La vida de Mons. Barquero es un signo de lo que es capaz de realizar el Señor en aquellos que se dejan mirar por Él y cautivar por su voz. Es, patentemente, una vida permeada por la fe, por el encuentro amoroso con Él. Su apertura y docilidad permitió al Señor configurarlo como un instrumento al servicio de su designio de amor. Hizo de su vida un signo de su presencia compasiva entre nosotros.
Sin duda fue un hombre al servicio de la comunión en torno a Cristo, convocándonos como iglesia en su seguimiento, animando y estimulando nuestra fraternidad como discípulos de Aquel que nos ha amado hasta entregar su vida por nosotros. Lo ha hecho a todos los niveles, en su familia, como constataban hoy sus familiares, y, sobre todo, en nuestra iglesia diocesana, que ha visto en él un signo claro de Cristo que continúa pastoreándonos, convocándonos, uniéndonos como hermanos.
Ha sido, también, un hombre para los demás, al servicio de todos. En él se ha manifestado bien claro lo que el Papa Francisco ha llamado amistad social. Un hombre para la cercanía, para la cordialidad, para la participación ciudadana, uniéndose a las buenas causas sociales, con las personas de buena voluntad, sensible y cercano a los pobres… En definitiva, entregado a la causa del Reino desde los pequeños gestos cotidianos.
Dios nos ha hablado en la vida de Mons. Barquero y, ahora, en su partida. Su testimonio nos ilumina, nos inspira, nos afianza en el camino vocacional. Si, como él, confiamos en el Señor y nos situamos en disponibilidad, veremos las maravillas de su actuación en nosotros y en todos aquellos que tenemos encomendados. La fidelidad se forja cada día en el trabajo paciente de aceptarnos con nuestras debilidades situándonos en la perspectiva de Dios, en los pequeños gestos de amor en respuesta al Amor recibido, en la convicción de que su fidelidad hacia nosotros es capaz de sostener la nuestra.
Reconocemos la gracia de nuestro Dios también en la celebración del centenario diocesano. Es cierto, en medio de una situación bien particular, marcado por la situación de pandemia. Como creyentes no podemos más que considerar todo esto como tiempo de gracia y de salvación. Así es el tiempo para Dios y, por lo tanto, para nosotros, que vivimos en el ámbito de su Amor. En medio de nuestra mayor fragilidad, Dios está siempre alentándonos, confortándonos, purificándonos en medio de pruebas y, ante todo, sosteniéndonos con su Gracia.
Nos adentramos en un nuevo año con toda la disposición de seguir creciendo a la medida que Dios quiere para nosotros. Desde la alegría de ser ya una Diócesis centenaria, dando continuidad a esa corriente de agradecimiento al Señor, vamos a implicarnos en una dinámica de discernimiento para descubrir por dónde quiere Él guiarnos, qué quiere suscitar y favorecer en nosotros. Nos inspira el lema: “Transfórmense mediante la renovación de su mente, para distinguir la voluntad de Dios” (Cf. Rm 12,2).
Esperamos llegar a un Plan Pastoral Diocesano, como resultado de un proceso de planificación participativa, que nos ocupará todo este año. En él tendremos la guía para nuestro caminar en los siguientes cinco años, líneas de acción claras, comunes, aterrizadas en nuestra realidad, para favorecer la comunión y un anuncio más eficaz del Evangelio. Es la razón de ser de nuestra Iglesia, lo que nos encomendó nuestro Señor, ser el pueblo, la familia convocada en torno a Él… para anunciar que el Reino de Dios se encuentra ya presente entre nosotros y es preciso colaborar con él.
En estos días se han comunicado los cambios de algunos de ustedes en las distintas parroquias. Han sido pocos esta vez, respondiendo, ante todo, a la situación personal de los hermanos, buscando propiciar una vivencia más amplia de la fraternidad sacerdotal en los distintos equipos sacerdotales, la mejor forma de servir a nuestros fieles… Agradezco la disponibilidad de los hermanos que realizan los cambios y de aquellos que los acogen. Es una invitación al crecimiento, venciendo resistencias, recomponiendo espacios y relaciones, abriéndose a la novedad que Dios tiene para nosotros.
Me impresionó el testimonio que nos ha dado Mons. Angel al citar unas palabras de Mons. Barquero: Señor haz realidad lo que en este tiempo de adviento te estamos suplicando, ven Señor, no tardes en llevarme contigo… Que podamos vivir el adviento y la navidad con la profundidad que indican estas palabras, como vivencia profunda de la actuación del Señor en medio de nuestra realidad, constituyéndonos en hombres de esperanza para confortar a todos aquellos que en estos momentos sufren las consecuencias de esta pandemia.
Al comenzar el nuevo año litúrgico, guardamos memoria viva de la Encarnación de Cristo en nuestra realidad diocesana. Nos encomendamos a nuestra Madre que nos conforta siempre desde el Pilar y nos impulsa a evangelizar, por coherencia con nuestra fe, y como el mejor servicio que podemos realizar a nuestra sociedad.
+ Fr. Bartolomé Buigues Oller, TC.
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