, que el perdón es liberador y que el amor propio es la clave para reconstruir nuestra vida.

La vida después del trauma puede ser una historia de renacimiento, de transformación y de esperanza. Solo necesitamos dar el primer paso, confiar en nosotros mismos y en el proceso de sanación que nos espera.

La sanación de heridas infantiles, aunque ardua y a veces dolorosa, es un acto de amor y de valentía. Es la oportunidad de transformar el sufrimiento en sabiduría, el odio en compasión y la culpa en paz.

Como dijo Rumi, "No te aferres al pasado ni te preocupes por el futuro. Vive intensamente el presente, porque el presente es un regalo". La sanación empieza aquí y ahora, en el momento en que elegimos amarnos y perdonarnos.

Mi historia continúa, y sé que la tuya también puede comenzar hoy. Porque somos seres de luz, capaces de sanar y de renacer. La vida nos invita a vivir en plenitud, y la sanación es el camino que nos lleva hacia esa libertad interior que todos merecemos.

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