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Jueves, 11 Septiembre 2025
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Mensaje de los Obispos de la Conferencia Episcopal en la celebración del Buen Pastor, Jornada Mundial de oración por las vocaciones 

Con ocasión de la celebración del Buen Pastor y, en ella, de la 62° Jornada de Oración por las vocaciones, como pastores del Pueblo de Dios que peregrina en Costa Rica, queremos dirigir una palabra de saludo y aliento a todas las comunidades de nuestras Diócesis.

El Señor renueva contantemente en su Iglesia la elección que hace de cada uno y nos llama a estar en actitud de salida «de nosotros mismos para emprender un camino de amor y de servicio»[1]. Testigo de ese dinamismo vocacional de la Iglesia, como comunidad de discípulos misioneros, ha sido, hasta el último de sus días, el Papa Francisco. También el proceso para la elección del nuevo Obispo de Roma que continuará la animación de la Iglesia.

La dimensión vocacional de la Iglesia, como camino de esperanza

En Cristo hemos sido «elegidos, antes de la creación del mundo… predestinados a ser sus hijos adoptivos» (Ef 1,4.5); hemos sido llamados, vocacionados, para elevar el mundo, para sembrar en él la luz, para abrir el surco de caminos inéditos que puedan generar un mañana mejor.

Tenemos conciencia del entramado de confusión en que vive la sociedad y que afecta sobre todo a nuestros jóvenes. “Una crisis de identidad, que es también una crisis de sentido y de valores”: la desintegración familiar, la incertidumbre del mañana, el bombardeo digital, la polarización social que ensancha las injusticias como fruto en gran medida del materialismo egoísta, la creciente violencia que éste genera. Todo esto hace difícil que cobre cuerpo en nosotros “la convicción de ser amados, llamados y enviados como peregrinos de esperanza”.

Mensaje de los Obispos de la Conferencia Episcopal a la Iglesia y al pueblo de Costa Rica con ocasión del Mes de la Juventud

Jóvenes constructores de la civilización del amor

Nuestra Iglesia, tradicionalmente, dedica el mes de julio a los jóvenes. Por esa razón, se multiplican en estos días encuentros y espacios en los que, junto a ellos y con ellos, reflexionamos y oramos por los jóvenes, renovamos nuestra apertura e invitación para que se sientan parte de nosotros y participen con su protagonismo en un caminar sinodal.

Bien dice el Papa Francisco que los jóvenes no son solo el futuro, sino el presente de la Iglesia y del mundo, su rostro más radiante y auténtico por los valores y las convicciones que los caracterizan. La juventud debe ser un tiempo de entrega generosa, de ofrenda sincera, de sacrificios que duelen pero que nos vuelven fecundos (cfr. Christus vivit, 107). Con el Santo Padre decimos a los jóvenes: No dejen que les roben la esperanza y la alegría, que los narcoticen para usarlos como esclavos de sus intereses. Atrévanse a ser más, porque su ser importa más que cualquier cosa.

Muchos son los signos de esperanza que encarna nuestra juventud. En el corazón de la inmensa mayoría de nuestros jóvenes hay un auténtico deseo de bien, perviven altos ideales y proyectos generosos, quieren ser agentes y constructores de una nueva civilización, más plenamente humana, compasiva, entregada al servicio, consciente de sus capacidades y de sus responsabilidades, comprometida con la paz, el diálogo, la atención de los hermanos necesitados, el desarrollo integral y la protección de la Casa Común.

No faltan los signos de amenaza como el resentimiento y la autoreferencialidad por las heridas de los golpes de la vida, las relaciones tóxicas de dominio, manipulación, acoso; las ideologías deshumanizadoras, las adicciones de cualquier tipo que esclavizan, las dinámicas sociales de consumismo e indiferencia ante el sufrimiento de los demás, la discriminación, la violencia…

Mensaje de los Obispos de la Conferencia Episcopal de Costa Rica

¡Paz! un grito que urge ser escuchado en Costa Rica

 

En la solemnidad del martirio de San Pedro y San Pablo, testigos valientes de la fe en Jesucristo, que entregaron su vida en medio de situaciones de violencia, los Obispos de la Conferencia Episcopal de Costa Rica nos dirigimos al Pueblo de Dios y a todas las personas de buena voluntad, ciudadanos de nuestro país, para reiterar nuestro llamado a un genuino y efectivo compromiso de todos, ante la ola de violencia en nuestro país.

