Desde siempre quise ser sacerdote, fui creciendo y poco a poco la idea se fue apagando, reemplazada por mis ganas de llegar a ser médico, hasta que un día estando con mi mamá en el hospital vi salir al capellán vestido de sacerdote y con gabacha de médico, esa imagen me impactó y solamente quedó en mi mente el pensamiento de querer curar cuerpos y como Jesús; también sanar almas. Los años fueron pasando, llegaron otras cosas más atractivas, me enamoré muchísimo de una muchacha de la parroquia y la inquietud fue desplazada.
El llamado, la invitación de Cristo, aunque yo tratara de quitarla, siguió estando ahí. Hasta que, terminando el colegio y llegando la hora de tomar una decisión seria del futuro de mi vida, pude participar en la Jornada Mundial de la Juventud en Panamá. El estar cerca del Papa Francisco, verlo pasar, escuchar su mensaje y ver la universalidad de la Iglesia me hizo confirmar que debía darme el chance de discernir un posible llamado a la vida sacerdotal y también ir estudiando algo relacionado a la salud como siempre había pensado.
Entre varios trabajos que tuve, como cocinero, chofer y luego como asistente de pacientes, el llamado de Cristo seguía cada vez más fuerte hasta ser aceptado por la Iglesia el 9 de diciembre del 2021 al seminario. La aventura más preciosa de mi vida, así lo defino.
Como todo en la vida implica también dolor, pero como lo decía al inicio parafraseando a San Juan Pablo ll, el amor me lo ha ido explicado todo poco a poco.
Jesús se ha valido de personas concretas, momentos, crisis, canciones para recordarme que desde siempre he sido pensado y sea donde sea en la vocación que Él quiera para mí la llamada es siempre a la santidad.
Este año inicio junto con 23 compañeros de todo el país el primer año de la etapa Formando Discípulos Misioneros de Cristo, en el Seminario Nacional. Así como María la discípula perfecta, mujer valiente y dispuesta quiero decirle al Señor: que se haga en mí según su Palabra.