Que la impunidad no le gane a la verdad, que la justicia se anteponga a la corrupción y el bien común al crimen es el insoslayable deber del Poder Judicial ante este caso y ante todos los que, a punta de dinero fácil, destruyen el entramado social y socavan la democracia costarricense.
Esta evidencia de la penetración del narcotráfico en el país no es más que otra expresión de la cultura de la muerte presente en nuestras sociedades, una cultura de hedor y podredumbre en la que todo se vale, incluso cegar y destruir la vida de generaciones de adictos, la mayoría jóvenes, a quienes la droga truca sus vidas y sus legítimas aspiraciones a una existencia digna.
El narcotráfico es uno de los urgentes problemas que nuestros obispos han abordado en su más reciente mensaje a propósito de las elecciones primarias con miras a la elección presidencial del próximo año. Todas son dificultades, entre otras, que “se han agravado” con la pandemia de Covid-19 y que necesitan una respuesta clara y responsable de parte de quienes aspiran a los máximos cargos de representación popular en el país.
Las drogas, como hace poco puntualizó el Papa Francisco a los participantes en la Conferencia Internacional sobre “Drogas y adicciones: un obstáculo para el desarrollo humano integral”, son una herida en nuestra sociedad, que atrapa a muchas personas en sus redes. “Son víctimas que han perdido su libertad a cambio de esta esclavitud, de una dependencia que podemos llamar química”.
Por eso, toda la comunidad en su conjunto es interpelada por las actuales dinámicas socioculturales y formas patológicas derivadas de un clima cultural secularizado, marcado por el capitalismo de consumo, la autosuficiencia, la pérdida de valores, el vacío existencial, la precariedad de los vínculos y las relaciones.
“Es deber y tarea de los gobiernos afrontar valientemente esta lucha contra los traficantes de muerte”, puntualizó el Santo Padre, recordando que la Iglesia siente la urgente necesidad de establecer en el mundo contemporáneo una forma de humanismo que sitúe a la persona humana en el centro del discurso socioeconómico y cultural; un humanismo que tenga como fundamento el “Evangelio de la Misericordia”.
En este sentido, la Iglesia, junto con las instituciones civiles, nacionales e internacionales y los diversos organismos educativos, está activamente comprometida en todo el mundo en la lucha contra la propagación de las adicciones, movilizando sus energías en proyectos de prevención, tratamiento, rehabilitación y reinserción para devolver la dignidad a quienes han sido privados de ella.
“Para superar las adicciones es necesario tener un compromiso sinérgico, involucrando a las diferentes realidades presentes en el territorio en la implementación de programas sociales orientados a la salud, al apoyo familiar y, sobre todo, a la educación”, recordó Francisco.
Que frente a este flagelo y sus corruptos tentáculos prevalezca la verdad y la justicia con el concurso de todas las fuerzas del bien para que nuestra sociedad se mantenga firme en el rechazo a las drogas y a todas sus influencias.
Lo pedimos con la fuerza del Dios de la Vida, que quiere que sus hijos sean siempre libres y vivan en paz. Amén.
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