
Mensaje de los Obispos de la Conferencia Episcopal en la celebración del Buen Pastor, Jornada Mundial de oración por las vocaciones
Con ocasión de la celebración del Buen Pastor y, en ella, de la 62° Jornada de Oración por las vocaciones, como pastores del Pueblo de Dios que peregrina en Costa Rica, queremos dirigir una palabra de saludo y aliento a todas las comunidades de nuestras Diócesis.
El Señor renueva contantemente en su Iglesia la elección que hace de cada uno y nos llama a estar en actitud de salida «de nosotros mismos para emprender un camino de amor y de servicio»[1]. Testigo de ese dinamismo vocacional de la Iglesia, como comunidad de discípulos misioneros, ha sido, hasta el último de sus días, el Papa Francisco. También el proceso para la elección del nuevo Obispo de Roma que continuará la animación de la Iglesia.
La dimensión vocacional de la Iglesia, como camino de esperanza
En Cristo hemos sido «elegidos, antes de la creación del mundo… predestinados a ser sus hijos adoptivos» (Ef 1,4.5); hemos sido llamados, vocacionados, para elevar el mundo, para sembrar en él la luz, para abrir el surco de caminos inéditos que puedan generar un mañana mejor.
Tenemos conciencia del entramado de confusión en que vive la sociedad y que afecta sobre todo a nuestros jóvenes. “Una crisis de identidad, que es también una crisis de sentido y de valores”: la desintegración familiar, la incertidumbre del mañana, el bombardeo digital, la polarización social que ensancha las injusticias como fruto en gran medida del materialismo egoísta, la creciente violencia que éste genera. Todo esto hace difícil que cobre cuerpo en nosotros “la convicción de ser amados, llamados y enviados como peregrinos de esperanza”.
Mensaje de los Obispos de la Conferencia Episcopal a la Iglesia y al pueblo de Costa Rica con ocasión del Mes de la Juventud
Jóvenes constructores de la civilización del amor
Nuestra Iglesia, tradicionalmente, dedica el mes de julio a los jóvenes. Por esa razón, se multiplican en estos días encuentros y espacios en los que, junto a ellos y con ellos, reflexionamos y oramos por los jóvenes, renovamos nuestra apertura e invitación para que se sientan parte de nosotros y participen con su protagonismo en un caminar sinodal.
Bien dice el Papa Francisco que los jóvenes no son solo el futuro, sino el presente de la Iglesia y del mundo, su rostro más radiante y auténtico por los valores y las convicciones que los caracterizan. La juventud debe ser un tiempo de entrega generosa, de ofrenda sincera, de sacrificios que duelen pero que nos vuelven fecundos (cfr. Christus vivit, 107). Con el Santo Padre decimos a los jóvenes: No dejen que les roben la esperanza y la alegría, que los narcoticen para usarlos como esclavos de sus intereses. Atrévanse a ser más, porque su ser importa más que cualquier cosa.
Muchos son los signos de esperanza que encarna nuestra juventud. En el corazón de la inmensa mayoría de nuestros jóvenes hay un auténtico deseo de bien, perviven altos ideales y proyectos generosos, quieren ser agentes y constructores de una nueva civilización, más plenamente humana, compasiva, entregada al servicio, consciente de sus capacidades y de sus responsabilidades, comprometida con la paz, el diálogo, la atención de los hermanos necesitados, el desarrollo integral y la protección de la Casa Común.
No faltan los signos de amenaza como el resentimiento y la autoreferencialidad por las heridas de los golpes de la vida, las relaciones tóxicas de dominio, manipulación, acoso; las ideologías deshumanizadoras, las adicciones de cualquier tipo que esclavizan, las dinámicas sociales de consumismo e indiferencia ante el sufrimiento de los demás, la discriminación, la violencia…
Mensaje de los Obispos de la Conferencia Episcopal de Costa Rica
¡Paz! un grito que urge ser escuchado en Costa Rica
En la solemnidad del martirio de San Pedro y San Pablo, testigos valientes de la fe en Jesucristo, que entregaron su vida en medio de situaciones de violencia, los Obispos de la Conferencia Episcopal de Costa Rica nos dirigimos al Pueblo de Dios y a todas las personas de buena voluntad, ciudadanos de nuestro país, para reiterar nuestro llamado a un genuino y efectivo compromiso de todos, ante la ola de violencia en nuestro país.
