Face
Insta
Youtube
Whats
Miércoles, 18 Septiembre 2024
Suscribase aquí

El dogma de la Asunción de la Virgen María

By José María Ramírez Solano Agosto 21, 2024

Durante el año, la Iglesia pone en diversas ocasiones la mirada en la figura de la Virgen María, para así contemplar el Misterio Pascual del Señor realizado de manera prominente en ella. Específicamente, cada 15 de agosto, la comunidad cristiana se reúne para celebrar solemnemente el dogma de la Asunción de la Santísima Virgen María al cielo en cuerpo y alma, el cual fue proclamado el 1° de noviembre de 1950 por el papa Pío XII en la Constitución Apostólica Munificentissimus Deus.

Antes de profundizar en la importancia de esta celebración, resulta indispensable tener claro el sentido de la palabra dogma. El Catecismo de la Iglesia Católica lo define como una verdad de fe contenida en la Revelación divina o en relación con ella y que es propuesta por la autoridad del Magisterio como verdadera (cf. CEC 88). Por ende, no se trata de una repetición cansada y sin sentido de una idea o teoría, sino que implica una lectura siempre de la Escritura en la Tradición y con los ojos de la Iglesia. De aquí que, en su significado más original, el término haga referencia a la seguridad de un camino que conduce al descubrimiento del verdadero Jesús[1].

Dicho significado se cumple a cabalidad en la definición de los cuatro dogmas marianos madurados y promulgados por la Iglesia. En efecto, «lo que la fe católica cree acerca de María se funda en lo que cree acerca de Cristo, pero lo que enseña sobre María ilumina a su vez la fe en Cristo» (CEC 487). Asimismo, san Luis Grignon de Monfort evidenciaba esta afirmación al señalar a la Santísima Virgen María como el camino más seguro, corto, fácil, perfecto, santo y excelente para hallar el tesoro de la Sabiduría: Jesucristo[2].

Ahora bien, para comprender mejor el dogma de la Asunción, el papa Pío XII haciendo eco de las voces y autoridad de los Padres de la Iglesia, recordaba que, «lo que se conmemora en esta festividad no es sólo el hecho de que el cuerpo sin vida de la Virgen María no estuvo sujeto a la corrupción, sino también su triunfo sobre la muerte y su glorificación en el cielo, a imitación de su Hijo único Jesucristo»[3]. En efecto, solidaria con el destino de su Hijo y unida siempre a Él, la Santísima Virgen María se presenta como el icono que refleja la victoria de Cristo sobre el pecado y la muerte ya preanunciada en la Escritura en el pasaje conocido como el Protoevangelio en Gn 3, 15.

Asimismo, el papa san Juan Pablo II, en la audiencia general del 9 de julio de 1997, siguiendo la tradición eclesial, señala la maternidad divina y la participación de María en la obra de la redención como fundamentos de este privilegio. Elegida libremente por Dios para una misión tan importante, fue preservada del pecado original como muestra de amor del Hijo hacia su Madre; por lo que María es «redimida de la manera más sublime en atención a los méritos de su Hijo» (LG 53), quien la ha «elegido en él antes de la creación del mundo para ser santa e inmaculada en su presencia, en el amor» (Ef 1, 4; cf. CEC 492).

Por último, ¿qué importancia tiene la celebración de esta festividad para la comunidad cristiana? El himno latino para el rezo de Laudes del 15 de agosto, «Solis, o Virgo», señala a María como esperanza de salvación que brilla en medio de las dificultades de la vida. En efecto, la antífona de entrada propuesta para el formulario de la misa de «La bienaventurada Virgen María, Madre de la Santa Esperanza», la cual hace eco de las palabras de la Constitución Dogmática Lumen Gentium sobre la Virgen María, recuerda que, al subir al cielo, la Madre de Dios brilla desde el cielo como signo de esperanza y consuelo para el pueblo de Dios que peregrina en la tierra (cf. LG 68). Asimismo, María es «el orgullo de nuestra raza» (Jdt 15, 9), la primera criatura en alcanzar el ideal escatológico (cf. CEC 972) y en quien la Iglesia ha alcanzado ya la perfección (cf. LG 65), manifestando también «la nobleza y dignidad del cuerpo humano»[4].

De igual manera, como recuerda el Catecismo de la Iglesia Católica, «la Asunción de la Santísima Virgen constituye una participación singular en la Resurrección de su Hijo y una anticipación de la resurrección de los demás cristianos» (CEC 966). Por ende, en aquella que no puso obstáculo alguno a los dones de Dios (cf. CEC 494), recuerda san Juan Pablo II el rezo del ángelus del 15 de agosto de 1997, se «muestra el destino final de quienes “oyen la Palabra de Dios y la cumplen” (Lc 11, 28)»[5]: «En ella, elevada al cielo, se nos manifiesta el destino eterno que nos espera más allá del misterio de la muerte: un destino de felicidad plena en la gloria divina»[6].

 

[1] R. Cantalamessa, Creo en Jesucristo, 10.

[2] Luis Grignon de Monfort, Tratado de la verdadera devoción a la Santísima Virgen, 152-159.

[3] Pío XII, Constitución Apostólica Munificentissimus Deus, 20.

[4] San Juan Pablo II, Audiencia general del 9 de julio de 1997: La Asunción de María en la tradición de la Iglesia, 5.

[5] San Juan Pablo II, Angelus del 15 de agosto de 1997, 1.

[6] San Juan Pablo II, Homilía en la solemnidad de la Asunción de María el 15 de agosto de 1997, 2.

Síganos

Face
Insta
Youtube
Whats
puntosdeventa
Insta
Whats
Youtube
Mes de la Biblia 2024
Image
Image
Image
puntos de venta
suscripciones
Catalogo editoria
publicidad
puntos de venta
suscripciones
Catalogo editoria
publicidad