Como Iglesia, somos conscientes de la gravedad de esta problemática que dolorosamente tiende a extenderse en el tiempo y en muchas direcciones, por lo que nos unimos al empeño de buscar caminos de unidad y de paz para enfrentar tan compleja situación. Proclamamos “que la violencia es un mal, que la violencia es inaceptable como solución de los problemas, que la violencia es indigna del hombre. La violencia es una mentira, porque va contra la verdad de nuestra fe, la verdad de nuestra humanidad. La violencia destruye lo que pretende defender: la dignidad, la vida, la libertad del ser humano”.[1]

Mensaje de los Obispos de la Conferencia Episcopal a la Iglesia y al pueblo de Costa Rica con ocasión de Pentecostés 

“La esperanza no nos defrauda, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado.” (Rom 5,5)

 

Que la paz y la alegría, por la fuerza del Espíritu Santo, llenen sus corazones y hogares.

Los Obispos de la Conferencia Episcopal de Costa Rica nos dirigimos al Pueblo de Dios que peregrina en Costa Rica, y a todas las personas de buena voluntad, con ocasión de la Solemnidad de Pentecostés. Manifestamos nuestra cercanía espiritual y compartimos la riqueza de nuestra fe acerca de la acción de Dios, por su Espíritu Santo, enviado por el Padre y el Hijo al mundo para hacer actual la salvación que proviene del misterio pascual de Cristo.

En efecto, se trata del Espíritu Santo prometido por Jesús (cf. Lc 24,49; Hch 1,4-5.8) cuyo don se nos dio el día de Pentecostés (Hch 2,14-21). Este Espíritu se recibe por la profesión de la fe en el Cristo (Ga 3,14.22; Ef 1,13), mediante el sacramento del bau­tismo (Hch 2,38; Jn 3,5-6). Es fuente de la Vida Nueva, nos devuelve la dignidad de hijos de Dios (Ga 4,5-7; Rm 8,15-16) y nos abre a la comunión con la Iglesia (1 Co 12,13).

Es el Espíritu de Jesucristo, quien puede donarlo porque lo posee sin medida (cf. Jn 3,34). El Espíritu Santo es infundido como soplo divino que remite al relato de la creación (cf. Gn 2,7),  signa, por tanto, el inicio de una nueva creación o de un nacer de nuevo. Culmina la obra de salvación, a través del bautismo en el Espíritu Santo (cf. Hch 1,4), e inaugura la Nueva Alianza, cumplida en la persona de Jesús (2 Co 3,6; Hb 8,6-13), la Vida Nueva, la vida eterna en bienaventuranza, que viene de su Resurrección.

El Espíritu Santo realmente habita en el cristiano (cf. Rm 8,9b; 1 Co 3,16), porque es el amor de Dios infundido en nuestros corazones (cf. Rm 5,5) que nos santifica con su gracia.  El Espíritu de Cristo capacita a los fieles para conocer la enseñanza de Jesús a través de su acción iluminadora (1 Co 12,3; Rm 8,1-13). Actúa también en toda persona de buena voluntad que se abre a Él y en todas las culturas, manifestando la ternura de Dios.

El Espíritu Santo es el gran vínculo de comunión que une a los creyentes en la fe. A través de su acción en nuestras vidas, nos guía, en el amor fraterno, hacia la unidad y la armonía (Ef 4:3). El Espíritu Santo nos une en un solo cuerpo, que es la Iglesia, a pesar de nuestras diferencias y diversidad de dones (1Co 12:13), que nos impulsa a compartir para el crecimiento de la misma Iglesia. Su presencia en nuestras vidas nos impulsa a buscar la unidad en medio de la diversidad, a perdonar, a amar y a servir, todo en aras de construir una comunidad de fe sólida y unida en el Señor.

¡Dios nos ha dado su Espíritu! Es la razón de nuestra esperanza, porque es el amor de Dios que ha sido derramado en nuestros corazones. En medio de los desafíos y las dificultades que enfrentamos como país, recordemos que el Espíritu Santo es nuestro guía y consolador, que nos anima a construir puentes de diálogo, a promover la solidaridad y a trabajar juntos por el bien común.

