La pérdida de mi hermano Alban, hace 13 años, también víctima del suicidio, dejó una huella imborrable en mi alma y me enseñó que la muerte no solo duele en el momento, sino que también abre heridas que requieren atención y cuidado continuo.
Desde niño, enfrenté un trauma profundo: el abuso sexual sufrido a la edad de cinco años por un médico pederasta.
La magnitud del morbo y el silencio que rodeó mi historia hicieron que mi comportamiento rebelde y desafiante en la infancia fuera interpretado superficialmente, sin comprender la raíz atroz que lo motivaba.
Nos enseñan a reprimir nuestras emociones, a disfrazar el dolor y a esconder las heridas, pero esa actitud solo alimenta el sufrimiento interno.
La frase de Carl Jung resuena con fuerza en estos momentos: “Lo que no se enfrenta en la sombra, se proyecta en la vida.” La falta de reconocimiento y validación de nuestras emociones puede conducirnos a estados de desesperación, a pensamientos oscuros donde parece que no hay salida.
Es fundamental entender que validar nuestras emociones no significa dejarse llevar por ellas sin control, sino reconocer su existencia, entender su origen y aprender a gestionarlas con amor propio y respeto hacia nuestra humanidad.
La psicóloga Brené Brown afirma con claridad: “La vulnerabilidad no es ganar o perder; es tener el coraje de mostrarse con todas las imperfecciones que somos.”
En mi proceso de sanación, aprendí que expresar y validar lo que siento fue un paso esencial para evitar que la desesperanza me dominara. Buscar ayuda, escucharme y aceptar mi dolor fueron acciones que marcaron el inicio de una transformación que todavía continúa.
No estamos solos en esta lucha. La comunidad y las instituciones tienen una responsabilidad ineludible en la prevención del suicidio.
La historia de Costa Rica, por ejemplo, ilustra cómo un grupo de amigos, con el apoyo de figuras como Monseñor Hugo Barrantes Ureña y el sacerdote Marvin Danilo Benavides Campos, logró abrir caminos de esperanza para quienes enfrentan enfermedades mentales.
Sin burocracia y con un corazón abierto, ellos demostraron que la empatía y la acción comunitaria pueden salvar vidas.
El Papa Francisco expresó con contundencia: “La verdadera fuerza de la comunidad está en la empatía y en la capacidad de acoger a los que más sufren.” La empatía, esa cualidad que nos permite ponernos en el lugar del otro, es un puente que puede transformar el dolor en esperanza.
Contar con profesionales y referentes que escuchen sin juzgar resulta fundamental.
En mi vida, la Dra. Anna Katherine Müller Castro, exministra de educación, ha sido un ejemplo de liderazgo y empatía. Su capacidad de escucharme y su compromiso con la salud mental reflejan la importancia de contar con líderes que prioricen la comprensión y la validación emocional.
La política de salud mental que se construyó en Costa Rica bajo el liderazgo de la Exministra de Salud. Daisy María Corrales Díaz, , con la participación de destacados profesionales, es un ejemplo de cómo la acción colectiva puede transformar vidas. Como dijo Viktor Frankl, “Cuando no podemos cambiar una situación, debemos cambiar nosotros mismos.” La validación emocional y la búsqueda de ayuda son pasos internos que pueden salvar vidas y construir un mejor futuro para todos.
La esperanza, esa chispa que nos impulsa a seguir adelante, exige que alimentemos nuestro corazón con la fe en que podemos cambiar y mejorar.
Cada persona que recibe atención, que es escuchada y que se siente valiosa, representa un paso hacia la reducción del sufrimiento y la prevención del suicidio.
La historia nos enseña que no hay mayor acto de amor que brindar un espacio seguro para quienes más lo necesitan. La vida es frágil y preciosa, y cada uno de nosotros tiene en sus manos la capacidad de ofrecer esa esperanza que tanto se necesita.
Recordando a Don Matteo Balzano y a mi hermano Alban, reafirmo mi compromiso de promover una cultura de empatía y validación emocional.
La prevención del suicidio no es solo tarea de profesionales, sino de toda la sociedad. Escuchar, validar y acompañar son acciones que pueden marcar la diferencia entre la vida y la muerte. Como expresó Rainer María Rilke: “La única manera de que la esperanza no muera es alimentándola con la fe en que podemos cambiar.”
En definitiva, la historia y las experiencias que comparto nos enseñan que la validación de nuestras emociones puede ser el primer paso para salvar vidas.
La sociedad necesita aprender a escuchar con atención, a entender que detrás de cada comportamiento rebelde o de cada silencio hay una historia de dolor que requiere ser vista y atendida con compasión.
La prevención del suicidio requiere una estrategia integral, que incluya educación, acceso a servicios de salud mental y, sobre todo, un cambio cultural en la forma en que valoramos y respetamos las emociones humanas.
Mi invitación es sencilla pero profunda: validar, escuchar y acompañar. Porque en última instancia, la vida es un regalo efímero y hermoso, y cada uno de nosotros tiene la responsabilidad y el poder de ofrecer esperanza.
Como decía el poeta Rainer María Rilke, “La esperanza es el acto de creer en lo invisible.” No dejemos que esa esperanza muera. Construyamos juntos un mundo donde cada emoción, por dolorosa que sea, encuentre un espacio para ser escuchada, validada y sanada.