Como Iglesia, somos conscientes de la gravedad de esta problemática que dolorosamente tiende a extenderse en el tiempo y en muchas direcciones, por lo que nos unimos al empeño de buscar caminos de unidad y de paz para enfrentar tan compleja situación. Proclamamos “que la violencia es un mal, que la violencia es inaceptable como solución de los problemas, que la violencia es indigna del hombre. La violencia es una mentira, porque va contra la verdad de nuestra fe, la verdad de nuestra humanidad. La violencia destruye lo que pretende defender: la dignidad, la vida, la libertad del ser humano”.[1]
Mensaje de los Obispos de la Conferencia Episcopal a la Iglesia y al pueblo de Costa Rica con ocasión de Pentecostés
“La esperanza no nos defrauda, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado.” (Rom 5,5)
Que la paz y la alegría, por la fuerza del Espíritu Santo, llenen sus corazones y hogares.
Los Obispos de la Conferencia Episcopal de Costa Rica nos dirigimos al Pueblo de Dios que peregrina en Costa Rica, y a todas las personas de buena voluntad, con ocasión de la Solemnidad de Pentecostés. Manifestamos nuestra cercanía espiritual y compartimos la riqueza de nuestra fe acerca de la acción de Dios, por su Espíritu Santo, enviado por el Padre y el Hijo al mundo para hacer actual la salvación que proviene del misterio pascual de Cristo.
En efecto, se trata del Espíritu Santo prometido por Jesús (cf. Lc 24,49; Hch 1,4-5.8) cuyo don se nos dio el día de Pentecostés (Hch 2,14-21). Este Espíritu se recibe por la profesión de la fe en el Cristo (Ga 3,14.22; Ef 1,13), mediante el sacramento del bautismo (Hch 2,38; Jn 3,5-6). Es fuente de la Vida Nueva, nos devuelve la dignidad de hijos de Dios (Ga 4,5-7; Rm 8,15-16) y nos abre a la comunión con la Iglesia (1 Co 12,13).
Es el Espíritu de Jesucristo, quien puede donarlo porque lo posee sin medida (cf. Jn 3,34). El Espíritu Santo es infundido como soplo divino que remite al relato de la creación (cf. Gn 2,7), signa, por tanto, el inicio de una nueva creación o de un nacer de nuevo. Culmina la obra de salvación, a través del bautismo en el Espíritu Santo (cf. Hch 1,4), e inaugura la Nueva Alianza, cumplida en la persona de Jesús (2 Co 3,6; Hb 8,6-13), la Vida Nueva, la vida eterna en bienaventuranza, que viene de su Resurrección.
El Espíritu Santo realmente habita en el cristiano (cf. Rm 8,9b; 1 Co 3,16), porque es el amor de Dios infundido en nuestros corazones (cf. Rm 5,5) que nos santifica con su gracia. El Espíritu de Cristo capacita a los fieles para conocer la enseñanza de Jesús a través de su acción iluminadora (1 Co 12,3; Rm 8,1-13). Actúa también en toda persona de buena voluntad que se abre a Él y en todas las culturas, manifestando la ternura de Dios.
El Espíritu Santo es el gran vínculo de comunión que une a los creyentes en la fe. A través de su acción en nuestras vidas, nos guía, en el amor fraterno, hacia la unidad y la armonía (Ef 4:3). El Espíritu Santo nos une en un solo cuerpo, que es la Iglesia, a pesar de nuestras diferencias y diversidad de dones (1Co 12:13), que nos impulsa a compartir para el crecimiento de la misma Iglesia. Su presencia en nuestras vidas nos impulsa a buscar la unidad en medio de la diversidad, a perdonar, a amar y a servir, todo en aras de construir una comunidad de fe sólida y unida en el Señor.
¡Dios nos ha dado su Espíritu! Es la razón de nuestra esperanza, porque es el amor de Dios que ha sido derramado en nuestros corazones. En medio de los desafíos y las dificultades que enfrentamos como país, recordemos que el Espíritu Santo es nuestro guía y consolador, que nos anima a construir puentes de diálogo, a promover la solidaridad y a trabajar juntos por el bien común.
