La decisión, como era de esperar, no cayó bien en buena parte de los creyentes, quienes esperaban que la medida se aplicara antes para volver a la celebración pública de los sacramentos, especialmente la Eucaristía.
Una de las preguntas más reiteradas fue por qué otros espacios y actividades sí tienen el visto bueno para reiniciar, aunque sea al 50% de su capacidad, mientras que los templos ni siquiera podrían contar con este porcentaje, sino con un número fijo independientemente de su tamaño.
En concreto, 75 personas podrían ir por misa a partir del 21 de junio y 100 a partir del 12 de julio, de acuerdo con lo expuesto por el ministro Daniel Salas, siempre que los casos no repunten. Esta determinación parece no haber tenido el suficiente análisis, pues recordemos que en el país hay capillas pequeñas y basílicas inmensas. Para las primeras 75 personas serán multitud, mientras que para las segundas será un franco desperdicio de espacio.
Más allá de eso, el reclamo de los creyentes es válido, en el sentido de que, si existe un protocolo y un compromiso, podría haberse reconsiderado la decisión.
La fe no es un tema marginal en la vida de los que aman a Dios, ni tampoco puede ser considerada como irrelevante en un contexto de crisis como el que vivimos, por el contrario, es fundamental para abonar en valores como la esperanza, la solidaridad, el esfuerzo y la unidad nacional, que tanto motiva el mismo gobierno.
Incluso los señores obispos, previa gestión y reuniones con las autoridades habían solicitado que se reconsiderara la fecha de reapertura de los templos, sin embargo, la decisión se mantuvo.
Adicionalmente, se conoció de la suspensión de la romería y demás actos relacionados con la fiesta nacional en honor a la Virgen de los Ángeles, nuevamente por decisión de la propia Iglesia, para salvaguardar la vida y la salud de todos.
Es decir, voluntad de parte de la Iglesia para colaborar no ha faltado, ni en este tema ni en los cientos de iniciativas parroquiales y diocesanas para llevar alimento a personas y familias afectadas por la crisis, muchas de las cuales no están cubiertas por los planes del gobierno para atender la emergencia.
Siendo conscientes de las posibles reacciones, incluso en contra suyo, los obispos piden acatar lo dispuesto, tener paciencia y cultivar la fe en familia, iglesia doméstica, tal y como hemos venido haciéndolo en las últimas semanas.
Habrá quien hubiera preferido una actitud de choque de su parte, pero la prudencia y la sabiduría se imponen. Paz, llegará el momento de volver a los templos y lo haremos responsablemente, dichosos de vernos de nuevo para celebrar nuestra fe, con la conciencia tranquila de haber actuado como nos correspondió en la emergencia.
Nada, ni un virus, ni siquiera el poder del Maligno pueden contra el Espíritu Santo que anima la vida de la Iglesia, y todo sucede para el bien de los que aman a Dios. Confiemos, tengamos fe y esperemos unidos en el amor.