San Blas fue obispo de Sebaste a comienzos del siglo IV y sufrió la persecución de Licinio. Era el año 316. Se dice que huyó de la persecución y se refugió en una gruta. La leyenda nos presenta al anciano obispo rodeado de animales salvajes que lo visitan y le llevan alimento; pero, como los cazadores van detrás de estos animales, el santo fue descubierto y se lo llevaron como un malhechor a la cárcel de la ciudad.
A pesar de los prodigios que el santo hacía en la cárcel, lo llevaron a juicio y, como no quiso renegar de Cristo y sacrificar a los ídolos, fue condenado al martirio.
En este día se recuerda a otro santo, San Óscar, que vivió en el siglo IX y a quien se considera “el apóstol del Norte de Europa”. Fue monje benedictino en Corbie; después de la conversión de Harald, rey de Dinamarca, se trasladó en el 826 a Dinamarca y Suecia para predicar allí el Evangelio. Fue el primer obispo de Hamburgo y arzobispo delegado para Escandinavia.
La conversión del rey de Suecia, Olaf, se debió a su acción misionera. El santo murió el 3 de febrero del año 865.