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Sagradas Escrituras: Agabo el profeta

By Pbro. Mario Montes M. Junio 10, 2022

La acción del Espíritu Santo en la vida de las primeras comunidades, según el libro de los Hechos de los Apóstoles, fue una realidad constante. En buena parte de los personajes o protagonistas de este libro, se hacen eco de esta experiencia que era, como hemos dicho, una convicción profunda de los primeros cristianos. El Espíritu Santo es uno, sino el más importante, de los protagonistas de la Iglesia en sus comienzos y a lo largo de su historia. Un sumario o resumen el que se da cuenta de la consolidación de la Iglesia en toda Palestina, lo expresa así San Lucas: "Entretanto, la Iglesia gozaba de paz en toda Judea, Galilea y Samaría; se edificaba viviendo en fidelidad al Señor, y se consolidaba gracias al consuelo del Espíritu Santo” (Hech 9,31).

 

Agabo y sus profecías

 

Una expresión concreta de esta presencia constante del Espíritu en la Iglesia, es el don de profecía que se concede a algunos de sus miembros (Mt 10,41). En Hech 11,27-29 se recoge un episodio que tiene como protagonista a Agabo, un profeta de Jerusalén que llegado a Antioquía de Siria, anunció un período de hambre.  Veamos el texto en donde San Lucas lo presenta por primera vez:

En esos días, unos profetas llegaron de Jerusalén a Antioquía. Uno de ellos, llamado Agabo, movido por el Espíritu, se levantó y anunció que el hambre asolaría toda la tierra. Esto ocurrió bajo el reinado de Claudio. Los discípulos se decidieron a enviar una ayuda a los hermanos de Judea, cada uno según sus posibilidades. Y así lo hicieron, remitiendo las limosnas a los presbíteros por intermedio de Bernabé y de Saulo (Hech 11,27-30)

La hambruna ocurrió entre los años 48 y 50 d. C  siendo emperador Claudio (años 41-54 d. C) y este acontecimiento despertó la solidaridad con la Iglesia madre de Jerusalén, hecho que se repetirá en otras ocasiones, con diversas ayudas provenientes de otras comunidades cristianas y que en el Nuevo Testamento se le llamará “La colecta de Jerusalén” (2 Cor 8-9; Gál 2,10; Rom 15,25-28)). San Lucas señala que lo hizo bajo la inspiración del Espíritu.

También había profetas en la Iglesia de Antioquía (Hech 13,1), y de ellos se menciona explícitamente a Judas y a Silas (ver Hech 15,32). Recordemos que los profetas tuvieron un lugar destacado en las primeras comunidades cristianas. Sobre el carisma profético, podemos ver 1 Cor 12,10 y 14,1-3. Debemos entender la profecía como la predicación inspirada por el Espíritu Santo para edificar, exhortar, consolar y, muy ocasionalmente, predecir el futuro. De allí que este mismo profeta aparece por segunda vez en la ciudad de Cesárea, para anunciar a Pablo lo que le espera en Jerusalén, cárceles y sufrimientos, como él ya lo había intuido (Hech 20,22-23):

Permanecimos allí muchos días, y durante nuestra estadía, bajó de Judea un profeta llamado Agabo. Este vino a vernos, tomó el cinturón de Pablo, se ató con él los pies y las manos, y dijo: “El Espíritu Santo dice: Así atarán los judíos en Jerusalén al dueño de este cinturón y lo entregarán a los paganos”. Al oír estas palabras, los hermanos del lugar y nosotros mismos rogamos a Pablo que no subiera a Jerusalén. Pablo respondió: “¿Por qué lloran así y destrozan mi corazón? Yo estoy dispuesto, no solamente a dejarme encadenar, sino también a morir en Jerusalén por el nombre del Señor Jesús”. Y como no conseguíamos persuadirlo, no insistimos más y dijimos: “Que se haga la voluntad del Señor” (Hech 21,10-12).

Los profetas del Antiguo Testamento hablaban de parte de Dios, como hace Agabo en esta ocasión. Naturalmente se trata de interpretación humana, pero se cree y acepta que es por inspiración divina. También hace Agabo una acción simbólica, la cual luego interpreta (Hech 21,11-12) como aquellos antiguos profetas (ver 1 Sam 15,27-28; Jer 13,1-11; Ez 5,1-4). Sin embargo, las palabras de Agabo, aunque sinceras y dichas con buena voluntad o intención, no son aceptadas por Pablo. No niega que hay alguna intervención de Dios, no dice que sean engañosas o falsas, pero él no se deja convencer por ellas, a diferencia de sus compañeros (ver Hech 21,12).

Tenemos aquí un caso del eterno problema sobre cómo discernir las señales de la voluntad de Dios, que puede ser interpretada de modos diferentes, pues los signos no son claros ni evidentes. Hay que aceptar esa presencia e inspiraciones de Dios en la realidad, pero sin abdicar de la propia responsabilidad y conciencia. San Lucas quiere resaltar que Pablo sigue un camino similar al que había seguido Jesús, en su pasión y muerte. Ambos se dirigen por voluntad divina a Jerusalén donde les esperaban el sufrimiento y la muerte (ver Hech 21,11 con Lc 18,32). Un camino martirial.

De este último pasaje se deduce que el Espíritu Santo hablaba por boca de estos profetas, pues Agabo Introduce su oráculo con estas palabras: "El Espíritu Santo dice". No olvidemos que en Cesárea vivía también Felipe, uno de los Siete, cuyas cuatro hijas tenían el don de profecía (Hech 21,9). La existencia de profetas por medio de los cuales el Espíritu habla a la comunidad es otro signo evidente de su presencia que consuela y anima.

Si una iglesia no escucha la enseñanza de los apóstoles, que dan testimonio de Jesús con palabras y con obras; si no vive una comunión basada en la fraternidad y en la acogida sincera del que es distinto o piensa de forma diferente; si no escucha a sus profetas más cualificados, si no ora ni celebra su fe gozosamente en la Eucaristía y si no ejerce el servicio a los pobres... debe empezar a pensar que es posible que, muchos de sus miembros, hayan recibido el bautismo de Juan, o incluso el bautismo en nombre de Jesús, pero no el bautismo con Espíritu Santo, como el mismo San Lucas advierte en este libro (Hech 19,1-7).

Como dice el Papa Francisco, que el profeta: no es un anunciador “de desventuras” o “un juez crítico” y ni siquiera “recriminador de oficio”. Sobre todo es un cristiano que “recrimina cuando es necesario”, siempre “abriendo las puertas” y arriesgando en persona también “la piel” por “la verdad” y para “resanar las raíces y la pertenencia al pueblo de Dios” (Papa Francisco. La Iglesia necesita profetas. Homilía del martes 17 de abril 2018).

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