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21 de febrero: San Pedro Damián

By Febrero 21, 2022

San Pedro Damián es una de esas figuras severas que, como San Juan Bautista, surgen en las épocas de relajamiento para apartar a los hombres del error y traerles de nuevo al estrecho sendero de la virtud.  Pedro Damián nació en Ravena, el último hijo de una numerosa familia.

Habiendo perdido a sus padres cuando era muy niño, quedó al cuidado de un hermano suyo, quien le trató como si fuera un esclavo, así le envió a cuidar los puercos en cuanto pudo andar.  Otro de sus hermanos, que era arcipreste de Ravena, se compadeció de él y decidió encargarse de su educación. Viéndose tratado como un hijo, Pedro tomó de su hermano el nombre de Damián.  Este le mandó a la escuela, primero a Faenza y después a Parma.  Pedro fue un buen discípulo y, más tarde, un magnífico maestro. Desde joven se había acostumbrado a la oración, la vigilia y el ayuno.  Llevaba debajo de la ropa una camisa de pelo para defenderse de los atractivos del placer y de los ataques del demonio.  Hacía grandes limosnas, invitaba frecuentemente a los pobres a su mesa y les servía con sus propias manos.

Pedro decidió abandonar enteramente el mundo y abrazar la vida monacal en otra región.  Un día en que se hallaba reflexionando sobre su proyecto, se presentaron en su casa dos benedictinos de la reforma de San Romualdo, que pertenecían al convento de Fonte Avellana.  Pedro les hizo muchas preguntas sobre sus reglas y modo de vida.  Sus respuestas le dejaron satisfecho, e ingresó en esa comunidad de ermitaños, que gozaba entonces de gran reputación.  Los ermitaños habitaban en celdas separadas, consagraban la mayor parte del tiempo a la oración y lectura espiritual, y vivían con gran austeridad.  

Pedro quiso morir al pecado cueste lo que cueste. Para lograr dominar sus pasiones sensuales, se colocó debajo de su camisa correas con espinas (cilicio), se daba azotes y se dedicó a ayunar a pan y agua.  Pero sucedió que su cuerpo, que no estaba acostumbrado a tan duras penitencias, empezó a debilitarse y le llegó el insomnio, y pasaba las noches sin dormir, y le afectó una debilidad general que no le dejaba hacer nada.  Entonces comprendió que las penitencias no deben ser tan excesivas. Mas bien, la mejor penitencia es tener paciencia con las penas que Dios permite que nos lleguen. Una muy buena penitencia es dedicarse a cumplir exactamente los deberes de cada día y a estudiar y trabajar con todo empeño

Esta experiencia personal le fue de gran utilidad para dirigir espiritualmente a otros y enseñarles que,  en vez de hacer enfermar al cuerpo con penitencias exageradas, hay que hacerlo trabajar fuertemente en favor del reino de Dios y de la salvación de las almas.

 

Fuente: www.ecorazones.org

Martín Rodríguez González

Periodista, licenciado en Ciencias de la Comunicación Colectiva y egresado de la maestría en Doctrina Social de la Iglesia. Trabaja en el Eco Católico desde el año 2002 y desde el 2009 es su director.

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