Recientemente se han anunciado nuevas entronizaciones de reliquias del beato Carlo Acutis en diversas parroquias del país. De esta forma, muchos jóvenes han expresado que es una manera de sentirse cerca del que es conocido como el ciberapóstol de la Eucaristía.
Efectivamente, las reliquias de santos sirven precisamente para recordar a aquellos que, aun con sus dificultades y debilidades humanas, alcanzaron la santidad. Seres humanos, de carne y hueso, que dieron testimonio de Cristo y son un ejemplo para todos los fieles.
Las reliquias posibilitan o facilitan una experiencia profunda con ese santo a quien se venera o se pide intercesión. La reliquia de un muchacho como Carlo Acutis, por ejemplo, le dice a un joven que es posible ser joven y santo.
Desde sus inicios, la Iglesia ha defendido la veneración de reliquias. Estas pueden ser el cuerpo completo, partes corporales u objetos relacionados a una persona considerada santa. (ver recuadro al final).
Por ejemplo, el cuerpo de Santa Bernardita, vidente de Lourdes, se conserva intacto desde 1925 en el gran relicario de cristal en el monasterio de Saint-Gilard, en Nevers, Francia.
En Costa Rica, el Santuario Diocesano San Antonio de Padua, en Cot de Oreamuno, resguarda cerca de 70 reliquias para veneración de los fieles. De igual forma, en diversas parroquias se exponen algunas de manera permanente, como en el Santuario Nuestra Señora de Ujarrás, en Paraíso de Cartago, donde hay una de San Juan Pablo II.
Además, cuando se consagra un templo y se dedica su altar, siempre se coloca en su interior la reliquia de uno o varios mártires o santos, para significar la unión de la Iglesia triunfante con la militante. (Ver módulo)
¿Por qué se colocan reliquias en el altar?
Recientemente, se realizó el Rito de Consagración del Templo y Dedicación del Altar de la Parroquia Santa Isabel de Portugal, en Cachí de Paraíso, Cartago. Justamente, en el altar se colocaron las reliquias de tres mártires (San Óscar Romero, Beato Agustín Pro y Santa María Goretti).
Al respecto el numeral 5 del Ritual explica: “Toda la dignidad del altar le viene de ser la mesa del Señor. Por eso los cuerpos de los mártires no honran el altar, sino que éste dignifica el sepulcro de los mártires. Porque, para honrar los cuerpos de los mártires y de otros santos y para significar que el sacrificio de los miembros tuvo principio en el sacrificio de la Cabeza, conviene edificar el altar sobre sus sepulcros o colocar sus reliquias debajo de los altares”.
Y agrega: “Porque, aunque todos los santos son llamados, con razón, testigos de Cristo, sin embargo el testimonio de la sangre tiene una fuerza especial que sólo las reliquias de los mártires colocadas bajo el altar expresan en toda su integridad”.
De igual manera, con este gesto se representa el pasaje de Apocalipsis 6, 9: “Vi debajo del altar las almas de los inmolados a causa de la palabra del Dios y del testimonio que mantuvieron”.
En el numeral 20, el Ritual de Consagración de un altar señala que: “Las reliquias en el altar son un gran signo y poseen un significado claro “para expresar que todos los que han sido bautizados en la muerte de Cristo, y especialmente los que han derramado su sangre por el Señor, participan de la pasión de Cristo”.
El Directorio sobre la Piedad Popular es claro en que deben estar puestas bajo el altar, pues indican que “el sacrificio de los miembros tiene su origen y sentido en el sacrificio de la Cabeza, y son una expresión simbólica de la comunión en el único sacrificio de Cristo de toda la Iglesia, llamada a dar testimonio, incluso con su sangre, de la propia fidelidad a su esposo y Señor”.
“En cualquier caso, se evitará exponer las reliquias de los Santos sobre la mesa del altar: ésta se reserva al Cuerpo y Sangre del Rey de los mártires”.
Una tradición milenaria
El culto a las reliquias de los beatos y santos es una tradición que remite a los primeros días de la Iglesia. Incluso, ya en el Antiguo Testamento se mencionan algunos hechos vinculados: Eliseo recibe de Elías un manto con el que ocurren hechos milagrosos (II Reyes 2, 9-14), un hombre que había muerto resucita al tocar los huesos de Eliseo (II Reyes 13,21), entre otros.
Asimismo, en el Nuevo Testamento, una mujer se sana al tocar el manto de Jesús (Marcos 5:27-29). En Hechos 19,11 también se narra que Dios obraba a través de Pablo, de forma que los pañuelos o mandiles que utilizaba el apóstol servían para curar a los enfermos.