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Presencia anticipadora

By Pbro. Juan Luis Mendoza Octubre 23, 2021

En situaciones, como el caso de una pandemia, hay gente que ve como un estar solo y desamparado del cielo, y hasta castigado por él. Ahora bien, sigue siendo válida la afirmación de Jesús resucitado: “Yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo” (Mateo 28,20). Es lo que san Bernardo de Claraval llama una “venida intermedia”, que es una seguidilla de venidas que se convierte en una presencia constante, de acuerdo a la promesa de Jesús. Amén de la Eucaristía, se nos hace presente en la oración, en el que sufre y el necesitado, en la Palabra, en los acontecimientos, en la misma soledad…

Aun así, podemos aspirar a que su presencia sea cada día más actual y viva y pedirlo con palabras de los primeros cristianos: “¡Maranatha!: ¡Ven, Señor Jesús!”. De ese modo y según Benedicto XVI, “pedimos anticipaciones de su presencia renovadora del mundo. En momentos de tribulación personal le imploramos: ¡Ven, Señor Jesús!, y acoge mi vida en la presencia de tu poder bondadoso. Le rogamos que se haga cercano a los que amamos o por los que estamos preocupados. Pidámosle que se haga presente con eficacia en su Iglesia”.

No estamos solos. Cerca incluso de nosotros hay mucha gente buena y santa, muchos “samaritanos” que se nos acercan y ayudan en las necesidades, y no sólo a nosotros sino a tantos necesitados víctimas de la pandemia en todo el planeta. Se cumple aquello de san Agustín: “Cristo que se acerca a Cristo”.

Y esta, su presencia, se hace permanente bendición. San Lucas en la conclusión de su Evangelio narra que Jesús llevó a los suyos cerca de Betania y “levantando las manos, los bendijo. Y mientras los bendecía, se separó de ellos subiendo al cielo” (24,50s).

El mismo Papa emérito comenta: “Jesús se va bendiciendo, y permanece en la bendición. Sus manos quedan extendidas sobre este mundo. Las manos de Cristo que bendicen son como un techo que nos protege”. Y concluye, comentando la alegría con que los discípulos vuelven de Betania a casa: “Por la fe sabemos que Jesús, bendiciendo, tiene sus manos extendidas sobre nosotros. Esta es la razón permanente de la alegría cristiana”.

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