El Logos que está con Dios, el Logos, que es Dios, por y para quien creadas todas las cosas, se hace carne en las entrañas de la Virgen María y pone su morada entre nosotros, haciéndose uno de nosotros.
El Concilio Vaticano II enseña: “El Hijo de Dios... trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre, amó con corazón de hombre. Nacido de la Virgen María, se hizo verdaderamente uno de los nuestros, semejante en todo a nosotros, excepto en el pecado”. [2]
A este enunciado, con el debido respeto, agregaríamos que Jesús, también, se comunicó como hombre y no solo ello, quienes se comunicaron con él, le vieron, lo olieron, lo escucharon, lo tocaron de modo tangible, sin que ello reste mérito la experiencia de encuentro con Dios, a través suyo.
Así, Cristo comunica íntegramente el proyecto de Dios sobre el ser humano desde el ser humano y le es absolutamente connatural la asimilación y ejecución eventual de una comunicación humana desde todos los códigos con los que nuestra naturaleza cuenta, una vez más, sin socavar el realismo sin precedentes del amor divino: “En realidad, solo en el misterio del Verbo encarnado, encuentra verdadera luz el misterio del hombre ... Cristo, el nuevo Adán, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le revela su sublime vocación”. [3]
La IV Conferencia del Episcopado Latinoamericano en Santo Domingo, al presentar la Nueva Evangelización como el dinamismo de una Iglesia renovada en su fe cristiana y en su ardor misionero, nos recuerda la imperiosa necesidad de una evangelización inculturada que responda a la dimensión de encarnación, privilegiando, tanto la educación como la comunicación moderna, para potenciar la inculturación del Evangelio: “Ayúdanos a trabajar por una evangelización inculturada que penetre los ambientes de nuestras ciudades, que se encarne en las culturas indígenas y afroamericanas por medio de una eficaz acción educativa y de una moderna comunicación”. [4]
Diríamos entonces que es vital promover la formación permanente de los bautizados en el crecimiento de su fe y, particularmente, en la forma de comunicarla.
En esta misma perspectiva, pero de un modo contundente, Francisco recuerda: “No haría justicia a la lógica de la encarnación pensar en un cristianismo monocultural y monocorde. Si bien es verdad que algunas culturas han estado estrechamente ligadas a la predicación del Evangelio y al desarrollo de un pensamiento cristiano, el mensaje revelado no se identifica con ninguna de ellas y tiene un contenido transcultural”. [5]
“El Hijo mismo es la Palabra, el Logos; la Palabra eterna se ha hecho pequeña, tan pequeña como para estar en un pesebre. Se ha hecho niño para que la Palabra esté a nuestro alcance”. Ahora, la Palabra no solo se puede oír, no solo tiene una voz, sino que tiene un rostro que podemos ver: Jesús de Nazaret”. [6]
El misterio de la encarnación exige una comunicación del evangelio que se haga carne en la cotidianidad de los creyentes, en sus estilos de vida, en medio de la vida de los hombres.
[1] Benedicto XVI, Catequesis del Papa sobre el Misterio de la Encarnación, 9 de enero de 2013.
[2] Constitución Gaudium et Spes, n. 22.
[3] Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 359.
[4] Documento Santo Domingo, Conclusiones, n.303.
[5] Papa Francisco, Evangelii Gaudium, n.117.
[6] Verbum Domini, n.12.
