El cristiano está llamado a sobreponerse a cualquier adversidad, a superar las piedras del camino, a vencer los obstáculos por grandes que estos sean y para ello, se necesita una fuerza extraordinaria cuyo fundamento es el amor de Dios: “Dios me ama. Esta es la raíz de nuestra seguridad, la raíz de la esperanza ... Dios me ama. ¿Pero en este momento horrible? Dios me ama. ¿Y a mí que he hecho esto y aquello? Dios me ama. Esa seguridad no nos la quita nadie. Y tenemos que repetirlo como una oración: Dios me ama. Estoy seguro de que Dios me ama. Estoy segura de que Dios me ama”.[3]
Nuestra esperanza, certeza de ese amor de Dios, debe convertirse en un compromiso de servicio y entrega, “estar atentos a nuestro prójimo en dificultad, a dejarnos interpelar por sus necesidades, sin esperar que él o ella nos pida ayuda, sino aprendiendo a prevenir, a anticipar, como Dios siempre hace con nosotros”.[4] El adviento es un envío personal y comunitario a comunicar este don extraordinario del que estamos llamados a ser "canales", con humildad y sencillez, para todos.
Que en cada templo y en cada hogar la corona de adviento, como signo de luz creciente, tenga un lugar de privilegio y que al ir encendiendo cada una de esas velas se apacigüen los miedos y se despejen las tinieblas en nuestro corazón. Abriendo las puertas de nuestra vida al Dios que viene, tendremos la capacidad de recibirlo y verlo presente en los hermanos más humildes, en los que no cuetan para este mundo. Podremos evadir el materialismo consumista que invade el entorno en esta época, y fijar la mirada en lo escencial, dando espacio a la verdadera felicidad.
[1] Papa Francisco, 04 diciembre del 2016
[2] Fratelli Tutti, n.55
[3] Papa Francisco, La esperanza no defrauda, 15 de febrero del 2017
[4] Papa Francisco, 01 diciembre del 2019
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