En María, antes que una imagen polémica de mujer, encontramos un referente extraordinario que determina la reflexión sobre la dignidad y sobre la vocación de la mujer. “María -la mujer de la Biblia- es la expresión más completa de esta dignidad y de esta vocación.”[1] María fue una mujer que abrazó su misión de ser mujer, madre, esposa, formadora y trabajadora. Es la mujer valiente que no tuvo miedo a los prejuicios de su tiempo, antes bien, lo arriesga todo por quien es su todo.
Hoy que tantos temen al compromiso, a la toma de decisiones, a posponerlas indefinidamente o a permitir que otros decidan por nosotros dejándonos, sin más, arrastrar por los acontecimientos, María se convierte en ejemplo de determinación.
Ella no se somete a un acto unilateral por parte de Dios y su “Sí”, antes que ser una respuesta pasiva y resignada, evidencia toda la conciencia que María tiene de ser esa criatura en relación con Dios, que libremente acepta un plan: “María expresa al mismo tiempo su libre voluntad y, por consiguiente, la participación plena del «yo» personal y femenino en el hecho de la encarnación. Toda la acción de Dios en la historia de los hombres respeta siempre la voluntad libre del «yo» humano. Lo mismo acontece en la anunciación de Nazaret.”[2]
María fue sencilla, ciertamente, pero “en ella vemos que la humildad y la ternura no son virtudes de los débiles sino de los fuertes, que no necesitan maltratar a otros para sentirse importantes”.[3]
Nos recuerda el Papa Francisco: “María es la que sabe transformar una cueva de animales en la casa de Jesús, con unos pobres pañales y una montaña de ternura. Ella es la esclavita del Padre que se estremece en la alabanza. Ella es la amiga siempre atenta para que no falte el vino en nuestras vidas. Ella es la del corazón abierto por la espada, que comprende todas las penas. Como madre de todos, es signo de esperanza para los pueblos que sufren dolores de parto hasta que brote la justicia. Ella es la misionera que se acerca a nosotros para acompañarnos por la vida, abriendo los corazones a la fe con su cariño materno. Como una verdadera madre, ella camina con nosotros, lucha con nosotros, y derrama incesantemente la cercanía del amor de Dios.”[4]
Nuestra Señora no fue una mujer irreflexiva o alienada sino, como subraya san Lucas, “María conservaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón2 (cfr. Lucas 2,19.51). Ella sabe reconocer y valorar los grandes acontecimientos y también, aquellos que para otros pasan inadvertidos.
En síntesis, María exalta la acogida, el servicio y el amor, virtudes que para nada resultan ofensivas, al contrario, revelan el carácter y empeño presentes en el rostro de la mujer.
[1] Juan Pablo II, Mulieris dignitatem, 1988, n.5
[2] Idem, n.4
[3] Papa Francisco, Evangelii Gaudium, n.288
[4] Papa Francisco, Evangelii Gaudium, n.286