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Ojalá hablemos siempre de Él

By Javier Bustamante García Octubre 28, 2022

El Beato Juan Pablo I en su libro “Ilustrísimos señores” se hace una pregunta sobre “las conversaciones” y específicamente escribe así: ¿Cuando converso con una persona qué impresión tengo de ella? Y se responde así: la conversación nos acerca a los demás, nos da un profundo sentido de nosotros mismos, aligera nuestras fatigas, nos distrae a las preocupaciones, desarrolla nuestra personalidad y vigoriza nuestros pensamientos.  Muchas veces podemos caer en la tentación de desviar nuestra atención plena a diferentes conversaciones, algunas muy ligeras o cargadas de poco sentido, otras muy edificantes, donde se pueden encontrar alegrías o preocupaciones del otro, así también se pueden establecer diálogos sobre temas actuales y hasta medievales.

A la luz de esto me cuestionaba (sino en vano escribo) sobre la frase “quien conoce las Escrituras conoce a Cristo” y agrego: “quien lo conoce no se cansa de hablar de Él a los demás”. Aprovechando este mes de setiembre, dedicado a la Sagrada Escritura, me hace pensar sobre la centralidad que tiene y debe de tener la Palabra de Dios en el proceso de formación en camino de todo discípulo.

Continúa el beato diciendo que: Jesús ejerció su ministerio generando conversación, andando por los caminos o paseando bajo los pórticos de Salomón, también conversaba al compartir la cena, en casas con las personas que estaban a su alrededor con María sentada a sus pies o como Juan que tenía reclinada su cabeza sobre el pecho de Jesús, dichos momentos son muy cercanos que, si lo analizamos, forman parte de nuestro ordinario, ojalá lo imitemos. Cuando se dice que la Palabra de Dios es viva y eficaz, pienso que pone en relieve una necesidad de que esta permee mi vida y tenga eficacia en mí al compartirla al otro, de ahí que podemos introspectivamente decirnos a la luz de sus enseñanzas ¿Cuánto de Jesús hay nuestras conversaciones? Creo que no hay nada más hermoso que abrir las puertas a la intimidad del otro entendiéndose esta como la oportunidad de conocer a profundidad a quienes en conjunto caminamos en el discernimiento.

Al decir que “ojalá hablemos siempre de Él” es una invitación, primo ad intra, pero también a cada uno, para que llenemos nuestras antologías mentales de contenido valioso, instruidos por la fuente primera de toda Verdad, para que así muchos le conozcan no como una forma de ganar méritos en el cielo, si no como un deseo de aportar un granito de arena en pro del Reino.

Para quien lea, le comparto una jaculatoria diaria: “Señor, ayúdame a amar tus palabras” y le deseo que este mes no se pase por alto lo que dice San Jerónimo “no paso ni un solo día sin meditar la Sagrada Escritura”.

Que el presente, el regalo de Dios, lo dediquemos para unirnos gradual e íntimamente a Él y al hablar de Dios al otro, sean mis obras silenciosas y coherentes, reflejo manifiesto.

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