Estemos activos en favorecer la comunión que obra en nosotros el Espíritu, primeramente, en nuestras familias. Invitamos a promover y favorecer la dinámica familiar, en donde se reciba con generosidad la vida y se inicie a los hijos en una armónica vivencia social, donde se cuide a nuestros adultos mayores. Promovamos también los grupos, las instituciones, las dinámicas que favorezcan la unidad y cohesión social, la construcción de consensos y unión de voluntades, la escucha recíproca y el diálogo institucional, para llegar a decisiones compartidas. Valoremos, en este sentido, nuestra constitución democrática y el estado de derecho en nuestro país, como el mejor ambiente para unirnos como ciudadanos buscando el bienestar de todos.
El Espíritu suscita carismas, cualidades personales para la construcción de nuestra sociedad. Abundamos en diversas expresiones y cualidades que, lejos de alejarnos, suponen una riqueza al unirnos en torno a una visión solidaria. Articulemos los distintos aportes de todas las instancias sociales. Las diferencias se expresan y se pulen hasta alcanzar una armonía que no necesita cancelar las particularidades ni las diferencias. Justo en eso se alcanzará su belleza.
Nosotros, la Iglesia Católica, estamos llamados a acompañar el caminar de toda la familia humana. El mundo necesita la perspectiva sinodal, para superar confrontaciones, desacuerdos paralizantes y madurar procesos de diálogo que ayuden a tender puentes y caminar juntos. Es el servicio que estamos llamados a dar en favor de la fraternidad universal y a la amistad social: gestar un ethos social fraterno, solidario e inclusivo, ayudar a cultivar la justicia, la paz y el cuidado de la casa común.
POR UNA EDUCACIÓN COSTARRICENSE QUE ABRA CAMINOS DE ESPERANZA
El tema de la educación ha sido prioridad histórica en la misión de la Iglesia Católica; basta con un breve recorrido en la historia para darse cuenta que el proceso educativo fue asumido con seriedad por la Iglesia en todas partes del mundo, desde el establecimiento de escuelas, hasta la fundación de prestigiosas universidades que aún hoy siguen siendo un referente en la formación del mayor rigor académico de las personas estudiantes. Costa Rica no es la excepción, un sacerdote fue el primer maestro y el fundador de la primera escuela en Cartago; asimismo, la primera universidad costarricense, la Universidad de Santo Tomás, surge de la mano de la Iglesia. Tampoco escapa a esto la educación técnica que se originó también bajo la tutela de la Iglesia en los ya lejanos años 50 del siglo pasado.
No podemos renunciar, por tanto, a cuidar lo que se ama y aquello en lo que se cree. La Iglesia mantiene viva la esperanza en los procesos educativos en los que la persona es colocada en el centro del proceso[1], y no puede dejar de interesarse y proponer alternativas ante la crisis que la afecta, porque, como señalaba el Papa Benedicto XVI, «todos nos preocupamos por el bien de las personas que amamos, en particular por nuestros niños, adolescentes y jóvenes»[2]. Por eso mismo decía: «Educar es formar a las nuevas generaciones, para que sepan entrar en relación con el mundo». Por eso llamó y convocó a responder a lo que consideró «emergencia educativa». Lamentablemente, creemos que esto es lo que experimentamos en nuestro sistema educativo nacional.
Más recientemente, el Papa Francisco ha propuesto un Pacto Educativo Global como alternativa para superar la crisis que afecta a la educación en todo el mundo; lo lanza como una invitación para iniciar «un camino educativo que haga madurar una nueva solidaridad universal y una sociedad más acogedora»[3]. Propone este Pacto para «reavivar el compromiso por y con las jóvenes generaciones, renovando la pasión por una educación más abierta e incluyente, capaz de la escucha paciente, del diálogo constructivo y de la mutua comprensión»[4]. Estas son las grandes opciones que propone el Papa Francisco para un Pacto Educativo Global universal:
En línea con todo lo expuesto hasta ahora, queremos proponer, algunos aspectos para la consideración y la búsqueda de soluciones consensuadas:
Es imprescindible que el ente constitucional encargado de la educación costarricense, el Consejo Superior de Educación (CSE), sea el que garantice los procesos de continuidad en el sistema educativo y, tal como corresponde, el MEP sea efectivamente el ejecutor de las disposiciones macro educativas que el CSE propone, como en el marco de la legalidad le corresponde.
El respaldo a la educación universitaria es imprescindible y se hace necesario el apoyo económico desde el marco de legalidad que ampara a las universidades, lo cual también exige los controles adecuados para evaluar el correcto uso de los presupuestos, con el fin de promover el mayor acceso de forma democrática del estudiantado a los estudios superiores, lo que ha distinguido históricamente a nuestro país.