Estemos activos en favorecer la comunión que obra en nosotros el Espíritu, primeramente, en nuestras familias. Invitamos a promover y favorecer la dinámica familiar, en donde se reciba con generosidad la vida y se inicie a los hijos en una armónica vivencia social, donde se cuide a nuestros adultos mayores. Promovamos también los grupos, las instituciones, las dinámicas que favorezcan la unidad y cohesión social, la construcción de consensos y unión de voluntades, la escucha recíproca y el diálogo institucional, para llegar a decisiones compartidas. Valoremos, en este sentido, nuestra constitución democrática y el estado de derecho en nuestro país, como el mejor ambiente para unirnos como ciudadanos buscando el bienestar de todos.

El Espíritu suscita carismas, cualidades personales para la construcción de nuestra sociedad.  Abundamos en diversas expresiones y cualidades que, lejos de alejarnos, suponen una riqueza al unirnos en torno a una visión solidaria. Articulemos los distintos aportes de todas las instancias sociales. Las diferencias se expresan y se pulen hasta alcanzar una armonía que no necesita cancelar las particularidades ni las diferencias. Justo en eso se alcanzará su belleza.

Nosotros, la Iglesia Católica, estamos llamados a acompañar el caminar de toda la familia humana. El mundo necesita la perspectiva sinodal, para superar confrontaciones, desacuerdos paralizantes y madurar procesos de diálogo que ayuden a tender puentes y caminar juntos. Es el servicio que estamos llamados a dar en favor de la fraternidad universal y a la amistad social: gestar un ethos social fraterno, solidario e inclusivo, ayudar a cultivar la justicia, la paz y el cuidado de la casa común.

Mensaje de los Obispos de la Conferencia Episcopal de Costa Rica

POR UNA EDUCACIÓN COSTARRICENSE QUE ABRA CAMINOS DE ESPERANZA

El tema de la educación ha sido prioridad histórica en la misión de la Iglesia Católica; basta con un breve recorrido en la historia para darse cuenta que el proceso educativo fue asumido con seriedad por la Iglesia en todas partes del mundo, desde el establecimiento de escuelas, hasta la fundación de prestigiosas universidades que aún hoy siguen siendo un referente en la formación del mayor rigor académico de las personas estudiantes. Costa Rica no es la excepción, un sacerdote fue el primer maestro y el fundador de la primera escuela en Cartago; asimismo, la primera universidad costarricense, la Universidad de Santo Tomás, surge de la mano de la Iglesia. Tampoco escapa a esto la educación técnica que se originó también bajo la tutela de la Iglesia en los ya lejanos años 50 del siglo pasado.

No podemos renunciar, por tanto, a cuidar lo que se ama y aquello en lo que se cree. La Iglesia mantiene viva la esperanza en los procesos educativos en los que la persona es colocada en el centro del proceso[1], y no puede dejar de interesarse y proponer alternativas ante la crisis que la afecta, porque, como señalaba el Papa Benedicto XVI, «todos nos preocupamos por el bien de las personas que amamos, en particular por nuestros niños, adolescentes y jóvenes»[2].  Por eso mismo decía: «Educar es formar a las nuevas generaciones, para que sepan entrar en relación con el mundo».  Por eso llamó y convocó a responder a lo que consideró «emergencia educativa».  Lamentablemente, creemos que esto es lo que experimentamos en nuestro sistema educativo nacional.

Más recientemente, el Papa Francisco ha propuesto un Pacto Educativo Global como alternativa para superar la crisis que afecta a la educación en todo el mundo; lo lanza como una invitación para iniciar «un camino educativo que haga madurar una nueva solidaridad universal y una sociedad más acogedora»[3]. Propone este Pacto para «reavivar el compromiso por y con las jóvenes generaciones, renovando la pasión por una educación más abierta e incluyente, capaz de la escucha paciente, del diálogo constructivo y de la mutua comprensión»[4].  Estas son las grandes opciones que propone el Papa Francisco para un Pacto Educativo Global universal:

  1. Poner a la persona en el centro de todo el proceso educativo.
  2. Escuchar a las jóvenes generaciones, la voz de los niños, adolescentes y jóvenes.
  3. Promover a la mujer, favorecer la plena participación de las niñas y las jóvenes.
  4. Favorecer el ejercicio de la responsabilidad primera de la familia en la educación.
  5. Abrirse a la acogida, en particular de los más vulnerables y desfavorecidos.
  6. Renovar la economía y la política para el desarrollo humano integral.
  7. Cuidar la casa común, el medio ambiente y la justicia social.[5]

