Cuando llegó a las puertas del templo del Santuario Nacional Santo Cristo de Esquipulas, la cimarrona comenzó a tocar, el pueblo le daba la bienvenida como nuevo párroco. Él no pudo evitar las lágrimas, volvía a su pueblo, al lugar donde creció, aquellos días entre la casa de sus papás y la de su abuela, el grato recuerdo de su bisabuela, no vidente, que le enseñó a rezar.
El niño que no hacía berrinches para que le regalaran juguetes, sino para que sus papás le compraran imágenes de santos, recibe hoy el sacramento del Orden Sacerdotal.