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Miércoles, 21 Mayo 2025

Mensaje de los obispos de la Conferencia Episcopal de Costa Rica para la Pascua 2025

Como pastores de la Iglesia que peregrina en Costa Rica, queremos saludarlos, con profundo gozo, con las mismas palabras utilizadas durante la Pascua por las primeras comunidades cristianas: ¡Cristo ha resucitado! ¡Verdaderamente ha resucitado!, este saludo es a la vez el anuncio de la gran noticia que ha transformado la historia, porque la victoria de Cristo sobre la muerte es el centro de nuestra fe, la fuente de nuestra alegría y el fundamento firme de nuestra esperanza.

Este anuncio resuena con fuerza en el Jubileo, convocado por el Papa Francisco, en el que estamos llamados a reavivar la certeza de que no caminamos solos, que Dios no abandona a su pueblo, y que la luz de la Resurrección de Cristo ilumina incluso las noches más oscuras.

En la Resurrección de Jesucristo, Dios ha inaugurado un mundo nuevo. Ahí donde parecía haber fracaso, resplandece la victoria; donde reinaba el pecado, brota la gracia; donde todo parecía perdido, la vida ha vencido. Esta es la fuerza transformadora de la Pascua: Cristo Resucitado ha abierto el camino de vida para toda la humanidad, y su Espíritu nos impulsa a caminar en esperanza, a construir la paz, a vivir en comunión, a amar sin medida.

Este anuncio no se queda en los templos. Interpela a toda la sociedad. Como obispos de Costa Rica, queremos compartir con cada persona de buena voluntad esta esperanza que nos habita. Sabemos que nuestra patria enfrenta desafíos profundos: violencia que se incrementa, pobreza que golpea a muchas familias, crisis de valores y de sentido, indiferencia ante el sufrimiento del prójimo... 

Pero, ante estas realidades, como discípulos del Resucitado, no podemos quedarnos paralizados ni resignados. Reconocemos con el Papa Francisco que: "La Pascua es la fiesta de la esperanza que nos saca de la resignación. No hay situaciones irreversibles, porque Cristo ha resucitado y nos abre un camino nuevo" (Homilía Pascua 2023). "La esperanza cristiana no es un simple optimismo, es el fuego que Cristo enciende en nosotros para transformar la historia" (Audiencia General, 2017). 

La unción de los enfermos es quizá el sacramento que más evolución conoció en el desarrollo de la moderna teología sacramental, a partir del Vaticano II. La Iglesia vio que debía sacar urgentemente el sacramento de aquella atmósfera lúgubre que lo rodeaba, para que expresara esa esplendorosa teofanía que manifiesta la gracia de Dios a los enfermos. Esto se nota en la designación misma del sacramento. Se llamaba “De la extremaunción”, lo que implicaba un momento tétrico, la llegada de la muerte, sombra inexorable que sentenciaba al enfermo que yacía en su lecho y lo conducía al Hades y que venía acompañada por el cura. Esto cambió a “Unción de los enfermos”, indicando la nobleza del sacramento, que no es solo para preparar a la muerte cuanto para consolar al que sufre. A pesar del esfuerzo, y quizá por la desaceleración sufrida en la reflexión teológica, todavía hay fieles que buscan al cura instantes antes de que sobrevenga la muerte. La “extremaunción” recibió, en la misma “Sacrosantum concilium”, No. 73, este nuevo nombre precisamente porque “no es sólo el sacramento de quienes se encuentren en los últimos momentos de su vida”. Quiero volver a proponer estas ideas justo para que reconozcamos el momento más oportuno para administrar este sacramento y hacerlo, sobre todo, en forma solemne.

 

La naturaleza del sacramento

 

Ya el concilio de Florencia describía sus elementos esenciales. Posteriormente Trento lo declaró de institución divina, señalando los efectos que producía y reconociendo en su administración la gracia del Espíritu Santo, por cuanto es causa de purificación de los pecados, alivio y consuelo para el enfermo y suscitando en quien lo recibe confianza en la misericordia divina. Ya ungido, el enfermo sobrelleva mejor los sufrimientos y el peso de la enfermedad, resiste más fácilmente las tentaciones del demonio siendo que no poas veces incluso consigue salud para el cuerpo si conviene a la salud del alma. El Papa Pablo VI estableció una nueva fórmula para el sacramento eliminando algunas unciones que parecían innecesarias y enfatizando en la misericordia de Dios, en la ayuda que brinda el Espíritu Santo, para liberar de sus pecados al enfermo y concederle la salvación, así como consuelo en su trance.

El ritual mismo del sacramento señala que la celebración consiste primordialmente en la imposición de manos por parte de los presbíteros de la Iglesia sobre el enfermo, la oración y la unción con el óleo bendecido. Este rito en sí mismo es el que confiere la gracia del sacramento.

Si el sacramento otorga, pues, la gracia del Espíritu, si con este rito el ser humano es ayudado plenamente en su salud, es confortado con la confianza en Dios y robustecido contra las tentaciones del enemigo y la angustia de la muerte, de modo que pueda, no sólo soportar sus males con fortaleza, sino también luchar contra ellos e incluso conseguir la salud, es necesario verlo como un signo que nos mueve a construir, desplegar y hacer crecer además de consolidar la fe cristiana.

