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El monje do-re-mi-fa-sol-la-si

By Julio 12, 2021

Antes del siglo XI, a los monjes les costaba mucho aprender los cantos gregorianos, pues el sistema de notación musical era bastante complicado de interpretar. Por eso, un religioso benedictino, Guido de Arezzo, ideó una manera más sencilla de leer las notas.

En ese proceso, este religioso se encargó de dar nombre a las notas (Do, Re, Mi, Fa, Sol, La, Si). En la Edad Media, las notas se denominaban con las letras del alfabeto latino (A, B, C, D, E, F y G, donde se empieza por A, que viene a ser la nota La), como ocurre todavía en el sistema de notación anglosajón.

Guido tomó el Himno a San Juan Bautista, el cual tenía la particularidad que en cada frase se iniciaba cada vez con una nota más alta. El monje benedictino decidió entonces utilizar la primera sílaba de cada frase para identificar las notas:

 

Ut (más tarde Do) - Utqueant laxis

Re - Resonare fibris

Mi - Mira gestorum

Fa - Famuli tuorum

Sol - Solve polluti

La - Labii reatum

Si - Sancte Ioannes.

 

“Para que puedan / exaltar a pleno pulmón / las maravillas / estos siervos tuyos / perdona la falta / de nuestros labios impuros /San Juan”. Este sistema de entonación ideado por Guido recibió el nombre de solmisación, lo que hoy se conoce como solfeo.

 

Precursor del pentagrama

 

El pentagrama o pauta musical son las líneas horizontales y paralelas donde se colocan las notas musicales y los signos de notación que guían a los intérpretes.

Antes no existía algo así, lo que había era un sistema mucho más complejo, donde los músicos tenían que descifrar las notas, el tono y el ritmo, basados en la distancia que había entre notas en un espacio vacío, lo cual entorpecía la precisión.

Guido fue precursor del pentagrama, él creó el tetragrama (la pauta con cuatro líneas), con lo cual la altura de las notas, su duración y el compas era más preciso. Más adelante, en el siglo XV, otro fraile italiano, Ugolino de Orvieto, le agregaría una línea más, con lo cual se establecería el definitivo pentagrama.

Una vez que las notas tuvieron una posición definida todo fue más fácil y el sistema de notación musical continuó su desarrollo, asimismo, las composiciones adquirieron mayor complejidad.

Aunque no se tienen datos exactos, se cree que Guido nació a finales del siglo X y falleció en el año 1050. Fue compositor, musicólogo, teórico musical y escritor.

Sus innovaciones llegaron a oídos del Papa Juan XIX, quien lo invitó a Roma para enseñar sus conocimientos, sin embargo, parece que una enfermedad lo obligó a regresar a Arezzo.

Fue alumno del Papa Silvestre II y, al parecer, algunas crónicas indican que fue beatificado inmediatamente después de su fallecimiento, no obstante, no hay fuentes que lo confirmen.

 

Importancia para la música

 

El músico y seminarista, Ernesto Mora Prado, expone que los aportes como el de Guido de Arezzo ha sido como un milagro y una herencia a la espiritualidad.

“¿Por qué era importante esa transmisión de sonidos? Porque para la vida, el desarrollo de un pueblo, la madurez de una sociedad y el amor a Dios de un pueblo siempre fue y será más que unas cuantas palabras, es una vida, es una interioridad y la música toca esa interioridad, saca la interioridad de expresiones de fe, expresiones de ánimo y sentidos de vida”, comentó.

El seminarista recordó unas palabras del profesor, escritor, músico y filósofo, Dr. Bernal Martínez Gutiérrez, quien dice que el monje benedictino, Guido D’Arezzo fue sin duda, una de las figuras más representativas de la “revolución” musical, que se generó a partir de las primeras décadas del siglo XI.

Martínez expone que “si bien, no fue propiamente un compositor, fue claramente un gran teórico musical, cuyos aportes lo colocan como precursor de las nuevas formas de notación musical”. “Guido Monaco”, como reza el monumento erigido en su honor, en la ciudad toscana de Arezzo, que le vio nacer, bien puede ser catalogado como el primer sistematizador de la música, que conoció la cultura del arte medieval”, explica.

“Hoy la historia del arte de los sonidos sería muy distinta, sin la notable figura de aquel gran pedagogo de la melodía, que puso la música al servicio de la fe. Con Guido D’Arezzo, la fe y la música, entran en armonía, para perseguir una sinergia muy bien lograda, en la lejanía de la Edad Media”, concluye Martínez.

 

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Danny Solano Gómez

Periodista, licenciado en Producción de Medios, especializado en temas de fe católica, trabaja en el Eco Católico desde el año 2009.

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