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Miércoles, 21 Mayo 2025

Calidez humana y sabiduría de vida: un encuentro inspirador

By Willy Chaves Cortés, OFS Orientador Familiar, UJPll / Doctor en Filosofía y Letras, TIU Abril 27, 2025

Existen personas cuya presencia y la calidez humana que transmiten tienen el poder de acomodar la vida, de enseñarnos a ser mejores personas.

Son esas almas generosas y sinceras que, con una sonrisa, logran transformar nuestros días y nos dejan una huella imborrable en el corazón. La muy querida doctora en historia de la vida y medicina, Daisy, es una de esas personas que, con su sencillez y su sabiduría, nos inspira a seguir adelante.

Su carácter amable y su espíritu altruista nos recuerdan que “la verdadera riqueza no está en lo material, sino en la calidad de nuestras relaciones humanas”, como afirmó el gran Mahatma Gandhi. Ella, con su ejemplo, ha demostrado que la calidez y la generosidad pueden cambiar vidas y sembrar semillas de esperanza en quienes la rodean.

Un día, doña Daisy me invitó a compartir una taza de café acompañado de unas deliciosas tortas de yuca rellenas de queso y atún.

En ese encuentro, la sencillez de la comida se convirtió en un acto de fraternidad y cariño. La conversación fluyó con naturalidad, y ella me contó cómo le va en su finca, una labor que le llena de orgullo y alegría.

Me habló de la cosecha de aguacate y café, frutos que, lejos de ser solo productos, representan bendiciones y prosperidad en su vida. “No es para menos”, pensaba yo, al escucharla. Doña. Daisy siempre ha sido una mujer generosa con las personas que necesitan apoyo, y su vida refleja esa filosofía de dar sin esperar nada a cambio.

Como dijo la escritora Anaïs Nin, “la vida se mide por las sonrisas y no por las lágrimas”, y doña. Daisy, con su actitud positiva, nos enseña que la gratitud y la generosidad son las claves para una vida plena. Ella, con su ejemplo, nos invita a apreciar cada momento y a valorar lo que realmente importa: el amor, la amistad y la solidaridad.

Durante ese encuentro, la conversación derivó hacia la universidad. Le comenté que este año concluiría mi licenciatura en docencia y el bachillerato en orientación educativa.

Con un entusiasmo que todavía llevaba en el alma, compartí que siempre quise estudiar educación preescolar, esa fue la etapa más hermosa de mi vida.

Recordé con nostalgia a mis educadoras, esas mujeres que marcaron mi camino y que, con su amor y ternura, me enseñaron a amar la enseñanza. La niña Elia y Nidia, la que la sustituyó, llenaron mi vida de amor, de ternura y de esperanza. Deseaba que las clases de educación preescolar duraran 24 horas, porque para mí esa fue la etapa más enriquecedora y significativa de toda mi vida.

Pensaba en cómo esas mujeres, con su paciencia infinita y su dedicación, lograron sembrar en mí la semilla del amor por la educación. La idea de ser educador preescolar se convirtió en una especie de homenaje a ellas, un sueño que nunca se ha desvanecido.

La infancia, esa etapa de inocencia y descubrimiento, es el cimiento de todo lo que somos y podemos llegar a ser. Y esa etapa, para mí, representa la oportunidad de sembrar sueños y valores en los corazones de los niños y niñas , de darles la ternura que quizás faltó en otras partes, de ser esa presencia que los acompañe en sus primeros pasos.

Doña. Daisy, con su sabiduría de vida, me dijo con una sonrisa: “Jamás debemos renunciar a lo que nos hace bien y, sobre todo, a lo que nos hace felices”. Esas palabras quedaron resonando en mí, como un recordatorio de que la vida es un camino de decisiones y de sueños. Ella misma compartió su historia, y su ejemplo se convirtió en una lección de perseverancia y fe en uno mismo.

Doña. Daisy me contó que es bióloga y que, trabajando en ese campo, decidió estudiar medicina. Logró esa meta, teniendo ya hijos, sin dejar de luchar por sus sueños.

Me dijo que nunca pensó que llegaría a ser ministra de salud ni ocupar cargos de alta responsabilidad a nivel nacional e internacional. Su vida, llena de logros y desafíos, demuestra que la voluntad y la dedicación pueden transformar los sueños en realidad. “Jamás pensé que llegaría a donde estoy ahora”, me dijo con humildad, “pero siempre creí que podía lograrlo si luchaba con pasión y entrega”.

Su historia me hizo reflexionar sobre la importancia de no limitar nuestros sueños y de valorar el poder del conocimiento.

Ella, que ha estudiado y trabajado en diferentes áreas, me recordó que “el conocimiento no se regala, se conquista”. No debemos olvidar nunca que la formación y el esfuerzo son las herramientas que nos permiten avanzar y alcanzar nuestras metas. La educación, esa inversión en uno mismo, es la clave para abrir puertas y transformar vidas.

Al escucharla, entendí que la vida nos pone en diferentes caminos, pero que la actitud con la que enfrentamos cada reto determina nuestro destino.

La vida nos enseña, a veces de manera dura, que “el éxito no es la clave de la felicidad; la felicidad es la clave del éxito”, como afirmó Albert Schweitzer. La verdadera victoria está en seguir luchando por ser mejores cada día, en aprender sin cesar y en transmitir ese conocimiento a los demás.

Doña. Daisy me dijo algo que quedó grabado en mi corazón: “Usted, como pocos, ha estudiado de todo y me reta a seguir adelante”. Me animó a que transmitiera a mi hijo la importancia de la superación, la lucha y la perseverancia.

“Nunca regales tu conocimiento, porque la gente no valora lo que no le cuesta”, agregó. Es una enseñanza profunda que invita a reflexionar sobre la responsabilidad que tenemos de compartir lo aprendido y de no dejar que el conocimiento se quede guardado, sino que florezca en las acciones y en la vida de quienes nos rodean.

Me quedó claro que la vida es un constante aprendizaje, que la humildad y la gratitud son las bases del crecimiento personal.

La historia de doña. Daisy, su ejemplo de perseverancia y su generosidad, son un faro que ilumina el camino de quienes buscamos un propósito en medio de las dificultades.

La vida nos enseña que, si luchamos con pasión y dedicación, podemos alcanzar cualquier meta que nos propongamos.

Al final de aquel encuentro, sentí una profunda gratitud por haber compartido ese tiempo con doña. Daisy.

Su calidez y su sabiduría me recordaron que la verdadera riqueza está en nuestro espíritu, en esa capacidad de amar, de aprender y de compartir.

Ella, con su ejemplo, me enseñó que nunca debemos dejar de soñar, que cada paso que damos nos acerca a la realización de nuestras metas.

La vida, con sus altibajos, nos invita a seguir adelante con fe y esperanza, a no rendirnos ante las adversidades y a valorar siempre lo que realmente importa: el amor, la amistad y el conocimiento.

Porque, como dijo William Shakespeare, “la educación es el arma más poderosa que puedes usar para cambiar el mundo”.

 Y en esa transformación, en esa lucha constante por crecer y mejorar, reside la verdadera esencia de la vida.

La calidez humana, la perseverancia y la pasión por aprender son los ingredientes que nos llevan a convertirnos en mejores seres humanos.

Y en esa búsqueda, cada experiencia, cada encuentro y cada desafío nos fortalecen y nos enseñan que la felicidad verdadera está en el camino, en la entrega diaria a nuestros sueños y en la capacidad de compartir esa luz con los demás.

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