Todo esto nos lleva a pensar en lo urgente de recuperar los valores de este sacramento, así como mejorar en lo posible su administración, no solo en las visitas a los enfermos individualmente, cuanto en la celebración solemne, es decir, con la presencia de muchos fieles en algunos momentos fuertes de la vida de la Iglesia. A algunos presbíteros les gusta administrarlo en la Cuaresma, por cuanto lo unen al perdón de los pecados, y lo hacen dentro de la Semana Santa. Acaso no tenemos otra actividad digna de mejor suerte. Recuerdo alguno que, porque no se sentía atraído a participar en la celebración de la solemne misa Crismal el Jueves Santo, cuando el obispo, además de renovar las promesas al presbiterio, consagra el Santo Crisma y bendice los óleos de los enfermos y los catecúmenos, dedicaba la mañana de ese significativo día a celebrar una Eucaristía un poco apócrifa y ausente de sentido, dando masivamente el sacramento a los enfermos de su parroquia.

Estas tendencias, además de encoger la majestad del sacramento al impedirle aportar la gracia de la participación en la plenitud de Cristo, por cuanto se le niega su nexo con la vida, con la resurrección de Cristo, resulta, además, como un modo algo obvio de deshacernos del aceite viejo, el que va a quedar, “porque mañana vendrá el nuevo”.

Tengo para mí que eso no aporta mucho. Si el sentido correcto del sacramento de la Unción de los enfermos ha sido unir siempre al enfermo con Cristo, no se debe pensar solo en su pasión, sino, más todavía, en la resurrección del Señor. Sabemos que todo ser humano, enfermo o no, morirá un día. Por ello la Iglesia debe buscar acompañarlo en su dolor y hasta en su proceso de muerte, a sabiendas de que este bautizado se está preparando, en todo sentido, para participar de la resurrección de Cristo. Por ello me confieso convencido de que la Unción de los Enfermos debe darse en Pascua.

 

Un sacramento pascual

 

MENSAJE PARA EL TIEMPO DE PASCUA DE LOS OBISPOS
DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL DE COSTA RICA

«¿Por qué buscan entre los muertos al que está vivo? No está aquí, ha resucitado»

San Lucas 24, 5-6

Como pastores del pueblo de Dios enviamos nuestro gozoso saludo pascual al Pueblo de Dios en nuestro país, tras haber celebrado los misterios de la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo durante la Semana Santa.

Luego de dos años de pandemia, provocada por el COVID-19, el pueblo fiel católico volvió a celebrar, en los templos y en las calles, los misterios de la fe, hecho que nos llena de regocijo y agradecimiento profundo en el Señor, pues nos ha permitido reavivar nuestro espíritu, encontrarnos presencialmente y alimentar nuestra esperanza común.

«Si Cristo no hubiera resucitado, vana sería nuestra fe», (I Corintios 15, 14).  Hemos vivido y celebrado el misterio pascual con la mirada puesta en Cristo Resucitado, quien ha vencido la muerte.  Por ello, este tiempo de la Pascua, que vive la Iglesia, es tiempo de gracia y tiempo propicio para redescubrir que nuestro futuro no está en el frío y el vacío de un sepulcro, sino que está más allá, en la eternidad.  ¡Esto es lo que creemos y vivimos los cristianos!

Al mismo tiempo, la resurrección de Jesucristo nos abre el horizonte a la esperanza:  esperanza de una vida y un país mejores; esperanza de que la pandemia terminará y que podremos superar una serie de brechas que afectan a nuestros hermanos más vulnerables.

Sintámonos animados por lo que nos manifiesta el Papa Francisco:  «De pronto, Jesús salió a su encuentro y las saludó, diciendo:  ‘Alégrense’ (Mt 28, 9).  Es la primera palabra del Resucitado después de que María Magdalena y la otra María descubrieran el sepulcro vacío y se toparan con el ángel.  El Señor sale a su encuentro para transformar su duelo en alegría y consolarlas en medio de la aflicción (cfr. Jr 31, 13).  Es el Resucitado que quiere resucitar a una vida nueva a las mujeres y, con ellas, a la humanidad entera. Quiere hacernos empezar ya a participar de la condición de resucitados que nos espera» (17 de abril, 2020, meditación en revista española Vida Nueva).

La intensa y concurrida celebración de la Semana Santa, en cada una de nuestras comunidades parroquiales, a lo largo y ancho de todo el país, nos anima a redescubrir los valores de un pueblo creyente.  Agradecemos, también, el respeto con el cual esta fe se ha manifestado y vivido.  Sin embargo, esta celebración no se puede quedar sólo en un momento determinado o en una época especial.

Nos dice el Santo Padre, en su Encíclica Lumen Fidei, n. 51:  «La fe permite comprender la arquitectura de las relaciones humanas, porque capta su fundamento último y su destino definitivo en Dios, en su amor, y así ilumina el arte de la edificación, contribuyendo al bien común».

Precisamente, nuestro llamado es a continuar manifestando nuestra fe en cada lugar en que nos encontremos, en toda situación que enfrentemos, en todo momento que sea necesario para contribuir a mejorar nuestra sociedad.

Camino al cambio de mando en nuestras autoridades de gobierno, tanto en el Poder Ejecutivo como en el Poder Legislativo, les hacemos un llamado a poner la mirada en el mejoramiento y crecimiento del país, teniendo en cuenta sus principales problemáticas; más aún, poniendo en el centro de cada una de las decisiones que se tomarán a la persona humana.

Agradecemos a las autoridades salientes y saludamos de modo especial al presidente de la República Carlos Alvarado Quesada.  Agradecemos todos los esfuerzos que el gobierno, que está por terminar, ha realizado por Costa Rica; sabemos los duros momentos vividos a causa de la pandemia.

Una vez más, imploramos sobre el presidente electo, Rodrigo Chaves Robles, y por todos quienes ingresarán a trabajar en la función pública a partir del mes de mayo, la bendición del Señor para que puedan ejercer sus cargos con sabiduría, humildad y acierto.

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