Al contemplar ese modelo de amor sin parangón somos, también, invitados a hacer de nuestra vida una firme expresión de ese amor sin reservas. Cristo nos pide una actitud concreta a su propuesta: "permaneced en mi amor"[3] y esta no puede ser un sentimiento abstracto, sin renuncias, exigencias ni compromisos.
La pandemia y sus graves efectos económicos y sociales, nos muestra un escenario para que, quienes decimos ser creyentes, actuemos movidos por el amor como criterio en nuestras relaciones, sobre todo, al tomar conciencia de que Jesús se identifica con los pobres, los hambrientos y sedientos, los forasteros, los desnudos, los enfermos o los encarcelados. “Cada vez que lo hicisteis con uno de estos mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis”. [4]
Decía el Obispo Helder Camera: “Cuando doy de comer a los pobres, me dicen que soy un santo. Pero cuando pregunto por qué los pobres pasan hambre y están tan mal, me dicen que soy un comunista.” Quiero, a la luz de este máxima, apelar al amor verdadero en todas las instancias y señalar, primeramente, el enorme compromiso que pesa sobre la clase política dirigente en este momento histórico pues hoy, más que nunca, “la justicia es el objeto y, por tanto, también la medida intrínseca de toda política.”[5]
En esta situacion histórica, los tomadores de decisiones, que quieran asumir rectamente su función, deben colocar la plena justicia, la solidaridad y la paz social por encima del interés particular y del poder e influencia de algunos sectores.
La creación de estructuras injustas, a partir de políticas y medidas que encubren privilegios, constituyen una agresión directa al prójimo, a quien debemos amar. Toda decisión y acción que atente contra el bien común y sus exigencias, en toda la esfera de los derechos humanos, es contraria a la ley divina de “ámense los unos a los otros como yo los he amado.” [6]
El Señor Jesús nos ha dejado un mandamiento nuevo y se resume en “amar a Dios con todo el corazón, con toda el alma y con toda la mente y amar al prójimo como a ti mismo”[7], estamos llamados al amor y esta es nuestra vocación más alta.
Hagamos visible la auténtica caridad pues la hipocresía puede insinuarse, también en nuestra forma de amar, “esto se verifica cuando nuestro amor es un amor interesado, movido por intereses personales, cuando los servicios caritativos en los que parece que nos esforzamos se cumplen para mostrarnos a nosotros mismos o para sentirnos satisfechos.”[8]
Vivamos plenamente el amor manifestado en el corazón de Cristo. Que el Señor renueve este don en nuestro corazón, para ser capaces de amar a los demás como los ama Dios, queriendo su bien y su realización. Ojalá hagamos realidad lo que San Juan Pablo II llamó “construir la civilización del Corazón de Cristo”[9]
[1] Juan 3, 16
[2] Tito 3,3-4
[3] Jn 15, 9
[4] Mt 25, 40
[5] Benedicto XVI, Deus Caritas Est, n.28
[6] Juan 13,34
[7] Mateo 22,37-39
[8] Papa Francisco, Audiencia General, 15 de marzo del 2017
[9] Carta al Prepósito general de la Compañía de Jesús, el 5 de octubre de 1986