Del 3 al 7 de julio del año en curso, en las instalaciones del Seminario Conciliar de México, ubicado en Tlalpan, Ciudad de México, se llevó a cabo la IX Jornada de Estudio de la Sociedad de Catequetas Latinoamericanos.
Por nuestro país, participaron los sacerdotes Mario Segura Bonilla, director del Centro Nacional de Catequesis (Cenacat) y Alfredo Madrigal Salas, así como Carolina López Castillo, catequetas, miembros de esta Sociedad Latinoamericana.
La sociedad, conocida por las siglas SCALA, fue fundada el 13 de julio de 1995 por un grupo de catequetas latinoamericanos en San Antonio, Texas. Está integrada por sacerdotes, religiosos y religiosas, personas consagradas, laicos y laicas expertos en catequética y animadores de la catequesis en sus respectivos países.
“A veces uno se pone los límites, la Iglesia tampoco debe tenerlos”, dice Manuel Montalvo, quien tiene una discapacidad cognitiva. Él es servidor en la Catequesis y en la Pastoral de Comunicación y Divulgación de la Parroquia Nuestra Señora de Lourdes, en Montes de Oca. También es un activo participante de Profesionales Católicos y Movimiento Laudato Si´, entre otros.
Los católicos tienen el deber de recibir el Sacramento de la Confirmación antes de ser admitidos en matrimonio.
Catequesis en audiencia general, miércoles 16 de junio, 2021.
En esta serie de catequesis hemos recordado en varias ocasiones cómo la oración es una de las características más evidentes de la vida de Jesús: Jesús rezaba, y rezaba mucho. Durante su misión, Jesús se sumerge en ella, porque el diálogo con el Padre es el núcleo incandescente de toda su existencia.
Los Evangelios testimonian cómo la oración de Jesús se hizo todavía más intensa y frecuente en la hora de su pasión y muerte. Estos sucesos culminantes de su vida constituyen el núcleo central de la predicación cristiana: esas últimas horas vividas por Jesús en Jerusalén son el corazón del Evangelio no solo porque a esta narración los evangelistas reservan, en proporción, un espacio mayor, sino también porque el evento de la muerte y resurrección -como un rayo- arroja luz sobre todo el resto de la historia de Jesús. Él no fue un filántropo que se hizo cargo de los sufrimientos y de las enfermedades humanas: fue y es mucho más. En Él no hay solamente bondad: hay algo más, está la salvación, y no una salvación episódica -la que me salva de una enfermedad o de un momento de desánimo- sino la salvación total, la mesiánica, la que hace esperar en la victoria definitiva de la vida sobre la muerte.
En los días de su última Pascua, encontramos por tanto a Jesús, plenamente inmerso en la oración.
Él reza de forma dramática en el huerto del Getsemaní-lo hemos escuchado-, asaltado por una angustia mortal. Sin embargo, Jesús, precisamente en ese momento, se dirige a Dios llamándolo “Abbà”, Papá (cfr. Mc 14,36). Esta palabra aramea -que era la lengua de Jesús- expresa intimidad, expresa confianza. Precisamente cuando siente la oscuridad que lo rodea, Jesús la atraviesa con esa pequeña palabra: Abbà, Papá.
Jesús reza también en la cruz, envuelto en tinieblas por el silencio de Dios. Y sin embargo en sus labios surge una vez más la palabra “Padre”. Es la oración más audaz, porque en la cruz Jesús es el intercesor absoluto: reza por los otros, reza por todos, también por aquellos que lo condenan, sin que nadie, excepto un pobre malhechor, se ponga de su lado.
Todos estaban contra Él o indiferentes, solamente ese malhechor reconoce el poder. “Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen” (Lc 23,34). En medio del drama, en el dolor atroz del alma y del cuerpo, Jesús reza con las palabras de los salmos; con los pobres del mundo, especialmente con los olvidados por todos, pronuncia las palabras trágicas del salmo 22: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” (v. 2): Él sentía el abandono y rezaba. En la cruz se cumple el don del Padre, que ofrece el amor, es decir se cumple nuestra salvación. Y también, una vez, lo llama “Dios mío”, “Padre, en tus manos pongo mi espíritu”: es decir, todo, todo es oración, en las tres horas de la Cruz.
Por tanto, Jesús reza en las horas decisivas de la pasión y de la muerte. Y con la resurrección el Padre responderá a la oración. La oración de Jesús es intensa, la oración de Jesús es única y se convierte también en el modelo de nuestra oración. Jesús ha rezado por todos, ha rezado también por mí, por cada uno de vosotros.
Cada uno de nosotros puede decir: “Jesús, en la cruz, ha rezado por mí”. Ha rezado. Jesús puede decir a cada uno de nosotros: “He rezado por ti, en la Última Cena y en el madero de la Cruz”. Incluso en el más doloroso de nuestros sufrimientos, nunca estamos solos. La oración de Jesús está con nosotros. “Y ahora, padre, aquí, nosotros que estamos escuchando esto, ¿Jesús reza por nosotros?”. Sí, sigue rezando para que Su palabra nos ayude a ir adelante. Pero rezar y recordar que Él reza por nosotros.
Y esto me parece lo más bonito para recordar. Esta es la última catequesis de este ciclo sobre la oración: recordar la gracia de que nosotros no solamente rezamos, sino que, por así decir, hemos sido “rezados”, ya somos acogidos en el diálogo de Jesús con el Padre, en la comunión del Espíritu Santo.