En la Comisión Legislativa de Derechos Humanos, la diputada Monserrat Ruiz, del Partido Liberación Nacional, se definió como una católica que no cree en el Sacramento de la Reconciliación y, como si no fuera suficiente, para fundamentar sus palabras citó al líder protestante Martín Lutero.
Su intervención se une a la de quienes, muchas veces por desconocimiento de los sacramentos, hacen afirmaciones como: “Yo me confieso directamente con Dios”, “¿por qué debo yo confesarme con otro pecador?”, “eso no está en la Biblia”, “es una práctica de origen medieval impuesta por el poder eclesiástico para controlar a las masas…”.
De entrada, cabe recordar el pasaje bíblico cuando Jesús dice a sus discípulos: “A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos”, de Juan 20, 23.
Allí está el fundamento bíblico del Sacramento de la Reconciliación. O sea, en primer lugar no es algo inventado por la Iglesia, sino un sacramento instituido directamente por Jesucristo.
En todo caso, hay personas como el también diputado David Segura, de Nueva República, quien no es católico, sino bautista, con capacidad para comprender que la discusión en la Asamblea Legislativa sobre obligar a los sacerdotes a romper el Secreto de Confesión no tiene que ver con interpretaciones teológicas, sino con temas de índole político y legal.
De hecho, Segura no solo rechaza la iniciativa contenida en el expediente 23.928 que pretende obligar a los sacerdotes a revelar los secretos escuchados en confesión, sino que, a pesar de no compartir la creencia, defendió el Derecho a la Libertad Religiosa de los católicos.
“Quienes se acercan al Sacramento de la Penitencia obtienen de la misericordia de Dios el perdón de la ofensa hecha a Él y, al mismo tiempo, se reconcilian con la Iglesia, a la que hirieron pecando, y que colabora a su conversión con la caridad, con el ejemplo y las oraciones”. (Lumen gentium, Num. 11).
Origen del Sacramento
El sacramento nació de la misma práctica de Jesús, en su trato con los pecadores. El Padre Mario Montes, biblista, remite también al mandato pascual del Señor a sus discípulos, al concederles el poder de perdonar los pecados, y comunicar a los pecadores, los beneficios de su obra redentora, o sea, de su pasión, muerte y resurrección, en favor de todos (Mt 26,28).
Así, la Confesión y el Perdón de los Pecados se lleva a cabo desde los inicios de la Iglesia. Al principio, de hecho, se hacía de forma pública y la comunidad, informada del pecado cometido, ayudaba al penitente a superar su debilidad.
Por supuesto, esto fue cambiando. El acto de la confesión pasó a ser algo más íntimo y personal. Asimismo, al igual que los discípulos, cuando Jesús les dice: “A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados”, los sacerdotes actúan en representación de la persona de Cristo a la hora de perdonar los pecados en el Sacramento de la Reconciliación.
Como explica el Padre Pedro Núñez, apologeta, el pecado ofende a Dios y a la comunidad (el cuerpo de Cristo está conformada por todos los miembros de su igleisa), así que el pecador necesita el perdón de ambos. El sacerdote, entonces, funciona como un representante de Dios y de la comunidad. Escucha, orienta y, en nombre de los dos (el Señor y su iglesia), absuelve de los pecados, eventualmente. Así se da la reconciliación con Dios y su pueblo.
Para el cristiano penitente es como escuchar las palabras que Jesús decía a otros: “Tus pecados te son perdonados”. Ahora bien, quizá para alguien esta explicación no sea suficiente y, con todo derecho, cuestione: “¿Por qué no hacerlo directamente con Dios?”.
¿Por qué con otro hombre?
Antes de responder, se puede hacer una comparación con otra práctica: la de orar. Cuando el cristiano ora también lo hace acompañado de otras personas, esto a pesar de que hay un pasaje bíblico donde el Señor manda a orar en lo privado de la alcoba y en secreto (Mateo 6, 6).
¿No resultaría acaso contradictorio? Sin embargo, en las diferentes denominaciones cristianas los fieles se congregan para orar y alabar a Cristo, pues se comprende que Jesús no prohibía la oración en público, sino que pedía una oración sincera y sin apariencias ni vanidad.
De hecho, en otro momento Jesús incluso motiva a hacer oración comunitaria, cuando dice en Mateo 18, 20: “Porque donde dos o tres se reúnen en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”.
O sea, lo que Nuestro Salvador quiere en Mateo 6,6 es una oración que no sea falsa o hipócrita, como hacen quienes quieren aparentar ser muy buenos, de buenas acciones e iniciativas, pero en el fondo en su corazón no los mueve el amor, sino el odio, el rencor, los prejuicios y demás.
En realidad, los católicos se confiesan con Dios, el sacerdote solo sirve como un representante (como ya se mencionó, del Señor y de su pueblo), a través del cual Él puede guiar y orientar. Pero también es oportuno recordar lo que dice la Carta de Santiago (5, 16): “Confiesense sus pecados uno a otros”.
El texto es claro, los pecados deben reconocerse ante otros. Es un acto de humildad, reconocer en qué se ha cometido una falta y manifestar arrepentimiento. De hecho, los mismos sacerdotes se confiesan con sus hermanos en el ministerio y también buscan orientación.
Aun más importante, el Sacramento de la Reconciliación es un acto de misericordia del Señor hacia sus hijos, es un momento para recibir su perdón y reconciliarse con Él y su Iglesia.
Cabe mencionar diferentes momentos en los Evangelios en que las personas se reconocen pecadoras, como el caso del hijo pródigo (Lc 15,21), la mujer adúltera (Jn 8,2-11). la pecadora pública que confiesa su pecado con su silencio y con sus gestos al llorar ante Jesús (Lc 7,36-38), Pedro (Lc 5,8), el publicano (Lc 18,13) o Zaqueo, quien declara que a algunos ha robado y ha estafado (Lc 19,1-10).
El Padre Mario Montes expone que hay hermanos de otras confesiones cristianas que no aceptan el Sacramento de la Reconciliación, pero los católicos, por el contrario, “creemos firmemente que Jesucristo confió a los apóstoles este ministerio. Sabemos que san Pablo y los ministros del Nuevo Testamento se sentían verdaderos ministros de la reconciliación ( 2 Cor 5, 18-21), y ejercían este servicio de reconciliación en la comunidad, en nombre de Cristo”.