El 24 de junio, cuando el país registró el mayor número de casos reportados de Covid-19 hasta ese día (147), el gobierno de la República anunció que aplicaría una nueva forma para combatir la pandemia, restringiendo aquellas zonas en las que los brotes se mantengan activos y suavizando las medidas donde la curva de contagios no se salga de control.
La analogía, no muy bien explicada, del mazo y la danza está animada por la necesidad impostergable de reactivar la economía, pues como ya era un adagio popular, junto a la amenaza del Coronavirus, las personas también pueden morir de hambre al no tener forma de llevar sustento a sus hogares.
Esta decisión está motivada también por el resultado de la Encuesta Continua de Empleo del primer trimestre del año, en la que el INEC (Instituto Nacional de Estadística y Censos) revela que al menos un 15.7% de los trabajadores de país no tienen empleo en este momento.
Eso significa que en este primer trimestre de 2020, la población desempleada fue de 314 mil personas, número que se incrementó estadísticamente en 38 mil personas en relación al mismo periodo del año anterior.
La cifra contempla lo sucedido hasta marzo, por lo que el porcentaje sin duda es mayor a hoy, dado el impacto económico de las medidas adoptadas para controlar los contagios en las empresas y los comercios durante los meses de abril, mayo y lo que llevamos de junio.
Lo que no deja de sorprender fue la reacción del Poder Ejecutivo ante estos números, casi feliz de que pudieron haber sido peores, porque de hecho, como explicamos, ya lo son.
Volviendo al tema de la pandemia, entre líneas lo que quedó en el ambiente en la conferencia de prensa del miércoles 24 fue una exhortación a la responsabilidad personal de cada ciudadano en el cuidado de su propia salud y la de su familia.
Es decir, llegamos a un punto en el que, estando al borde de la transmisión comunitaria del virus en ciertas comunidades, las medidas de contención comienzan a ser insuficientes.
Se ha hecho lo que se ha podido y hasta más, pero nada puede sustituir el deber personal de tomar todas las medidas que hasta la saciedad se han repetido sobre el lavado de manos, el distanciamiento social, el protocolo de estornudo y tos, el uso del alcohol en gel y ahora sobre el uso de las mascarillas en sitios públicos como bancos, restaurantes y templos.
Son medidas tan sencillas pero tan importantes que pueden hacer la diferencia entre la vida y la muerte, entre conservar la salud y pasar por la peor experiencia de la vida, como relatan quienes por gracia de Dios se han recuperado de esta grave enfermedad.
Desde el punto de vista de la fe, estamos ante una responsabilidad ineludible, un deber de conciencia con nosotros mismos y con los demás. Lleva razón el Obispo de Quibdó, en Colombia, Mons. Juan Carlos Barreto, quien la semana pasada llamó pecado social a la indisciplina con la que algunos asumen la actual crisis sanitaria mundial.
¿Qué van a pagar justos por pecadores? Definitivamente si, y es una injusticia que alguien que se ha cuidado, que ha seguido las medidas, que se ha privado de encontrarse con sus seres queridos y que ha sufrido por el aislamiento, sea contagiado por otro que ha tomado a broma todo lo dicho y hecho por las autoridades como si se tratara de un juego.
Ha llegado la hora de la responsabilidad personal, de tomarnos muy en serio este asunto, de anteponer el bien propio y el de los demás a mis deseos e intereses, y a actuar en consecuencia. Que Dios nos proteja y la Virgen María nos ayude. Amén.
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