Al decir que una sociedad está en crisis, o abiertamente enferma, quienes la conformamos debemos volver a la amplitud de miras, no podemos conformarnos con la protesta o la denuncia inactiva, sino ir a la búsqueda de una medicina que la sane, y si fuera del caso, a una cirugía mayor. La manera como abordemos esta situación será lo que en realidad genere consecuencias.
Es tarea de todos contribuir al restablecimiento de nuestra sociedad, y esto se concreta en el reconocimiento de las preocupaciones y aspiraciones de todos los actores, enfocándonos en el bien común y no en la búsqueda de intereses particulares, en generar diálogo y acuerdos, entre otros aspectos.
Desde la perspectiva de la fe, el mayor fundamento de nuestros valores es Cristo el Señor. Este recordatorio es mucho más eficaz que los análisis y teorías que pretenden encaminarse a la mera virtud social. De hecho, “la indiferencia a nuestro pasado cristiano contribuye a la indiferencia de la defensa de nuestros valores e instituciones en el presente”. [1]
En los últimos días nos han conmovido la cantidad de asesinatos e incluso, masacres de hermanos. El dato, por supuesto, tiene un interés para las fuerzas del Orden y la Seguridad pública, pero más allá de este enfoque, con este fenómeno, dolorosamente, constatamos las consecuencias que experimenta una sociedad que no ha sabido atender a tiempo sus conflictos y otros síntomas.
La nuestra es una sociedad con muchos desempleados, especialmente mujeres y jóvenes, una sociedad que necesita de una administración de la justicia pronta y cumplida, una sociedad en la que grupos de interés mienten con descaro según sean sus conveniencias. Una sociedad en la que se fomenta el odio y el enfrentamiento entre sus miembros, que quiere opacar el ejercicio libre de la religión, que destruye la inocencia de los niños desde su más tierna edad, que azuza las pasiones de los jóvenes, que niega que haya acciones buenas y malas, y por tanto fomenta el relativismo ético y moral, que convierte la escuela en un instrumento ideológico, que se empeña en no tener hijos, exaltando la cultura de la muerte como derecho y, por tanto, como algo bueno, en síntesis una sociedad decadente y enferma.
Nos enseña el Papa Francisco que “la mejor manera de dominar y de avanzar sin límites es sembrar la desesperanza y suscitar la desconfianza constante”[2] Es tiempo, pues, de retomar la esperanza que nos han robado y de aportar para gestar una sociedad que se encamine hacia un proyecto común. Urge presentar como atractiva la búsqueda del bien objetivamente hablando, superando el mero subjetivismo, y el resurgimiento del espíritu de colaboración y solidaridad que en otro tiempo nos caracterizó.
A este propósito, quisiera dirigir una palabra especial de gratitud y consideración a quienes todos los días dan lo mejor de sí, a quienes contraponen sus intereses a la entrega generosa por construir un país mejor, que se esfuerzan por impedir que esa descomposición social drene sus fuerzas y sus anhelos por cimentar una Costa Rica cada vez más justa, solidaria y en verdad comprometida con los más altos valores humanos y cristianos.
Reina de los Ángeles, protege nuestra Patria.
[1] Charles Chaput, Arzobispo de Denver, USA
[2] Fratelli Tutti, n. 15
