Es verdad que se trata de una oración “repetitiva” y sin embargo, también este aspecto, se inspira y se apoya en la S. Escritura. Bastaría “ir al Getsemaní” con Jesús y escucharle, cuando empapado de sudor de sangre, repetía muchas veces la misma oración (cfr Mc 14, 39. 42. 44). Y no olvidamos lo que leemos en el mismo libro del Apocalipsis: “Santo, Santo, Santo repetían sin cesar, día y noche, los cuatro vivientes” (4,8).
Que se añada alguna otra jaculatoria o invocación mariana, no implica en absoluto que el Santo Rosario, no sea “oración bíblica”. No hay que caer en un injustificado “fundamentalismo” que impediría imitar a Jesús, a María, a los Apóstoles y a Los Santos de todos los tiempos, quienes inspirándose en la S. Escritura y guiados por el Espíritu Santo, han elevado y formulado oraciones espontáneas a Dios Trinidad.
Para concluir, estimada Ileana, es útil que recordemos algo de la historia del S. Rosario. Empezó a formarse alrededor del año 800, a la sombra de los monasterios, y concretamente como “salterio de los laicos”. Mientras los monjes rezaban y cantaban (salmodiaban) los Salmos que son 150, a los laicos, que en su mayoría no sabían leer, se les proponía rezar o 150 Padre Nuestro o 150 “Alégrate María” o 150 alabanzas (jaculatorias) a Jesús o a María. Hacia el año 1365, se llegó a la actual organización de 150 “Alégrate María”, repartidas en decenas precedidas por el Padre Nuestro. Allá por el 1500 se introdujo el anuncio de un “misterio” de la vida de Jesús y de María, antes de cada decena de “Alégrate María”.
Se mantuvo con 15 misterios hasta que S. Juan Pablo II el 16 de octubre del 2002 le añadió cinco “misterios luminosos” ampliando la contemplación de la vida de Jesús, confluyendo en la manifestación de su “amor excesivo” con el Don de si mismo en la Eucaristía.
La “responsable” de tanta devoción y de tan insistente invocación es María misma, la Madre del Señor. Todos quedamos sorprendidos cuando le escuchamos, en el Evangelio de San Lucas, que “todas las generaciones la llamarán bienaventurada” (Lc 1,48) y cuando, en el Evangelio de San Juan, leemos que Jesús desde la cruz, le confirma en su misión de Madre nuestra y de la Iglesia, dirigiéndose a ella con la conocida afirmación y que a la vez expresa su misión: “Mujer, ahí tienes a tu hijo”... (Jn 19, 27).
No hay que sorprenderse pues, que el rezo del S. Rosario haya pasado a ser una especie de “carnet de identidad” (aunque no el único) de nosotros los cristianos católicos.