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La obediencia: sacrificio agradable a Dios

By Daniel Ruiz Castillo / II Formando Discípulos Misioneros de Cristo Octubre 08, 2021

En nuestra vida cotidiana, con frecuencia buscamos agradar a Dios de distintas maneras: mediante la oración, el servicio a los más necesitados, la enseñanza de la fe a quienes no la conocen… Estas acciones son buenas en sí mismas, pero, sin la motivación correcta, no darán los frutos esperados.

Cuando leemos el salmo 50, conocido como el Miserere, podemos darnos cuenta de que el autor sagrado recita con gran ahínco: “Los sacrificios no te satisfacen, si te ofreciera un sacrificio no lo querrías. Mi sacrificio es un espíritu quebrantado: un corazón quebrantado y humillado, tú no lo desprecias” (Sal 50, 18-19). Así mismo, en el cántico de Azarías en el horno aprehendemos su gozosa exclamación: “Por eso, acepta nuestro corazón contrito y nuestro espíritu humilde, como un holocausto de carneros y toros o una multitud de corderos cebados” (Dn 3,26-29.34-41). Estos textos bíblicos nos enseñan algo fundamental: Dios no quiere que le ofrezcamos sacrificios superficiales, alejados de una vivencia profunda y verídica de la fe, antes bien, Él desea que le presentemos un corazón humilde y sencillo, dispuesto a escuchar y obedecer sus designios amorosos.

Esta situación se observa claramente en nuestro ejemplo a seguir por excelencia, Jesús de Nazareth, el Hijo de Dios vivo. En los Evangelios resalta un elemento fundamental de Jesús: su obediencia pronta hacia el Padre. Todavía resuena en nuestros oídos aquella hermosa exclamación que Cristo hizo a sus discípulos: “Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado y llevar a cabo su obra" (Jn 4,34).

Dios no busca de nosotros grandes hazañas, ni oraciones impecables; Él desea tan solo que seamos fieles a su Alianza, manifestada y cumplida en la Verdad y en la Bondad de su Hijo, y que, a través de la disposición total de nuestra vida, día a día seamos obedientes a su Voluntad, en los pequeños actos, palabras y pensamientos que broten de nosotros.

En su obra la Ciudad de Dios, San Agustín presenta una hermosa definición sobre lo que es el sacrificio: “«Verdadero sacrificio es toda obra que se hace con el fin de unirnos a Dios en santa compañía, es decir, relacionada con aquel bien supremo, merced al cual podemos ser verdaderamente felices» (X, 6). Dios quiso ver a su Hijo humanamente realizado, bienaventurado y satisfecho, y esto lo realizó compartiendo nuestra misma naturaleza. Él anhela que nosotros seamos felices, y sabe que el verdadero y único camino para ello es que, al escuchar su Voz, seamos obedientes a su santa Voluntad. El verdadero sacrificio es la obediencia, y su fruto la alegría.

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