En línea con todo lo expuesto hasta ahora, queremos proponer, algunos aspectos para la consideración y la búsqueda de soluciones consensuadas:

  1. Avancemos decididamente hacia un Pacto Nacional por la Educación fruto de la participación de todas las instancias sociales, aportando la propia visión en un diálogo abierto y respetuoso para la búsqueda conjunta de caminos comunes satisfactorios para todos. De hecho, la ruptura del pacto educativo es el origen de los desequilibrios que experimentamos en la educación. Es urgente hoy un nuevo período de compromiso educativo que involucre a todos, que genere espacios para la participación y el entendimiento para que podamos unirnos con este objetivo.
  2. Prioricemos y fortalezcamos el rol educativo de las familias revitalizando el valor testimonial, la fuerza del cariño y del ejemplo, la autoridad moral, que brota de una vida íntegra, coherente con los valores que han iluminado el caminar de nuestro país. Garanticemos el derecho de los padres a elegir la educación de sus hijos de acuerdo con sus convicciones. Implementemos acciones estratégicas para que las familias asuman un rol protagónico en el proceso educativo de las personas menores de edad y establezcan una adecuada colaboración con los docentes y demás instancias educativas.
  3. Generemos un ambiente de comunidad educativa que propicie espacios de diálogo, de participación, para que todos los agentes del sistema educativo, estudiantes, docentes, administrativos y familias, sean escuchados y puedan presentar sus preocupaciones y recomendaciones, para así fomentar la sinergia dentro de este sistema en la mejora de la educación.
  4. Es imprescindible el fortalecimiento del rol formativo de las personas docentes; elevar la percepción de estima y motivación a su tarea, salvaguardar su autoridad, evitar la sobrecarga de trabajo no estrictamente educativo. Implementar procesos de formación continua con reconocimiento para su carrera profesional, garantizar su seguridad laboral, una justa remuneración, etc. Es necesario revisar la ley 9999 porque, aun con sus aportes positivos, quita autoridad y, con ello, motivación, a los docentes a la hora de intervenir en la educación.
  5. Propiciemos una educación integral, atenta a las diversas dimensiones del ser humano, incluyendo la dimensión espiritual, siempre desde el respeto a la libertad religiosa y libertad de culto. En este sentido, es de reconocer el aporte de la Iglesia en la materia de Educación Religiosa ya por más de ochenta años.
  6. La educación en valores debe ser el eje transversal en el quehacer educativo, desde una visión ética y humanística que valore la dignidad de la persona humana, la vida familiar, la relación armoniosa con el ambiente, la convivencia, el compromiso social y el valor de la exigencia personal para mejorar.
  7. Impulsemos una visión antropológica respetuosa de la tradición del humanismo cristiano que supere ideologías extrañas y deshumanizadoras. Negar la base biológica de la persona, como constitutiva fundamental de ella, es una clara ideologización que, lejos de contribuir a su dignidad, lo que hace es desposeerla de aquello que la fundamenta y dejarla a la deriva de los clichés antojadizos de las corrientes sociales del momento. Hacer estos planteamientos a los niños invitándoles a cuestionarse su identidad sexual a edades tempranas es desconocer la psicología evolutiva y equivocar la dosificación en la educación. El componente ético de la educación de la sexualidad es competencia de las familias en el ejercicio de su derecho a la educación de sus hijos. Es necesario favorecer la libre expresión de ideas por parte de todos los integrantes de la comunidad educativa y respetar al máximo la objeción de conciencia frente a estas propuestas.
  8. Favorezcamos una educación equitativa que compense las desigualdades sociales y garantice el acceso de toda persona estudiante a una educación de calidad. Atendamos las brechas sociales, la brecha digital y de acceso a recursos educativos básicos para crecer en igualdad de oportunidades en todo el país. Especial atención merecen el estudiantado y familias que están en vulnerabilidad, la deserción escolar que ha aumentado con la pandemia.
  9. Preocupa que cada cuatro años, con los cambios en la administración del ejecutivo, que, por supuesto supone el cambio de las autoridades en el Ministerio de Educación Pública (MEP), se tengan que hacer cambios especialmente en la parte técnica-curricular, sin un previo diálogo, revisión y análisis a profundidad y, sin considerar muchas veces, la política educativa y curricular vigente, para que se puedan hacer propuestas sólidas a partir de lo que existe, con el propósito de seguir mejorando.

