Las periferias existenciales y geográficas han marcado su agenda dentro y fuera de Roma. Basta mirar el perfil de sus viajes apostólicos, dirigidos mayormente a zonas en las que nunca antes, de modo impensable, podría haberse imaginado la presencia de un pontífice, solo por mencionar dos: Irak el año pasado y la República Democrática del Congo, en julio próximo.
Aquel día, precisamente, Francisco comenzó su homilía explicando la labor de custos o custodio de San José como la característica principal de una misión que se “alarga a la Iglesia”, según dijo, citando a San Juan Pablo II.
Por extensión, los cristianos y la Iglesia tienen que “responder a la llamada de Dios con disponibilidad y prontitud” para “guardar a los demás y salvaguardar la creación”, dijo el Papa, que mencionó en ese momento a san Francisco de Asís, el patrón de la naturaleza y “santo de los pobres” por el que Bergoglio había tomado este nombre para su ministerio petrino.
“La vocación de custodiar no solo nos atañe a nosotros, los cristianos, sino que tiene una dimensión que antecede y que es simplemente humana, corresponde a todos. Es custodiar toda la creación, la belleza de la creación, como se nos dice en el libro del Génesis y como nos muestra san Francisco de Asís: es tener respeto por todas las criaturas de Dios y por el entorno en el que vivimos”, dijo.
La custodia, indicó, también debe dirigirse a “los más frágiles”, la vida en familia, la sinceridad en la amistad, ya que cuando el hombre falla en esta responsabilidad, “gana terreno la destrucción y el corazón se queda árido”. “En todas las épocas de la historia existen ‘Herodes’ que traman planes de muerte, destruyen y desfiguran el rostro del hombre y de la mujer”, agregó el Papa.
Hacia el final, el Papa se refirió a aquellas personas con “puestos de responsabilidad en el ámbito político, económico o social”, a los que también pidió que fueran “custodios de la creación” y “guardianes del otro”.
También desde un punto de vista interior, Francisco llamó a vigilar los sentimientos, a prevenirse contra “el odio, la envidia, la soberbia” que “ensucian la vida”, para seguir con una exhortación a la bondad. “No debemos tener miedo de la bondad, más aún, ni siquiera de la ternura”, explicó.
“También hoy, ante tantos cúmulos de cielo gris, hemos de ver la luz de la esperanza y dar nosotros mismos esperanza. Custodiar la creación, cada hombre y cada mujer, con una mirada de ternura y de amor; es abrir un resquicio de luz en medio de tantas nubes; es llevar el calor de la esperanza”, concluyó.
Que este noveno aniversario nos permita volver a estas motivaciones iniciales, claves del servicio del Santo Padre, y a unirnos a él en oración por tantas carencias que tiene el mundo y la humanidad en él, en amplios campos herida, desorientada y necesitada de verdad, esperanza y caridad para salir adelante.