El relato de la creación de la mujer, en el libro del Génesis, no tiene entonces como intención explicarnos tanto su origen, cuanto revelarnos cómo Dios considera a la mujer, y cómo nosotros la debemos considerar. Para decírnoslo, el Autor sagrado emplea imágenes y símbolos que el pueblo de su tiempo comprendía fácilmente, porque le eran familiares y propios de su cultura.
He aquí un ejemplo. Para describir la creación del hombre, el Autor sagrado usa una comparación muy conocida, la del alfarero. Dios modela al hombre como el alfarero modela su obra, quizá un vaso de cerámica… El hombre es creatura de la mano de Dios y está hecho de barro… Lo que quiere decirnos, no es que Dios así haya logrado su obra, sino que se nos hace comprender que el ser humano es una creatura plenamente dependiente de su Creador y que, a la vez, es frágil, como lo es una vasija de barro y que puede fallar.
La enseñanza que el autor sagrado nos transmite, no es en absoluto una información científica, sino, teológica. Nos dice cómo Dios ve, considera, al ser humano.
Si ahora aplicamos este fundamental criterio al relato de la creación de la mujer, pronto advertimos que nos encontramos con una enseñanza fundamental. El Autor no nos narra un hecho histórico, sino que él narra para enseñarnos que el varón y la mujer poseen una idéntica dignidad y, que además, se da entre ellos una atracción fundamental de complementariedad.
Al varón -para decirlo de algún modo- le falta algo de lo que está llamado a ser, y sin la mujer no podrá lograrlo; lo mismo decimos en relación con la mujer: ella tiende fuertemente a estar allá, en el costado del hombre de donde Dios la formó. Dicha atracción, les conduce a los dos a la aproximación, al amor fecundo, al matrimonio monogámico. Todo ha sido sintetizado por aquella afortunada y muy atinada expresión: “sacada de la costilla”. De hecho, sin embargo, no es que la mujer haya sido sacada de la costilla del varón, sino que la verdad revelada nos afirma que los dos han sido creados por Dios y que -como ya dijimos- gozan de la misma dignidad. Y esto último ha sido afirmado con la expresión: “hueso de mis huesos y carne de mi carne” (Gén 2, 23).
Cuando, además, el Autor sagrado, nos dice que el varón estaba dormido cuando Dios realizó la misteriosa cirugía, otra vez más, ha puesto de relieve no una información “médica”, sino que quiere recordarnos que el acto de la creación es un misterio y que el ser humano no puede comprender, precisamente como alguien que esté dormido no ve ni entiende nada.
Preguntarnos entonces, cómo, de hecho, Dios haya creado al hombre y a la mujer, está fuera de los intereses del Autor sagrado. Él tampoco lo sabe, ya que es un misterio; sólo quiere decirnos quién y qué es el ser humano para Dios, a saber, creatura que en todo depende de Él, y al mismo tiempo frágil y que puede fallar. Lo mismo hay que decir acerca de la creación de la mujer. Ya lo pusimos de relieve: al Autor sagrado le interesa decirnos quién es ella en relación con el varón; no cómo Dios la haya creado.
Estimado don José Alberto, las nuestras entonces, son preguntas a las que el Autor sagrado nunca ha contestado, porque, además, pertenecen precisamente al misterio que es la Creación.