Si este es el poder de María sobre el demonio, ¿cuál es el poder de éste sobre nosotros?, me pregunta usted, don José Pablo.
Al respecto, es muy conveniente volver al Nuevo Catecismo de la Iglesia Católica, publicado en 1983, con la autorización de San Juan Pablo II.
Ahí, en el numeral 394, leemos: “la Escritura atestigua la influencia nefasta de aquel a quien Jesús llama “homicida desde el principio” (Jn 8, 44), y que incluso intentó apartarlo de la misión recibida del Padre (cfr. Mt 4, 1-11). Pero, “el Hijo de Dios se manifestó para deshacer las obras del diablo” (1Jn 3, 8). La más grave en consecuencias, de estas obras, ha sido la seducción mentirosa que ha inducido al hombre a desobedecer a Dios”.
“Sin embargo, el poder de Satanás -nos recuerda el mismo Catecismo- no es infinito. Él no es más que una creatura, poderosa por el hecho de ser espíritu puro, pero siempre creatura: no puede impedir la edificación del Reino de Dios. Aunque Satanás actúe en el mundo por odio contra Dios y su Reino en Jesucristo, y aunque su acción cause graves daños, de naturaleza espiritual e indirectamente incluso de naturaleza física, en cada persona y en la sociedad, esta acción es permitida por la divina providencia que con fuerza y dulzura dirige la historia del ser humano y del mundo” (395).
Quiero enfatizar esa importante afirmación: “el poder de Satanás no es infinito; no es más que una creatura”… En el capítulo 4 del Génesis, se nos refiere un breve diálogo entre Dios y Caín. Éste estaba triste y amargado por la envidia que le llevaba a rechazar a su hermano Abel. Y Dios le pregunta a Caín: ¿por qué estás triste y se ha abatido tu rostro?, ¿no es cierto que si obras bien podrás alzarlo? […] A la puerta está el pecado acechando como fiera que te codicia, a quien tú tienes que dominar” (Gén 4, 6). El Diablo es como león rugiente, buscando a quien devorar, “resístanle firmes en la fe”, leemos en la primera carta de San Pedro (cfr. 1 Pe 5, 8). En las dos breves lectura citadas, se nos afirma muy claramente que el diablo “puede” con nosotros, es decir, nos controla, nos daña, si nosotros se lo permitimos… si le abrimos la puerta. Siempre nos deben resonar dentro las palabras de Dios a Caín: “Tú lo puedes dominar”, y para eso contamos siempre con la ayuda (gracia) de Jesús mismo, si se la pedimos, como él nos lo ha enseñado: “¡No nos dejes caer en la tentación, más líbranos del Maligno!”