Es imprescindible que el ente constitucional encargado de la educación costarricense, el Consejo Superior de Educación (CSE), sea el que garantice los procesos de continuidad en el sistema educativo y, tal como corresponde, el MEP sea efectivamente el ejecutor de las disposiciones macro educativas que el CSE propone, como en el marco de la legalidad le corresponde.

  1. Revisemos y garanticemos el funcionamiento idóneo de las Juntas de Educación, lo que supone la revisión de la elección de estas, a fin de que no se conviertan en trampolines políticos. Implica también una fiscalización del uso adecuado de los fondos económicos, en procura del interés superior de la persona menor que asiste a los centros educativos. Motivemos a las comunidades y familias a participar democráticamente en la conformación de las Juntas de Educación.
  2. Redoblemos esfuerzos para que el sistema educativo costarricense, alcance la implementación de la oferta completa del plan de estudios establecida por el Consejo Superior de Educación mediante el acuerdo 34-07. Si queremos una educación con equidad e igualdad de oportunidades para todo el estudiantado, no podemos conformarnos con que solo en el 8 %[6] de las escuelas de nuestro país se imparta el currículo completo establecido por el CSE. Por lo que, para caminar hacia el logro del currículo completo en el 100% de nuestras escuelas, convendría la unificación de centros educativos unidocentes en otros centros para potenciar recursos y poder tener una educación con verdadera equidad. El dinero que se ahorra de esta forma se invierte en el transporte de los alumnos de estas escuelas unidocentes.
  3. Atendamos con prontitud los problemas de infraestructura que obstaculizan la implementación de la oferta educativa completa; esta es otra urgencia más para enfrentar la crisis educativa, con esto se pueden evitar las desigualdades que se presentan entre centros educativos respecto a la oferta del currículo completo por falta de capacitad locativa u horaria. Además, se deben atender, con acciones efectivas, los problemas de conectividad, internet y tecnológicos de los centros educativos a fin de ofrecer una educación de calidad en equidad.
  4. Revisemos las plazas docentes (códigos presupuestarios) que, durante la pandemia fueron eliminados como una de las medidas paliativas de la situación económica; esto fue en su momento y sigue siendo una clara violación al derecho constitucional de la educación de las personas estudiantes, porque, aunque se les siguió dando clases, se les privó de recibir asignaturas específicas en un claro trato desigual, respecto a los que sí reciben la oferta completa de asignaturas.
  5. Atendamos de forma urgente el problema de violencia en centros educativos. Es necesaria la creación de equipos institucionales de diálogo y resolución de conflictos. Esto debe ser una tarea prioritaria; dichos equipos pueden conformarse con profesores, orientadores, padres de familia y estudiantes; deben ser capacitados para abordar las situaciones de conflicto, tanto la prevención como el conflicto propiamente, buscando generar diálogo y alternativas de solución distintas a la violencia.
  6. Valoremos el aporte a la educación nacional de los centros privados, muchos de ellos de inspiración católica, algunos con estímulo estatal. Respetemos su propia identidad y peculiaridades, siempre dentro de la oportuna supervisión nacional. Conviene explorar opciones de alianzas estratégicas, alianzas público-privadas para respaldar procesos de extensión, acción social, docencia e investigación que beneficien a la comunidad nacional.
  7. Trabajemos con las Universidades públicas y privadas que imparten carreras del ámbito educativo, para mejorar la calidad de la formación de los futuros profesionales y promover la mística de la profesión docente, fortaleciendo el perfil de la persona docente. Esto responderá a las necesidades de la Dirección de Recursos Humanos del MEP, la cual mantiene la figura de nombramientos por inopia ante la escasez de docentes calificados.

El respaldo a la educación universitaria es imprescindible y se hace necesario el apoyo económico desde el marco de legalidad que ampara a las universidades, lo cual también exige los controles adecuados para evaluar el correcto uso de los presupuestos, con el fin de promover el mayor acceso de forma democrática del estudiantado a los estudios superiores, lo que ha distinguido históricamente a nuestro país.

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