Nosotros seguimos a Jesucristo que nuestro Rey y su reino lo es de la vida y del amor, y que considera hecho a él lo que hacemos al prójimo: “Y el rey les dirá: En verdad os digo que cada vez que lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis” (Mateo 25,40). En efecto, el Señor ha querido identificarse con los más humildes y necesitados, y sobre si los atendemos o no será el juicio. De ahí su importancia.
Y el Papa insinúa el hacerlo juntos, a nivel individual y también social, de comunidades religiosas (aunque se trate de distinta denominación) y la comunidad civil. Es decir, insiste en la necesidad de trabajar juntos todas las personas de buena voluntad con la esperanza de que unidos podemos ser mensajeros de paz y constructores de comunión, pues es más lo que nos une que lo que nos separa. Dios es nuestro Creador y Padre. En consecuencia, somos miembros de una misma familia, hijos y hermanos.
Y, refiriéndose a la pasada pandemia, concluye: “Ojalá que al final ya no estén los “otros” sino sólo un “nosotros”. Ojalá no se trate de otro episodio de la historia del que no hayamos sido capaces de aprender. Ojalá no nos olvidemos de los ancianos que murieron por falta de respiradores, en parte como resultado de sistemas de salud desmantelados año tras año. Ojalá que tanto dolor no sea inútil, que demos un salto hacia una forma nueva de vida y descubramos definitivamente que nos necesitamos y nos debemos los unos a los otros para que la humanidad renazca con todos los rostros, todas las manos y todas las voces, más allá de las fronteras que hemos creado”.