Para gracia y gloria de Dios y María Santísima en esta primera oportunidad fui asignado a la Parroquia Nuestra Señora de los Ángeles en Ipís de Goicoechea y en Pastoral Juvenil, como pastoral específica. Allí he tenido la oportunidad de conocer la misión y el papel que juega esta pastoral dentro del proceso evangelizador de nuestra Arquidiócesis, ya que sinceramente antes de ser seminarista no había tenido la oportunidad de pertenecer a una como tal.
En la parroquia, a este servidor y a mi compañero seminarista nos ha correspondido abrir dos nuevos grupos de Pastoral Juvenil post pandemia, particularmente en las filiales de San Miguel Arcángel en Rancho Redondo y en Nuestra Señora del Perpetuo Socorro en Vista de Mar de Goicoechea. Esta tarea de arrancar desde cero ha sido muy valiosa y enriquecedora en mi formación porque así uno aprende, tal como hace el sembrador, a preparar la tierra, a cultivar la semilla, a regar y abonar lo sembrado, a aprender a cuidar el sembradío para que crezca con fuerza, sin desvío alguno y de frutos dulces “unos el ciento, otros el sesenta y otros el treinta por uno” (Cf. Mt 13, 8); uno aprende al compartir con los jóvenes a conocer el entorno y la realidad en la que viven, las necesidades que pasan, sobre todo hoy, cuando la crisis de la vida familiar afecta a tantos muchachos y en la que la parroquia puede brindar un espacio para formarse en la fe y crecer comunitariamente.
Uno de los momentos más significativos fue aquel encuentro en el cual se les vendó los ojos a los jóvenes y se les trató de perder y confundir en el camino con obstáculos hasta el final donde se iban a encontrar con Jesús Sacramentado. Ellos no esperaban ese maravilloso desenlace y quizás nunca habían tenido la oportunidad de encontrarse cara a cara y tan cerca con el Señor. Igualmente, una de las palabras de los jóvenes que más me ha calado, fue cuando uno de ellos describía a la Iglesia como “un hospital de enfermos” y enfermos no necesariamente físicamente sino del alma. Eso me hizo recordar el por qué llaman a los sacerdotes “curas”, porque ellos son el medio en que se manifiesta y revela el amor y la misericordia de Dios, ya sea en el sacramento de la reconciliación, en la visita a los enfermos, en el diario compartir con los fieles y muy especialmente en la Eucaristía.
Estas y muchas otras experiencias me hacen reflexionar sobre cómo estoy llevando este proceso formativo, sobre qué debo de mejorar y qué debo seguir impulsando; me afianzan a seguir perseverando y respondiendo sinceramente día a día como lo hizo María y a tratar de llevar a estos muchachos las palabras de San Juan Bosco: “No hay jóvenes malos, hay jóvenes que no saben que pueden ser buenos y alguien tiene que decírselos.”