La Hna. Marta Vargas es una misionera comboniana costarricense, vecina de Guayabo de Mora, quien fue destinada a la misión de Sudáfrica, específicamente a la ciudad de Pretoria. Para ella se trata de una sorpresa y un nuevo reto en su vocación, especialmente porque su servicio ha estado más vinculado al mundo árabe, en la misión de Egipto.
Con las emociones a flor de piel, conversamos con ella sobre esta nueva llamada que el Señor le hace. El siguiente es un extracto del diálogo.
Hermana, ¿qué sabe del nuevo destino al que ha sido enviada?
He sido destinada a la misión de Sudáfrica, voy a trabajar en un suburbio marginal en Pretoria, que es una de las tres capitales del país, creada durante el tiempo del Apartheid, es decir, el tiempo de dominación de la minoría blanca sobre la mayoría negra que vivía en el país, es una de las zonas que hasta ahora acarrea muchas consecuencias de esa situación, sé que vamos a estar trabajando tres hermanas que casualmente somos latinoamericanas y la idea es juntas entrar en la realidad del pueblo para compartirla, y compartir con ellos nuestra vida y nuestra fe, y trabajar con ellos desde su realidad. Se además que hay mucha presencia de migrantes de otras partes de África, víctimas de situaciones de violencia, guerra, persecución, entonces uno de los trabajos también será con ellos y ellas.
¿Cuál es el sentimiento frente a esta nueva misión?
Me siento ilusionada, fue un destino inesperado, porque vengo llegando del mundo árabe, de Egipto, un país musulmán, desértico, muy distinto a Costa Rica y a Sudáfrica definitivamente. La idea inicial era que volviera a Turquía a trabajar con refugiados de otros países árabes como Siria, Irak o Palestina, pero bueno, Dios sabe como se dan las cosas y surgió la necesidad de reforzar esta misión en Sudáfrica, y cuando escuché la propuesta, el tipo de trabajo con este pueblo que está clamando, acepté con gozo sintiendo que es Dios quien me llama, y que es en el pueblo donde lo voy a encontrar y donde también voy a compartir con alegría su Palabra que es capaz de regenerar la vida.
¿Siente que es algo de Dios que la llama?
Lo siento así, y que va acorde con el llamado que he encontrado en mi vida religiosa y consagrada de acompañar a los pueblos particularmente desde nuestro carisma comboniano, a los más pobres y abandonados, caminar con quienes sufren situaciones de vulnerabilidad, de abandono y marginación y en estos pueblos es donde yo hago experiencia de estar acompañada por Dios, y muchas veces sin palabras siendo solamente testigos del evangelio entre todos nos ayudamos a construir el reino y a regenerarlo, como decía Comboni.
“Cuando yo tenía 17 años escuché hablar por primera vez de la misión y sentí que me quemaba por dentro, que el corazón me ardía… supe que eso era lo que quería”.
Hna. Marta Vargas H.
¿Qué dice su familia, cómo la apoya?
Ellos se alegran mucho conmigo, cuando me ven contenta se alegran, siempre me han apoyado mucho, mis papás, mis hermanos, mis tíos, tías, primos, puedo decir que he tenido una familia que ha estado ahí para apoyarme y que aunque sé que ha sido difícil, siempre han hecho todo lo posible por impulsarme, darme la fuerza en cada paso que voy dando, es una bendición a la que invito a todas las familias, a vivir esta libertad de apoyar a cada uno de sus hijos e hijas en la vocación a la que han sido llamados en libertad, poniendo el hombro pero dejando a cada persona optar.
Háblenos de su vocación como misionera comboniana… ¿cómo surgió?
Cuando yo tenía 17 años escuché hablar por primera vez de la misión, y sentí que me quemaba, que el corazón me ardía, y supe que eso era lo que yo quería, entré a un grupo laicos combonianos, y por mucho tiempo bloqueé el pensamiento de ser religiosa, hasta que a los 23 años conocí a las hermanas, y cuando fui a su casa sentí que ese era mi lugar, lo intenté, hice un proceso de discernimiento con ellas mientras trabajaba y cuando tenía 25 años me decidí a entrar, hice mi etapa de formación en México, haciendo trabajo pastoral con migrantes, personas sordas y con síndrome de Down, luego fui al noviciado a Ecuador, donde reafirmé dar la vida a Dios por medio de los hermanos sobre todo los pueblos más pobres y abandonados, hice los votos en el 2019 y fui destinada a Egipto.
Finalmente, ¿qué significa para usted ser misionera en este tiempo tan convulso?
Significa que la misión de Jesús, que es la misión de la Iglesia y a la que todos estamos llamados sigue siendo vigente y urgente, porque la misión de Jesús era anunciar que el reino de Dios estaba en medio de nosotros, que Dios está en medio de nosotros, que Dios es amor, unión, perdón, reconciliación, y cuando vemos lo que sucede en estos tiempos vemos que todo eso está muy lejos de cumplirse y que urge en nuestra sociedad. Ser misionera en este tiempo es entonces responder al llamado de Dios y de la Iglesia pero también de la sociedad, por un mundo más humano, en paz que es en síntesis el Reino de Dios, que está en medio de nosotros y nos toca hacerlo visible y luchar por él.
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