En el marco de los 25 años de la Diócesis de Puntarenas, conversamos con su obispo, Monseñor Óscar Fernández Guillén, quien además de dar gracias a Dios por el aniversario lanza su mirada al futuro, a partir de una necesaria renovación pastoral que avive la esperanza y la sinodalidad en su Iglesia particular.
Monseñor, llega su amada diócesis de Puntarenas a 25 años de existencia, ¿cuál es su sentimiento como pastor de esta porción del Pueblo de Dios?
Un sentimiento de gozo, un gozo inmenso de que Dios haya sido generoso con el Pacífico Central para erigir esta Diócesis. Junto con el gozo una profunda gratitud, gratitud al Señor que providencialmente guía la vida de los pueblos y de la Iglesia, gratitud a tanto sacerdote que ha pasado por estos lugares dando su vida, predicando el Evangelio, santificando al pueblo de Dios, pastoreando y orientando. Asimismo, una gratitud y una memoria de tantos fieles laicos, muchísimos en un silencio evangélico admirable y en una abnegación evangélica envidiable, que han pasado dando testimonio del Evangelio en sus familias, trabajos y ambientes. Un sentimiento de gratitud por esta Iglesia y todo lo que ha hecho, sin ignorar desde luego su esfuerzo y dedicación aún con sus limitaciones como seres humanos de carne y hueso, donde la misericordia de Dios tiene mucho que suplir y su misericordia mucho que perdonar, como dijera bellamente el papa Juan Pablo II, cuando cumplió 50 años de su Ordenación Sacerdotal. Sentimientos de gozo, gratitud y esperanza.
¿Qué destacaría como momentos importantes o de referencia en este camino ya de un cuarto de siglo de vida diocesana?
Pienso en la etapa previa a la institución de la Diócesis y en la labor gigante pastoral realizada hace muchos años por la Diócesis de Alajuela que atendía toda esta zona y años después, por la Diócesis de Tilarán que amó Puntarenas e hizo todo lo que pudo por atenderla pastoralmente de la manera más humana y más fraterna. Desde luego la fecha misma de la institución de la Diócesis, aquel 17 de abril de 1998, fecha que debe estar grabada en el corazón, el pensamiento y el alma de todos para recordar semejante acontecimiento para gozar y agradecer a Dios en primer lugar. Después de ahí toda la labor pastoral impulsada por el primer obispo de la Diócesis, Mons. Hugo Barrantes Ureña, que tras 4 años en la Diócesis fue trasladado a la Arquidiócesis de San José como arzobispo, él en ese poco tiempo que estuvo dió un fuerte inicio e impulso pastoral contando con la cooperación de los sacerdotes y los fieles laicos.
No puedo menos que recordar la motivación que muchos fieles laicos cobraron con la institución de la Diócesis, que fueron comprendiendo el rol de ellos como cristianos en la Iglesia y el mundo, asumiendo compromisos de testimonio y evangelizadores admirables.
La abnegación de los sacerdotes, el sacerdote que viene a Puntarenas viene sobre todo con un alma generosa, viene a entregar la vida por estos pueblos pobres, muy pobres, necesitados de un testigo de Dios. Los sacerdotes que han pasado por aquí y los que tenemos son eso, no al 100% de la perfección porque no somos perfectos, pero sí en un proceso de conversión y de entrega que se va haciendo. No puedo menos que agradecer a Dios también el crecimiento de las vocaciones sacerdotales y del número de los sacerdotes de la Diócesis en estos momentos. Y ciertos momentos especiales de labor pastoral que se han dado en la Diócesis y algunas actividades importantes a nivel nacional e internacional. En fin, por nuestra memoria resurgen muchos momentos bonitos en que Dios nos demuestra su cercanía y su gracia y la Iglesia Puntarenense muestra su gran generosidad.
¿Cómo quiere que se viva este aniversario?, ¿es ocasión propicia para un renacer pastoral y misionero en la diócesis?
Estamos por celebrar 25 años, lo que es una ocasión propicia y especial para tomar en cuenta una serie de elementos que es necesario que llevemos adelante, además de las celebraciones litúrgicas, sobre todo Eucaristías solemnes donde daremos gracias a Dios por el don de esta Diócesis al Pacífico Central a quien la Diócesis se debe, además de agradecer a Dios en la piedad popular y de suplicarle su gracia para esta Diócesis y esta población. También necesitamos adquirir compromisos particulares y fundamentales, entre los que me parece de suma importancia, tomar conciencia de que la Iglesia existe para evangelizar, la misión de la Diócesis como Iglesia particular es la de evangelizar, llevando la Buena Nueva del Evangelio a todos los ambientes de la humanidad, con el fin de que esta humanidad sea transformada por la misma luz y fuerza del Evangelio.
Por lo tanto, tenemos la necesidad de renovar nuestra acción pastoral, de reactivarla impulsando una reactivación pastoral que se sustente en el proceso de sinodalidad al que nos ha llamado el Papa Francisco.
En mi corazón existe un sentimiento de profunda esperanza de cara a este aniversario, de que reasumamos la Evangelización, como la tarea fundamental de la Iglesia, “Para ello existe ella” nos dijo Pablo VI, existe para evangelizar, esa es su dicha y su vocación. De tal manera que entre nuestros propósitos está una reactivación pastoral, en que sobre todo nos dejaremos iluminar por el concepto de sinodalidad, proceso en el cual está la Iglesia convocada por el papa Francisco y que tiene luces excesivas para que entendamos la Iglesia y lo que ella debe ser y hacer. Además de la sinodalidad el documento de Aparecida, fruto de la Asamblea de Aparecida que tuvo lugar en el año 2007, que no pasa y no debe morir, porque allí se nos presentan las pautas grandísimas que tenemos que seguir hoy en la Iglesia Latinoamericana y del Caribe.
Tenemos esas dos fuentes y a esta, hay que agregar el magisterio riquísimo de Benedicto XVI y del Papa Francisco, fecundo, rico, lleno de luces y orientaciones, que en sus encíclicas y exhortaciones apostólicas nos dan luces para la tarea evangelizadora, por lo que tenemos luces de sobra en la tarea y el quehacer evangelizador.
Toda una situación humana muy dolorosa y difícil de los pueblos de este Pacífico Central, su acendrada pobreza, la falta de fuentes de trabajo, la violencia creciente como fruto de estas situaciones dolorosas. Situación que a todos nos preocupa, porque desde el momento que una persona saca un revólver para asesinar a otra, ya es realmente preocupante, más si los que están haciendo esto, son jóvenes, que muchos no han llegado ni siquiera a la mayoría de edad.
Basados en la situación real de la Iglesia y sobre todo de la realidad puntarenense necesitamos un impulso nuevo, ardoroso y sobre todo con un método nuevo que nos facilite acercar el Evangelio del Señor a los pueblos, familias y personas del Pacífico Central por parte de todos los que conformamos la Iglesia Diocesana y que tenemos la responsabilidad de evangelizar.
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