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En la fracción del Pan…

By Pbro. Glenm Gómez A. Agosto 11, 2023

He utilizado la expresión “fracción del pan” al referirme por primera vez a la Eucaristía como invaluable recurso de comunicación en la Iglesia naciente: “todos se reunían asiduamente para escuchar la enseñanza de los Apóstoles y participar en la vida común, en la fracción del pan y en las oraciones” (Hch 2,42).

La Iglesia, movida por el Espíritu Santo, potencia inicialmente la unidad en el testimonio que los apóstoles ofrecen sobre la misión, la vida, la muerte y la resurrección del Señor. También se destaca la comunión fraterna que experimenta la primera comunidad cristiana como expresión tangible de unidad, germen del esfuerzo social, de la caridad cristiana y de la justicia que comporta el Evangelio.

En el mismo relato se atestigua como la fracción del pan, aporta identidad y cohesión a aquella comunidad de Jerusalén: “Este es mi cuerpo ofrecido en sacrificio por vosotros… este es el cáliz de mi Sangre… derramada por vosotros”. La comunión en el sacrificio de Cristo es el culmen de nuestra unión-comunicación con Dios y expresa la plenitud de la unidad de los discípulos de Cristo, la comunión y la comunicación plena.

Finalmente, se nos menciona la oración como otra característica de la Iglesia. En la oración, los discípulos de Cristo buscan discernir la voluntad de Dios que, al mismo tiempo, fomenta la apertura a la fraternidad y la unidad al dirigirnos al mismo Dios que es Padre.

Recordamos una escena bíblica en la que se suscita la alegría de la Pascua y la certeza de la Resurrección de Cristo, a saber, el pasaje de los discípulos que el día de Pascua iban de camino desde Jerusalén hacia Emaús (cf. Lc 24, 13-35). Aquellos que caminan apesadumbrados, con una actitud derrotista, se dejan acompañar por el mismo Resucitado durante el trayecto y él les explica la Escritura, abriendo su mente a la inteligencia de la Palabra (cf. Lc 24, 45).

Llegados a la aldea, el Señor “simula que va a seguir caminando” (v. 28), pero luego accede a la petición: “Quédate con nosotros” (v. 29). “Sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iba dando” (v. 30). La referencia a los gestos del Señor Jesús en la última Cena, en palabras y gestos, es inequívoca, y luego, “a ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron” (v. 31). El resucitado dispuso con la Palabra sus corazones, pero al partir el pan, los discípulos le reconocen.

Como vemos, este episodio subraya dos elementos en los que el Resucitado se comunica de modo directo con los creyentes: la escucha atenta de la Palabra y la fracción del pan. “Estos relatos muestran cómo la Escritura misma ayuda a percibir su unión indisoluble con la Eucaristía. Conviene, por tanto, tener siempre en cuenta que la Palabra de Dios leída y anunciada por la Iglesia en la liturgia conduce, por decirlo así, al sacrificio de la alianza y al banquete de la gracia, es decir, a la Eucaristía, como a su fin propio… Palabra y Eucaristía se pertenecen tan íntimamente que no se puede comprender la una sin la otra: la Palabra de Dios se hace sacramentalmente carne en el acontecimiento eucarístico. La Eucaristía nos ayuda a entender la Sagrada Escritura, así como la Sagrada Escritura, a su vez, ilumina y explica el misterio eucarístico.”[1]

En los discípulos de Emaús renace el gozo de la fe, el amor a la comunidad, el anhelo del encuentro con los suyos y sobre todo, la necesidad de comunicar la buena nueva. “Se volvieron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los once con sus compañeros, que estaban diciendo: “Era verdad, ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón” (vv. 33-34).

La Eucaristía es la máxima expresión del don que Jesús hace de sí mismo en la Cruz y, como tal, impulsa a reemprender el camino y a comunicar a los otros este anuncio. “Hemos visto al Señor [...] Sí, en verdad, ha resucitado” (cf. Lc 24,32).

La Eucaristía nos vincula al acontecimiento pascual de la muerte y resurrección del Señor y con su presencia viva, sin soslayar que su auténtico sentido es el amor activo al prójimo: “La Eucaristía nos educa para este amor de modo más profundo… Si nuestro culto eucarístico es auténtico, debe hacer aumentar en nosotros la conciencia de la dignidad de todo hombre. La conciencia de esta dignidad se convierte en el motivo más profundo de nuestra relación con el prójimo. Asimismo, “debemos hacernos particularmente sensibles a todo sufrimiento y miseria humana, a toda injusticia y ofensa, buscando el modo de repararlos de manera eficaz. El sentido del Misterio eucarístico nos impulsa al amor al prójimo, al amor a todo hombre”. [2]

“No se construye ninguna comunidad cristiana si esta no tiene su raíz y centro en la celebración de la sagrada Eucaristía”. [3] Quienes han vivido la experiencia de Jesús Resucitado en la Eucaristía comparten en sus relaciones con los demás el mismo amor que reciben de Dios. En la Eucaristía el cristiano encuentra a Cristo vivo para ser capaz de comunicarlo de forma convincente.

La evangelización despliega toda su riqueza cuando realiza la unión más íntima, o mejor, “una intercomunicación jamás interrumpida, entre la Palabra y todos sacramentos… “En un cierto sentido es un equívoco oponer, como se hace a veces, la evangelización a la sacramentalización”. [4]

La Iglesia, a través de los sacramentos, descubrió en la comunicación simbólica una de las principales herramientas por la que, mediante conceptos establecidos, individuos que, con un acervo espiritual común, refuerzan elementos esenciales de su fe y los integran a la estructura de su personalidad.

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