La infancia es un período crítico en el que se forman patrones de afrontamiento, autoestima y habilidades sociales. Si en estos primeros años se promueve un ambiente que valide las emociones y enseñe a gestionarlas, se sientan las bases para una salud mental sólida.
El pedagogo y psicólogo Lev Vygotsky afirmó que "el desarrollo psicológico de los niños y niñas depende en gran medida del entorno social y cultural".
Por ello, los educadores y cuidadores tienen una responsabilidad crucial en crear espacios seguros donde los niños y las niñas puedan expresar sus sentimientos sin miedo al juicio o al rechazo. La pedagogía temprana, además de centrarse en el desarrollo cognitivo, debe incluir el desarrollo emocional y social.
La educación emocional en la infancia puede incluir actividades lúdicas, cuentos y juegos que aborden sentimientos y resoluciones de conflictos.
Los adultos deben actuar como modelos de comportamiento emocional saludable, demostrando empatía y habilidades de comunicación efectiva.
Crear entornos seguros y acogedores, donde los niños y las niñas se sientan aceptados y valorados, promueve la confianza y la autoestima. Como señala Daniel Goleman, "la empatía es una habilidad que puede enseñarse y potenciarse desde la infancia". La participación activa de la familia en estos procesos refuerza los aprendizajes y garantiza un apoyo continuo, fortaleciendo el trabajo conjunto entre escuela y hogar.
El trabajo en equipo entre educadores, psicólogos, orientadores y padres es fundamental para crear una red de apoyo integral.
Se busca construir determinantes que promuevan la salud mental desde una pedagogía temprana, en un abordaje multidisciplinario y comunitario.
Además, es importante sensibilizar a la sociedad en general sobre la importancia de destigmatizar la salud mental, promoviendo campañas de información y formación que desafíen los prejuicios existentes.
Solo así se logrará una verdadera transformación en la percepción social y en las prácticas educativas relacionadas con la salud mental infantil.
La pedagogía temprana tiene el potencial de ser un catalizador para la construcción de una cultura que valore la salud mental. Como afirmó Carl Jung, "lo que no se enfrenta en la infancia, se repite en la adultez".
Por ello, invertir en la educación emocional desde los primeros años puede marcar la diferencia en la vida de las personas y en la salud de la sociedad.
Transformar la manera en que abordamos la salud mental requiere un compromiso colectivo y una pedagogía que vaya más allá de lo cognitivo, integrando lo emocional y lo social. Solo así podremos construir una sociedad más saludable, resiliente y compasiva.