Cuanto más alguien se acerca a Martín Lutero, más constata que debe dejarse sorprender; no debe pretender en absoluto “definir con claridad”, al personaje ni a su pensamiento, ni a sus múltiples contradicciones en relación a los movimientos sociales de su tiempo, como a la imposible aceptación y excusa de la escandalosa bigamia del príncipe Felipe de Assia.
Si hay un punto en que convienen los muy numerosos estudios acerca de Lutero y de su pensamiento, es constatar que no existe un único Lutero. Al mismo tiempo encontramos en él, al Lutero católico y al Lutero reformador, y de tal modo reformador, que con frecuencia se de deja llevar a donde él no había previsto. No hay que entender esta afirmación en el sentido histórico, como si hubiese primero un Lutero católico y después de 1517, con la publicación de las famosas 95 tesis sobre las indulgencias, un Lutero reformador que terminó en la herejía.
Hasta el final de su vida, conviven en él los dos Luteros, a pesar de sus ataques, a veces vulgares, en contra del Papa. Basta un ejemplo: como consecuencia de su teología de los Sacramentos, Lutero llegó necesariamente a la negación del sacramento de la Reconciliación (confesión) y, sin embargo, hacia el final de su vida, en su predicación al pueblo, lo aconsejaba y exhortaba diciendo: “debido al mandato (vayan por todo el mundo…) tenemos la potestad para que sepamos que cuando remitimos y absolvemos los pecados, no lo hacemos nosotros, sino que por haber sido enviado por Dios, lo hace Él mismo. Por lo tanto, debemos escuchar al párroco, no como a un hombre, sino como a Dios”.
El modo de ser de Lutero, su temperamento, su formación y su pensamiento, ha dado motivo para que Joseph Lortz, un destacado historiador, pudiera afirmar: “cuando Lutero predica sin un adversario delante de él, en gran parte sigue católico”.
No cabe, pues, hacer de él, ni un héroe que desde su libertad, se resiste al poder más indiscutido e indiscutible de su época, a saber, de la Iglesia Católica, ni el único responsable de la Reforma protestante del siglo XVI.
Aprovecho aquí la oportunidad para afirmar, con toda certeza que la Reforma protestante ha sido y es, la más grande catástrofe que cayó sobre nuestra Iglesia, desde sus orígenes hasta nuestros días.
No creo exagerar, si afirmamos que, más que otros personajes de la historia de nuestra Iglesia, de hecho, Lutero resulta ser y ha sido una “creatura de circunstancias”.
En efecto, sin pretender y aún menos programarlo, encendió un fuego que se fue extendiendo rápidamente, favorecido por múltiples factores del momento histórico y por la zona geográfica en que le correspondió vivir.
Su siglo, el XVI, ha sido un siglo de múltiples fermentos y de muchas expresiones de voluntad de reforma y de novedad, en todos los ámbitos de la vida y de la sociedad y, también, (quizá en mayor medida) en la Iglesia de toda Europa. El ambiente cultural favoreció, más allá de toda expectativa, la difusión y, desafortunadamente, la aceptación de las nuevas propuestas religiosas de Lutero.
Este hecho, sorprendió al mismo Lutero, el cual aún con sus límites de personalidad y de la filosofía y teología de su tiempo, pensaba en una “reforma” que debía surgir y desarrollarse dentro de la Iglesia, que era su Iglesia, y en favor, de la única Iglesia que Cristo fundó.
Cual haya sido la responsabilidad moral de Martín Lutero, para que en un tiempo relativamente breve (1517-1555), se configurara una ruptura tan profunda en la Iglesia, sólo Dios puede juzgarla.
En Lutero, aun con sus exageraciones, con sus polémicas y (¿por qué no recordarlo?) con sus burlas vulgares hacia el Papa de Roma, siempre se ha impuesto la preocupación fundamental por una respuesta desde la fe a Dios, de quien sólo podía esperar el perdón de sus pecados y la salvación.
No hace mucho, me correspondió leer su testamento en que Lutero manifiesta, una vez más, frente a lo definitivo de la próxima muerte, su fundamental sed de perdón y salvación.
A la pregunta ¿por qué Martín Lutero dejó que las sorprendentes “circunstancias” que lo rodeaban, “pesaran” tanto en él y orientaran de modo tan determinante su vida, su pensamiento y sus escritos? Para ella obviamente no hay respuesta: ella pertenece al misterio del corazón humano. Sin embargo, todo colaboró a hacer de Lutero, uno de los “actores” más destacados de la Reforma protestante.