La nota interna recuerda que por muchos años, dicho templo capitalino estuvo triste y solitario “como su celestial patrona”, sobre todo después de 1910 “cuando los temblores la cuartearon y hubo que clausurar el templo de la Virgen, causando gran consternación y pena”.
Fue por eso que los Padres Dominicos levantaron enseguida una capilla donde estaba la Casa Cural, donde se celebraban las “funciones sagradas” y aunque se restauró el templo, siempre le quedó “esa marca de tristeza”.
Fue así como con el paso de los años los feligreses, animados por los Padres Dominicos, y en particular por el Padre Fray Marciano, su párroco, se logró decorar el interior del edificio, se quitaron los viejos altares, se puso un nuevo bautisterio, una nueva mampara y un nuevo púlpito. “Cuando tenga esa Iglesia un buen Vía Crucis ya nada más habrá de desearle”, remata la publicación.
Pero faltaba el exterior, la torre y la fachada, obra que fue asumida por el Padre Marciano a sabiendas de que “los buenos feligreses no le dejarían solo”. Fue así como surgió “airosa, firme y elegante la altiva torre entre dos ángeles”. “La fe hace milagros”, concluye la nota.