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Viernes, 26 Abril 2024
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“Monseñor: Hace poco hemos celebrado la fiesta de los santos Pedro y Pablo. Como siempre, en la homilía, el sacerdote ha hecho referencia a san Pablo como al Apóstol de las gentes y a sus numerosos viajes misioneros… Creo que no he sido el único en preguntarme, ¿y cuáles han sido esos viajes misioneros? Es frecuente escuchar a los sacerdotes predicándonos como si nosotros conociéramos lo que ellos, por sus largos años de estudio, conocen. Mucho le agradezco, Monseñor, si tiene la bondad de satisfacer mi curiosidad”. 

Esteban Vega L. – Cartago

 

Estimado Esteban, comprendo su inquietud que nos hace constatar, otra vez más, que no es nada fácil preparar y ofrecer una adecuada homilía. Nuestro Papa Francisco, en varias ocasiones, nos ha hablado del deber de prepararla con esmero y llegó a decir que algunas homilías son “un desastre”.

Por otra parte, nos ha dicho que las homilías no deben ser… largas. ¿Cómo pues, en pocos minutos, poder ofrecer a nuestros fieles un mensaje “sustancioso”, claro, que refleje los intereses de los oyentes y que alcance la mente y el corazón de nuestros fieles?

Si a todos los que presiden nuestras liturgias, les animamos pues, a que acojan con humildad y compromiso, las exhortaciones del Papa Francisco, a nuestros fieles, les decimos que no se conformen sólo con las homilías para conocer y profundizar en el conocimiento y en la práctica de nuestra doctrina cristiana. 

Y volvamos ahora a san Pablo y sus viajes. Las necesarias informaciones acerca de la vida y de la actividad misionera de este gran Apóstol, están contenidas en los Hechos de los Apóstoles y en las Cartas por él escritas. 

Los capítulos 21 a 26 del libro de los Hechos de los Apóstoles, nos presentan la “subida” de Pablo a Jerusalén y de ella hasta Roma, meta del programa misionero presentado por Jesús al comienzo del libro (Hech 1,8).

A lo largo de este viaje martirial, san Pablo se va encontrando a diversos personajes, que mencionaremos a continuación: En Cesarea, a un profeta llamado Agabo, a quien presentábamos el domingo 1 de mayo, quien se ata los pies y las manos con la faja de Pablo y declara: Esto dice el Espíritu Santo: así atarán los judíos en Jerusalén al hombre a quien pertenece este cinturón. y lo entregarán en manos de los paganos (Hech 21, 11).

Para San Lucas, esta subida de san Pablo a Jerusalén, es la imagen de la de Cristo cuando decía a sus discípulos: Miren, estamos subiendo a Jerusalén y todo lo escrito por los profetas sobre el Hijo del hombre se va a cumplir. Será entregado a los paganos, injuriado, escupido y maltratado y después de azotarlo, lo matarán, pero al tercer día resucitará (Lc 18,31-33). Empieza para san Pablo un largo viacrucis en el que, tras las huellas de su maestro, se compromete voluntariamente a enfrentar lo que se le viene encima, sufrimientos, persecuciones y cárceles: Yo estoy dispuesto no sólo a ser encadenado, sino a morir en Jerusalén por el nombre de Jesús, el Señor (Hech 21, 13). Es detenido en la ciudad santa, pero no morirá allí; de modo que, por la noche, el Señor se le aparece y le advierte: Ten ánimo, pues tienes que dar testimonio de mí en Roma, igual que lo has dado en Jerusalén (Hech 23, 11).

Pablo permanece dos años en las cárceles de Cesarea, bajo la custodia del gobernador Félix, llamado Antonio Félix, que fue gobernador de Judea, durante los años 52-60 d. C y residía, como el resto de los gobernadores romanos, en la ciudad de Cesarea (ver Hech 23,23-30; 24). Estaba casado con una mujer judía llamada Drusila (Hech 24,24). San Lucas nos cuenta que, por interés monetario y esperando que el Apóstol le diera algo, dejó a San Pablo prácticamente abandonado a su suerte y encarcelado (Hech 24,24-27). Cuando le sustituye el honrado Festo, Pablo pronuncia la frase que hace caer todas las restantes jurisdicciones: Apelo al César (Hech 25,11). Festo, llamado Porcio Festo, gobernó en Judea por los años 60-62 d. C. Pese a su interés por agradar a los judíos (Hech 24,27; 25,9), se vio obligado a reconocer la inocencia de Pablo (Hech 26,32)

Durante los días que preceden a la partida del Apóstol, el rey Agripa y su hermana Berenice llegaron a saludar a Festo. Buena ocasión para éste de pedirles a unos peritos en la ley judía, que le ayuden a redactar el informe para Roma acerca de Pablo. Marco Julio Agripa II era hijo de Herodes Agripa I (Hech 12,1). A su padre lo habíamos presentado el domingo 8 de mayo. Era gobernador de Iturea y Berenice su hermana. El emperador o el César que gobernaba el Imperio Romano por aquellos años, era el famoso y célebre Nerón, el cual, lo mismo que sus predecesores, recibía el título de Augusto (Hech 25,21.25).

Como tenía un espíritu recto, Festo va derecho al corazón de la fe cristiana: “Se trata”, le resume al rey Agripa, “de una discusión a propósito de un tal Jesús que murió y del que Pablo afirma que está vivo” (Hech 25,19). Luego Pablo habla en presencia de Agripa. Para esta ocasión, Pablo redacta su discurso con especial esmero. Al final de aquel discurso, Pablo formula una definición de su predicación. Apoyándose en las Escrituras, pretende demostrar tres cosas: a) que Cristo tenía que sufrir, b) que resucitó de entre los muertos, y c) que tenía que anunciar la luz al pueblo (a Israel) y a las naciones (paganas) (ver Hech 26,23).

Recordemos las últimas palabras de Jesús a sus apóstoles: Así estaba escrito que el Mesías tenía que morir y resucitar de entre los muertos al tercer día y que en su nombre se anunciaría a todas las naciones, comenzando desde Jerusalén, la conversión y el perdón de los pecados (Lc 24,46-47). Es curioso el paralelismo entre ambos pasajes. La predicación de Pablo, lo mismo que la enseñanza de Jesús, intenta poner de relieve los signos mesiánicos contenidos en la Escritura y realizados en Jesús: los sufrimientos, la resurrección y la salvación llevada a todas las naciones. Jesús efectivamente murió y resucitó; el tercer signo encuentra su cumplimiento en la misión de Pablo; por medio de él, se lleva a cabo la obra de Cristo y se completa la historia de la salvación.

El viaje a Roma resulta bastante dramático y accidentado (Hech 27-28). El Apóstol de los gentiles se va por mar hacia Roma, para ser juzgado por el emperador. En el trayecto el barco naufraga, pero él confía en todo momento en que la providencia divina los salvará. Pablo estará allí en prisión durante dos años, en plan de residencia vigilada: vive en una villa y en una casa particular, custodiado por un soldado (Hech 28,16). Estamos al final de aquel largo itinerario. Pablo está encadenado, pero la palabra está libre: en el corazón de la capital del mundo, el prisionero Pablo anuncia a los paganos el reino de Dios y enseña lo referente al Señor Jesucristo con toda valentía, sin obstáculo alguno (Hech 28,31).

Así, pues, san Lucas puede poner punto final a su obra: se ha cumplido el programa asignado por Jesús resucitado (Hech 1,8).

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